sábado, 20 de octubre de 2012

El tesoro de Preçin del Cares, en Peña Melera

El senderín asciende, trabajoso y jadeante, mientras nos sumergimos en la mágica espesura vegetal.
 
 
Desde el barrio Llumberu, en un extremo del tranquilo pueblo asturiano de Alles, parte una penosa senda ascendente que, tras corto tramo, inicia un brusco y empinado descenso. El resbaladizo camino parece preparado para ser transitado, mayormente, por el ganado que va a los pastos, antes que por el viajero curioso. 
A los lados del senderín se extienden prados, y los restos de un bosque ancestral, entre cuyas encinas, robles, castaños, brezos y tojos, podemos entrever correteando los viejos espíritus célticos, trasgus, busgosus, xanas, nuberus, ventolines, o lavanderas, y quizá si tenemos suerte eludiremos encontramos con el terrible cuélebre.
Al final del camino, en una hondonada, aparecen las desmoronadas piedras del templo de Plecín. El enigmático encanto de las ruinas, y su entorno, compensan el esfuerzo de llegar hasta este perdido lugar.
 
Desciende luego, el camino, con un empedrado de vértigo, inquietante, sin que veamos hacia donde nos conduce.  
 
 
Los celtas cántabros, orgenomescos, de los que ya hablamos al tratar el Monasterio de Tina, en Pimiango, ocuparon también la Sierra de Cuera, al suroeste y no lejos del enclave anterior. Uno de sus castros estuvo en el valle de Peña Melera -hoy, Peñamellera-, en el entorno de lo que hoy es el pueblo de Alles.
La zona quedó bajo el yugo romano, desde el 19 a.C., aunque debido a la tolerancia religiosa de aquellos ocupantes los autóctonos continuaron el culto a sus divinidades, con santuarios al aire libre en los claros del bosque y junto a manantiales. Allí veneraban a la Gran Madre, tanto como a los espíritus de la Naturaleza, encarnados en los árboles, las rocas y las aguas.
Durante la dominación visigoda, comenzó lentamente el proceso de cristianización, quizá hacia el s.V-VI d.C., sin que por ello abandonasen sus viejas creencias. Antes bien, las mezclaron con las que aportaba en nuevo mito religioso, pues sabemos del fuerte arraigo de las costumbres culturales y religiosas pre-romanas, como sucede por toda la cornisa cantábrica. 
 
Al fondo de escarpada ladera, como un duende arropado por la vegetación, se encuentra el lugar sagrado, el templo sobre el dolmen…
 
 
En el valle de Peñamellera, unos quinientos metros al sureste del actual Alles, al pie de un montículo rocoso, brotaba el Manantial Sagrado de los cántabros, próximo a un túmulo dolménico.
Entre los ss.VI-VII, sobre los restos de dicho dolmen  se levantó un pequeño templo cristiano, dedicado al Salvador,  conservando en sus cimientos el túmulo prehistórico al estilo de lo efectuado en la Santa Cruz, en Cangas de Onís. Este hecho se perpetuó en la memoria colectiva, mediante la vieja leyenda medieval que afirmaba existir un “pueblo subterráneo”, bajo el templo románico del lugar, que escondía “un rico tesoro” de las xanas.

“En Preçin, del Cares
hay un caldeiru d’oro,
que más vale
que Llames y Parres,
Onís y Cabrales,
y Peñamellera
con sus arrabales 

Las venerables ruinas de su nave única, sistemáticamente expoliadas, evocan todavía el magnetismo del ancestral esplendor perdido.
 
 
Alrededor del santuario, como era corriente, surgió un núcleo rural, llamado Preçin. Durante los ss. X-XI, bajo el impulso de la Monarquía Asturiana, crece el primitivo asentamiento y su pequeño templo, reconstruido en prerrománico, se transforma en la parroquial de San Salvador de Preçin, o Plecín, de la que se han encontrado restos, en las prospecciones arqueológicas, mezclados con materiales líticos del dolmen ancestral.
En 1032 surge por vez primera el nombre del valle de Peñamellera, de la Provincia Premoriense, en un documento del rey leonés Vermudo III: “super flumen Caires [Cares] medietas de Penna Melera [Peña Mellera]”, cuando pasa a ser de realengo. La organización feudal toma carta de naturaleza, y son las familias nobles quienes se hacen cargo  del mantenimiento de los templos, mediante mecenazgo.

