viernes, 12 de junio de 2009

“Altarium super duo vadum...”

En la falda del boscoso Monte Pajariel, cruzado el río Boeza, se recuesta el berciano pueblecito del Otero de Vizbayo (León), hoy cambiado su “apellido” por Otero “de Ponferrada”, ciudad que se divisa a un tiro de piedra.
Topónimo latino, “otero” deriva de “altarium” = colina o lugar alto; “vizbayo” viene de “bis” = dos, y “vadum” = vado, paso de un río. Así estaríamos ante “El otero de los dos vados”, pero recordemos que “altarium” es también el lugar donde la Antigua Religión colocaba las “aras”, altares, de ahí la prohibición bíblica, seguida al pie de la letra por la nueva religión: “Suprimiréis todos los lugares donde los pueblos que vais a desalojar han dado culto a sus dioses, en las altas montañas, en las colinas, y bajo todo árbol frondoso: demoleréis sus altares, romperéis sus estelas, cortaréis sus cipos, prenderéis fuego a las esculturas de sus dioses y suprimiréis su nombre de ese lugar” (Deuteronomio, 12, 2-3).
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Sobre el ancestral lugar de culto, celta y romano, se alzó un templo cuyas primeras referencias son del 909, ampliado a fines del s.XI. Nombrado Santa María de Vizbayo, ahora es capilla del cementerio local. Su estilo es de transición entre lo mozárabe y lo románico, a base de mampostería de pizarra, sillarejo y cantos rodados, con sillares en las partes nobles. Por desgracia sufrió reformas en los ss.XVII y XVIII, cuando se añadió la espadaña y el pórtico, perdiendo entonces la esculturada portada sur. En 1916 se hundieron las bóvedas de presbiterio y ábside, en cuya chapucera reconstrucción desaparecieron los canecillos románicos esculturados -excepto dos-. A pesar de todo, desde 1982 está declarado Monumento Histórico Artístico Nacional.
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La portada superviviente, al norte, con arco de ligera herradura, muestra una sencilla arquivolta de ajedrezado jaqués, que continúa en las impostas. El tímpano, liso, embutido de mala manera, la ausencia de tejaroz, todo da la impresión de una estructura que ha sido desmontada y vuelta a montar de cualquier modo.
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En el ábside se encuentra el detalle más bello del templo, sobre una gruesa imposta de ajedrezado y bolas –también con aspecto de haber sido recolocadas sus piezas-, se abre una ventana ajimezada, con señales de “retoques” tardíos en sus elementos, tales como la ampliación de los pequeños vanos laterales.
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Bajo un amplio arco, se cobijan dos arquillos de herradura, cuyo parteluz es una corta columna con capitel, en cuyas esquinas hay esquemáticas cabezas de pájaros y una especie de vegetales entre medias; su basa de garras, sogueada, es típica de lo mozárabe. Todo de un simbolismo, apenas apuntado, muy sugerente.
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Al interior, impropio de un Monumento Histórico Artístico Nacional, es imposible apreciar la ventana pues ha sido cubierta con una “vidriera de diseño”, sin embargo se nota bastante bien donde apoyaban las bóvedas primitivas y la chapuza realizada al sustituirlas.
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En ambos laterales del ábside, a nivel del suelo, bajo una imposta similar a la exterior -también en los “retoques”- que recorre el cilindro absidal, hay sendas credencias con arcos de ligera herradura cobijando “esculturas” de santos.
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A cada lado de unión entre presbiterio y ábside, en el arranque de las bóveda, hay una ménsula con aparejadas cabezas de caballo, que no sabemos si serían el sustento de los nervios para la bóveda original, o un “apaño” tras la reconstrucción.
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En el lado sur del presbiterio, sobresale la imagen de un soldado romano al que acompaña un ciervo. Se trata de un general del emperador Trajano, llamado Placidus, el cual, estando de caza, acorraló un ciervo entre cuyas astas se le apareció el Nazareno que le instó al bautismo. Así lo hizo y recibió el nombre de Eustaquio, pero por hacerse cristiano el emperador mandó encerrarlo en un toro de bronce, bajo el que se encendió una hoguera. Por su milagroso encuentro, este mártir (188 d.C.), fue elegido patrón de los cazadores.
Bueno será recordar que, en la religión celta, los ciervos son animales guía, que conducen los héroes hasta el otro mundo. Algunas divinidades celtíberas, como Cernunnos, tienen cuernos de ciervo, emblema de fertilidad y regeneración, si además lleva una serpiente es portador del conocimiento oculto de la Madre Tierra.
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Recuerdan los viejos del lugar que aquí, cada 15 de agosto, se celebraba una romería popular en honor de Nuestra Señora del Vizbayo, en la que los alimentos típicos de la merienda eran el melón y la sandía, hasta el punto que existían dos “bandos” amigables entre los romeros, el de quienes denominaban el festejo como “Romería del Melón”, por ser este el fruto que aportaban al banquete comunal, y quienes lo nombraban “Romería de la Sandía”, por aportar ellos este otro alimento. Según nos contó una anciana, en agosto de 1981, existía, también, un fraternal pique entre los miembros de cada “facción”, por ver quien entregaba a la mesa común el melón y la sandía más grande, con la gracia pícara, añadida, de que tales ejemplares habían de ser “bautizados”, a espaldas del párroco, en la pila bautismal.
Tradición ésta, la ofrenda de los mejores frutos de la tierra, con su banquete tribal y su “bautismo” ritual, que evoca tiempos más lejanos y divinidades más antiguas. ¿Quizá con cuernos de ciervo...?
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Salud y fraternidad.

sábado, 6 de junio de 2009

Lagunas de Somoza, el “eslabón perdido”...

