domingo, 24 de octubre de 2010

Aznaitín: Dioses, duendes y tesoros.

Uno de los picos de Sierra Mágina (Jaén), es el Aznaitín, que se alza impresionante sobre el valle del Guadalquivir. Al viajero poco avisado, esta montaña, de unos 1.745 metros, puede parecerle otro bonito risco de los que por aquí abundan, otra belleza natural, o un lugar pintoresco para pasear, pero dicha mole de roca esconde enigmas, recuerdos y misterios de civilizaciones perdidas. Su secreto, se encuentra oculto bajo capas sucesivas de aconteceres históricos, transformados en hechos legendarios. Al pie de la enigmática montaña, se encuentra la villa de Albanchez de Mágina. Preguntad a los viejos del lugar y comprobaréis que, sin mucho esfuerzo, sus consejas, tradiciones y leyendas, os muestran el camino para levantar el velo que oculta ese mundo perdido.
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Conquistado el lugar en 1231, por Fernando III, la aldea fue concedida a la Orden de Santiago en 1309, que formó con ella, y otra vecina, la Encomienda de Bedmar y Albanchez. Para defensa de la, todavía, inestable frontera, los santiaguistas ampliaron un viejo torreón árabe, del s.XI, convirtiéndolo en pequeña fortaleza que los defendiese de las incursiones del reino moro de Granada.
Antes de eso, el lugar estuvo habitado por los musulmanes, y dependía de la provincia de las Alpujarras incluida en la cora de Xaén.
Si seguimos retrocediendo, los recuerdos se tornan más borrosos. Los romanos tenían una población llamada Campaneana, rodeada de villas agrícolas, dedicadas, ya entonces, a la explotación del olivo.
Aún antes de Roma, vivieron aquí los íberos, que han dejado vestigios arqueológicos, como el llamado "friso del ciervo".
Y, al fondo de todo, encontramos los habitantes paleolíticos campando por estos cerros de Mágina, de cuya presencia nos ha quedado, entre otras, la Cueva de los Esqueletos, con pinturas y una curiosa necrópolis.
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Otros muchos elementos culturales nos han dejado, en la comarca y concretamente en el Aznaitín, los sucesivos pobladores. De modo que pueden servirnos de modelo, exportable a tantos otros lugares, respecto al mundo sincrético que conformó la cultura en los convulsos y apasionantes siglos del medievo.
Dicen unos, que el Azanitín, nombrado Naitín en el habla local, toma su nombre del árabe "Az-naitín", con el significado de "fortaleza de la higuera". Pero otros, abundan en un significado anterior, muy anterior, reinterpretado por los conquistadores árabes.
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Según Macrobio (s.IV-V d.C.), en la no lejana Guadix, los íberos accitanos tenían un templo dedicado al dios Neithi, o Neitin, el mismo que ya había citado Estrabón (s.I a.C.), nombrándolo Netón, Neto, y Neito, como divinidad común de los celtas hispanos. Debía tratarse de dos dioses afines, que en época romana resultaron asimilados, y fueron veneración común entre los celtíberos.
Neitin, es dios de los guerreros y del mundo de los muertos, su animal totémico es el buitre, que al descarnar los cadáveres facilita la liberación de las almas ayudando a que pasen al más allá. Como divinidad del submundo, es señor de los elementos caóticos o fuerzas primordiales de la naturaleza: el rayo, la tempestad, al tiempo que actúa de guía y juez de dichas almas, mientras es guardián de los tesoros subterráneos.
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Este Neitin, muy extendido entre los celtíberos con el nombre más común de Neto, que tiene su paralelo en el Net, o Neit, de los celtas que invadieron Irlanda, es quien puede haber dado su nombre al monte Aznaitín. El Naitín, que los lugareños dicen ser escenario de apariciones fantasmales de almas en pena, el mismo que es habitación de duendes malignos, los "minguillos", que hacen perder la cordura y la salud a quienes tienen la mala suerte de enojarlos. El mismo Naitín, que guarda en sus entrañas de piedra un fabuloso tesoro. Y, en fin, ese Naitín por cuyas breñas trotan los enigmáticos seres híbridos, semidivinos, que galopan hacia nosotros desde el confín de la Antigua Religión.
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En las veladas invernales, al amor de la lumbre, o en la cálidas noches estivales, en las puertas de las casas, los ancianos han venido asombrando a grandes y pequeños con las más diversas leyendas, muchas de las cuales, hunden sus raíces en aquellas creencias y tradiciones de las tierras del centro y norte de Hispania, de donde procedían los repobladores medievales llegados con los conquistadores. Aunque otras, proceden del fondo común de los pueblos que habitaron estos lares en la antigüedad, y en las que se entremezclan elementos romanos con ibéricos, o aún célticos.
La más famosa leyenda de este monte mítico y divino, es la del "Tesoro del tío Malverano", la cual, a pesar de estar ambientada en la época de la reconquista, delata en sus elementos una procedencia anterior en muchos siglos.
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En la cara este del monte Aznaitín, no lejos de su cima, se encuentra la popular Cueva del Tío Malverano, donde afirman todos los lugareños, más o menos convencidos, que se esconde un fabuloso tesoro.