Su ábside ha desaparecido hasta la base, ¿dónde fueron a parar los canecillos, capiteles, y sillares, primorosamente labrados?
 
 
Confusas noticias hablan del noble conde alavés don Vela, quien amparado por el rey Alfonso V de León (999-1028) se refugió en este lugar y reconstruyó el templo de San Salvador de Preçin, donde murió y fue enterrado. En el s. XVIII Juan Antonio de Trespalacios y Mier, en su obra La Nobleza del valle de Peñamellera, afirma que bajo el arcosolio del muro  norte, restaurado en el s. XV, existía un antiguo sarcófago mostrando un guerrero, con espada y dos escudos ornados de sendas cruces. Según este autor, dicho enterramiento era el del conde fundacional.
Lo cierto es que, en 1115, en el Concilio de Oviedo y representando a Peñamellera, figuran tres hermanos del linaje Vela, de quienes los genealogistas hacen descender la estirpe de los nobles Mier, tan influyentes en épocas posteriores. Dichos señores debieron ser los patronos de Preçin, por ello, a finales del s.XVI se adosó al costado norte una capilla funeraria, con bóveda de crucería, para panteón de los Mier.

Únicamente, en su cara sur, conserva algunos elementos esculturados, que nos hacen soñar en el mensaje simbólico de sus piedras.
 
 
De todos modos, al igual que sucedía en Tina, el templo de Plecín y su entorno fueron utilizados continuamente como enterramiento, por ser tierra sagrada, desde que se alzó allí el primer edificio prerrománico. Y mucho antes, cuando se levantó el dolmen...
Unos tres kilómetros al sur pasaba la calzada romana que, viniendo de Santander, bajaba de la costa por Unquera, seguía el curso del río Cares, y luego, por Cangas de Onís, llegaba hasta Oviedo, donde enlazaba con la vía romana que iba a León. Esta ruta, comercial y de peregrinaje, facilitaba el tránsito entre los valles interiores, mediante ramales secundarios, y fue lo que facilitó la prosperidad de Preçin.
Así, entre 1170-1175, vuelve a levantarse el templo de San Salvador, quizá por el taller del Magister Covaterio, o el de Juan de Piasca, según fórmulas del románico pleno que, en Asturias, se produjeron más tardíamente.

Tuvo un pórtico cubierto, protegiendo la rica portada, que al caer tras su abandono dejó las misteriosas figuras expuestas a los elementos.
 
 
En 1230, la zona oriental astur, que pertenecía a las “Asturias de Oviedo”, de influencia leonesa, pasa a depender de las “Asturias de Santillana”, de influencia castellana. Esta reorganización territorial debió ser favorable a la prosperidad local, pues el templo sufre una ampliación de su nave, hacia el lado oeste, tanto cuanto permite lo escarpado del terreno.
Además, se añade la monumental portada sur, similar a la de Ciliergo (en Panes), que presenta connotaciones con templos de las Merindades castellanas, y otros palentinos: impostas y columnas ricamente labradas, con motivos vegetales; capiteles con músicos y bailarinas, centauros guerreros, dragones; arquivoltas con entramados de rombos y ajedrezado.
A dicho momento debe corresponder, también, la ventana sur, con arquivolta lobulada, capiteles de grifos y leones, y tímpano con imagen del Salvador que la tradición popular afirma ser el mítico Conde don Vela.
La portada oeste, al quedar a pocos pasos del farallón rocoso, se trabajó como un rudo postigo de dos arquivoltas, sin decoración alguna.
 
A duras penas podemos “leer” hoy sus erosionados capiteles, sin embargo faltan las ménsulas con sus animales guardianes, y las columnas de geométrico entrelazo.