En las lindes leonesas entre La Maragatería y la Valduerna, se encuentra Lagunas de Somoza. Su templo de Nuestra Señora de La Asunción, ha conservado, quizá por “milagro divino”, unas pequeñas, pero no menores, muestras del románico inicial de este reino, de transición desde lo visigodo. Aunque el edificio actual no evoca nada de todo ello, porque es una confusa mezcla: cabecera s.XVI, naves s.XVII-XVIII.
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Lo que hoy vemos se alza sobre un ejemplar románico, realizado a caballo entre los siglos XI y XII, del que solo resta la sencilla portada norte (s.XII), con sus capiteles de caballeros combatiendo monstruos, y los canes músicos del tejaroz, amén de alguna otra pieza suelta. Dicha portada estuvo tapiada y oculta, hasta el 5 abril de 1947, en que fue redescubierta por casualidad.
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En su cabecera sobreviven otros dos canes, empotrados en la esquina de mala manera, uno que muestra su monstruosa cabeza de boca abierta, y otro bajo ese que, cortado y vuelto hacia dentro, se reutilizó como relleno del encintado ocultando al presente su talla.
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No obstante, este edificio tampoco era el original, pues levantó sus cimientos sobre los de un templo visigodo-mozárabe, citado ya en 920, y arrasado por Almanzor en alguna de sus razzias por el reino. Un edificio, cuyos restos debieron influir en quienes levantaron el siguiente una vez pasado el peligro musulmán.
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Pero sus elementos más curiosos, que hoy se guardan en el interior, estuvieron muchos siglos empotrados en el muro norte, expuestos a los crudos elementos y la feroz chiquillería. Agradecemos a su anciano párroco que, el 5 de abril de 2009, justo el día en que se cumplían sesenta y dos años del redescubrimiento de la portada norte, nos permitiese acceder al templo y tomar fotos de las preciosas piezas románicas, mientras él preparaba el oficio del Domingo de Ramos.
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La primera de ellas, es una primitiva imagen de la Virgen, aureolada con la inscripción “María Mater”, como la Diosa Madre. Se halla sedente, sobre una silla curul cuyos laterales son cabezas de leones y las patas figuran las garras de aquellos. El Niño, se sienta centrado en su regazo, mientras bendice con una mano y muestra un libro en la otra. Ambas, presentan restos de policromía en los vestidos. Esta pieza es casi seguro que proceda del perdido tímpano románico, de la portada principal.
Por la postura y el deterioro del Niño, la chiquillería dio en apodarla “el zapatero”, pues les recordaba un remendón haciendo su oficio, y era tradición entre los rapaces apedrearla con sus hondas, lo que acabó con el rostro de la Buena Madre.
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La otra pieza es más curiosa, se trata de una Maiestas Domini, también con restos de policromía. El Cristo coronado, dentro de su mandorla y escoltado por el Tetramorfos, descansa sobre otra silla curul, descalzo, mientras nos bendice con una mano y en la otra muestra abierto el Libro de la Vida, con las siglas “IhS XSP”. Estilísticamente, ha sido relacionado con el no lejano de Castroquilame que se halla sobre un tímpano. Este, sin embargo, se encuentra sobre una ventana, lo cual lo convierte en único. En efecto, el sagrado símbolo está tallado, en la misma pieza, sobre una ventanita geminada, de vano ajimezado, con arquillos visigodos, de herradura, y capitel vegetal.
Estamos ante un clarísimo ejemplo de transición, donde el viejo modelo visigodo se codea con el nuevo quehacer románico, sin demérito para ninguno de ellos. Podríamos decir, y no sería metáfora vana, que la ventanita es el tronco visigodo, del cual brotarán las ramas románicas, del árbol simbólico medieval.
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Y ya que hablamos de árboles, no perdamos de vista el que se alza justo al lado norte del ábside, conocido como “El Moralón”, un moral de al menos quinientos años, venerado por las gentes del pueblo como si de un anciano antepasado se tratase, bajo cuya sombra celebraron Concejo y dirimieron pleitos. Un Árbol, con mayúsculas, heredero de los viejos cultos a los espíritus vegetales que aquí tuvieron lugar entre las célticas gentes, antes que llegasen los romanos, primero con sus dioses y luego con la nueva religión hebraica.
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Salud y fraternidad.