Se cuenta, que al llegar a esta zona las huestes castellanas, haciendo retroceder a los árabes, un moro muy rico decidió esconder sus tesoros en dicha cueva, en la creencia de que ello sería más seguro que transportarlo todo por los caminos, teniendo en cuenta, además, que estaba convencido de ser esta retirada algo provisional, y que en no mucho tiempo podría regresar seguro a su estado anterior.
Cargó todo su haber en varios mulos y se encaminó a la cueva, con gran sigilo, más no tanto que no fuese visto, casualmente, por un joven de Albanchez, llamado Malverano, quien lo siguió intrigado. Presenció el curioso, su entrada en la cueva, esperó, y al cabo de varias horas lo vio salir solo y sin carga alguna.
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Convencido que allí debía haber gran ganancia, se apresuró a meterse en la cueva, tan solo para descubrir que aquello era un laberinto de pasadizos. En vista del peligro, decidió explorar aquel antro con precaución. Para no despertar sospechas, se hizo pastor, y así pudo subir y bajar del monte con naturalidad, de modo que mientras sus ovejas pastaban, él exploraba la cueva. Pasaron muchos años, pero el tío Malverano no se desanimaba, hasta que el tesón tuvo su recompensa. Al fin, un día, dio con el camino correcto y acabó en la estancia donde yacía el objeto de sus desvelos. Aquello era algo fabuloso, aunque de gran peso, tanto que era imposible sacarlo con sus solas fuerzas.
Tras mucho cavilar, decidió revelar su secreto a varios íntimos del pueblo, aunque ello supusiera compartir también el tesoro. Quedaron convenidos en salir al otro día para la cueva, pero al momento de la partida, al tío Malverano le falló el corazón, y mientras exhalaba su último aliento, tan solo acertó a decir, como guía para encontrar la riqueza oculta: "Frente a la cabeza del toro está el tesoro..."
No es preciso rebuscar mucho, para ver el paralelismo entre la gruta laberíntica, con un toro en su interior, y la leyenda del Minotauro. Y también, para conectar este "toro" cuya cabeza señala un tesoro, con los toros de piedra de la cultura céltica, pastoril, que en tantos lugares de Hispania cuentan con leyendas similares, referidas a una gruta o subterráneo, un tesoro y la cabeza de un bóvido que sirve como señal.
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Otra tradición, no menos arraigada en la comarca es la del "Juancaballo". Dicen los más viejos, y no hay motivo para no creerlos, que en las cumbres del Aznaitín, y en otros cerros de Sierra Mágina, habitan de antiguo unas extrañas criaturas, los "juancaballos". Y que, como su nombre sugiere, se trata de seres mitad hombre y mitad caballo.
Son de ordinario esquivos, evitando encontrarse con los humanos, de modo que por el día se ocultan en las cuevas de la serranía, y por las noches salen para alimentarse. Tan solo cuando la necesidad los empuja, porque la sequía o las nevadas hacen escaso el alimento, bajan de las cumbres a saquear huertos y graneros. Entonces, si son descubiertos y acorralados, emplean toda su astucia, ferocidad y crueldad, para salirse con la suya. De modo, que pocos han sobrevivido para contar sus encuentros con estos seres. Incluso, se cuenta, que en casos de extrema penuria alimenticia, han llegado a comer carne humana, tras matar o mutilar a los campesinos que pillaban desprevenidos.
Tanta impresión causaban estos seres, que en el templo del Salvador, en la vecina Úbeda, labraron su figura en la fachada, luchando con un hombre... De nada valdrá, que expliquéis a los viejos que aquella figura representa a Hércules venciendo al centauro Neso, para ellos se trata de un "juancaballo" y de ahí no los baja nadie, porque esa figura es la prueba irrebatible de su existencia.
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Por si fuera poco, en la mísma Úbeda, en la fachada de la casona llamada "de los salvajes", se encuentran las figuras de dos personajes con el cuerpo completamente cubierto de pelo, largas barbas y cabellos, que ciñen cinturones de vegetales trenzados. Quiere la tradición popular, que se trate de los "minguillos", esos pequeños duendes maléficos dotados de poderes sobrenaturales, habitantes de cortijos, caserías y desvanes, con los que es mejor no encontrarse por los caminos, sobre todo en las horas nocturnas...
En estas tierras arriscadas, la lucha por la vida y el secular aislamiento, la subordinación a los fenómenos naturales y el temor al incierto porvenir, ha propiciado que todo se revista con una aureola mágica, de modo que los sincretismos, religiosos y culturales, han sobrevivido con una fuerza que en otros lugares ya se ha desvanecido.
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Basta observar el Aznaitín, el ibérico Naitín, en las diversas horas del día, en diferentes circunstancias meteorológicas, o en las distintas estaciones del año, para comprender la magia que evoca en los habitantes de la comarca, el temor reverente que a veces suscita en ellos y, en definitiva, el misterio con que éstos envuelven todos los sucesos relacionados con la maravillosa montaña.
El mejor ejemplo de lo dicho, nos lo ha proporcionado un "albanchurro" de pro, con un verso lapidario:
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"Mágina y su nube negra.
En el Aznaitín afila
su cuchillo la tormenta..."
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Salud y fraternidad.