 
Al interior, los restos de basas, para las columnas del arco triunfal, muestran decoración de cenefa en zigzag y dragones. Lo que indica que sus capiteles, y posiblemente arcos, debieron estar magnificamente trabajados.
Aunque es seguro que presbiterio y ábside estuvieron abovedados, la desaparición de la cabecera nos impide conocer su riqueza escultórica. Pero el estilo general, compartido con Santa María de Piasca y diferentes templos del norte de Palencia, demuestra que San Salvador de Plecín debió participar de su misma belleza, ejecutada por los mismos artistas.
Con motivo de la entrega de Plecín a los Beneficiados Catedralicios de San Salvador de Oviedo, el Libro Becerro de Don Gutierre (1385-1389) recoge por vez primera su categoría de Abadía, reconociendo a San Salvador el carácter continuado de foco religioso, aglutinador de los núcleos habitados de Cueto Bajo.
Entre los ss.XIV-XV, el templo de San Salvador ha cambiado su advocación por la de San Pedro de Plecín. La mayoría de sus habitantes han trasladado la población a lo alto del cerro, donde hoy se sitúa, aunque el viejo templo se mantiene como parroquial hasta 1787.

Los capiteles se han salvado del saqueo, quizá porque su estado de conservación es pésimo. Se adivinan estos centauros, pero otras imágenes son sólo sombras.

 
Atendiendo a la incomodidad que representaba, para los fieles, desplazarse hasta la hondonada de San Pedro, D. Juan de Mier y Villar, Fiscal de la Inquisición y Canónigo de la Catedral de México, que era natural de Alles, costeó la nueva parroquial en el centro del reciente núcleo urbano.
En ese momento comienza la ruina de Plecín, y el expolio progresivo de sus materiales. San Pedro se transforma en cementerio, y osario, tanto interior como exteriormente. 
Mediado el s.XIX, cuando el templo ya estaba en franca ruina, es abandonado, y el edificio se convierte en cantera de libre disposición. Sus piedras son utilizadas para construir el Ayuntamiento, las casas particulares, los cercados de algunos prados, etc., desapareciendo capiteles, canecillos, laudas sepulcrales, sarcófagos. Resto mísero de aquel expolio, en el actual Ayuntamiento, se conserva un capitel con motivos vegetales, quizá del arco triunfal, y algunas piedras labradas que duermen allí el sueño del olvido.
 
La curiosa ventana lobulada nos interroga, cual ojo místico que lanzase un guiño de complicidad al buscador curioso. Ese personaje, ¿es Dios Padre, o es el fabuloso Conde Vela?

 
Aunque el expolio no se detuvo ahí, continuó hasta nuestros días, cuando desaparecieron algunas columnas de su portada trabajadas en “nido de abeja”, amén de las ménsulas decoradas de la portada sur.
Por si fuera poco, la leyenda sobre un pueblo subterráneo bajo el templo, y el correspondiente tesoro, hizo que durante siglos las gentes excavasen allí, a tontas y a locas, deteriorando el yacimiento sin encontrar el oro que la tradición prometía.

“Entre castros y castrina
hay una espinerina
con cien monedas de oro
y otras cien de plata fina”
 
No obstante hay otra sugerente leyenda, situada a fines del Medievo, que acaba de redondear la aureola de mágico misterio que embellece estas ruinas.

La riqueza de las basas, del arco triunfal, hablan de un mundo fabuloso simbólico irremediablemente perdido.

 
Al amor de la tsariega, durante el filandón, la esfoyaza, el magosto, o incluso el veloriu, los más ancianos del lugar contaban cómo, a este medieval convento, trajeron desterrado cierto fraile. El cual había sido, en la otra punta de las Asturias de Oviedo, nada menos que Abad.
Poderoso señor de horca y cuchillo, vivió más como dueño feudal que como clérigo. Amigo de la buena mesa, del buen vino y de las mujeres -buenas o malas-, su desgobierno terminó por corromper a los monjes más jóvenes, y la santa casa se convirtió en piedra de escándalo por toda la comarca.
Tenía, además, el monasterio un afamado escriptorium, del que salían bellos y venerables códices. Pero pronto se copiaron también manuscritos poco santos, referidos a ciencias mágicas prohibidas por la Iglesia.
Protestaron al fin los aldeanos, protestaron los ancianos monjes, protestó el señor feudal, pero todo fue en vano. Pues el tragón, borrachín, y rijoso abad, era el protegido de un afamado obispo con grandes influencias entre los altos dignatarios laicos y religiosos.
Más, como todo tiene su fin, un día falleció su protector y llegó la hora de hacer cuentas. El mal abad fue destituido y desterrado a la otra punta del país, a una remota abadía benedictina llamada Preçin, en las Asturias de Santillana. Allí pasó el resto de sus días,  sometido a la estricta regla monacal y sin ocasión de recaer en sus viejos vicios.

Al pie de la Peña Melera, en el enigmático lugar de Preçin, acabó sus días el desterrado abad pecador. ¿Había un lugar mejor para él?

Dicen que, a comienzos del s.XIV, llegó la hora del anciano pecador y fue llamado a la presencia divina. Al indagar entre sus escasas pertenencias, se encontró un antiguo códice de magia negra. El grimorio, bellamente ilustrado cual si de un santo “libro de horas” se tratase, contenía toda clase de fórmulas: filtros para enamorar, ensalmos contra enemigos, recetas para hacer llover, e incluso conjuros para encontrar tesoros ocultos.
Los monjes de Preçin no se decidieron a destruir tal libro, sin que sepamos el motivo, y lo guardaron bajo siete llaves. Pero como al cabo todo se sabe, cundió la fama del códice que nadie había visto, salvo “de oídas”, siendo solicitada su consulta por toda clase de personas, desde obispos a nobles damas, pasando por guerreros y cortesanos, e incluso sospechosos “peregrinos” que hasta allí llegaban atraídos por su fama.
Sin embargo nada pudieron las intrigas, sobornos, influencias, ni amenazas, contra la severa decisión de los monjes. A nadie mostraron el códice, y antes de pasar un siglo de la muerte del desterrado Abad, el libro maldito fue pasto de las llamas junto con la celda de su penitente dueño.
A pesar de ello, todavía hay quien dice que lo del incendio, fue invento de los monjes para quitarse de encima aquel sambenito, que el códice está enterrado en alguna cripta secreta o al pie del viejo tilo sagrado, o que fue a parar a manos de los patronos del lugar: los nobles Mier...
 
Al pie de la Abadía, un tilo ancestral, cuyas raíces beben en el manantial sagrado, fue el compañero inseparable que conoció los secretos del viejo abad y su libro mágico.

 
Lo que hoy resta de aquel templo es el fruto amargo del abandono, al que se ha visto sometido desde 1787. Tras dos brevísimas actuaciones arqueológicas, en los años noventa, se consolidaron sus ruinas. Y en 2003 son declaradas bien de interés cultural (BIC), con categoría de monumento, lo que propicia que se adecente su entorno. Sin embargo, esto no basta para compensar doscientos años de rapiña y saqueo.
Las buenas gentes de Alles siguen viendo como, cada año,  la vegetación sumerge lo que resta de San Pedro de Plecín, y cada año las autoridades locales se esfuerzan por desbrozar la maleza, para que sigamos disfrutando de aquellas piedras un poco más. ¿Hasta cuándo…?
A la sombra del sagrado tilo, que se alza junto al ruinoso templo, podemos imaginar al desterrado Abad. Sentado beatíficamente, quizá medita sus yerros pasados, tal vez rumia sincero arrepentimiento, o lee a hurtadillas el mágico grimorio, y añora posiblemente la vida disipada, mientras ríe para sus adentros, al pensar en el dicho popular: “la carrera que da el caballo, en el cuerpo la tiene...”

“Ayer vi una bruja
en Peñamellera,
que toca una chifla
y el diablu la lleva”

Salud y fraternidad.