martes, 16 de noviembre de 2010

"Albanchez de Mágina, nido de gorriones..." (De re poliorcética)

Albanchez de Mágina (Jaén), a la sombra de la Serranía de los Castillejos y el Monte Aznaitín.
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En época tan temprana como 1635, el erudito historiador del Santo Reino, el humanista don Martín Jimena Jurado (1615-1664), inició una curiosa labor de investigación, sobre poliorcética y castramentación, visitando los castillos de Jaén, que dibujó, aunque no llegó a estudiar ni una décima parte de ellos, trabajo que incluyera en sus Antigüedades de Jaén (1639?). Y se comprende que no culminase su intento, puesto que existieron más de cuatrocientas fortificaciones, entre recintos amurallados, atalayas de señales, castillos y alquerías fortificadas -de todo lo cual, hoy, sólo se conservan unos ciento cincuenta edificios-.
Sierra Mágina, en el alto Guadalquivir, fue desde antiguo lugar de paso para fenicios, romanos, visigodos, o musulmanes, que deseaban comerciar, conquistar, o ambas cosas, por lo que el dominio efectivo de la región imponía el levantamiento de recintos fortificados, que garantizasen la defensa del territorio.
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El "alcazarejo" de Albanchez, vigía del tiempo, sobre vertiginoso despeñadero.
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Íberos y romanos, fortificaron castrum y oppida, cerros amurallados en los que se situaban las poblaciones, y desde los cuales se controlaban los caseríos agrícolas, campos de cultivo y las calzadas. En las urbes más importantes, existieron también fortalezas, de tamaño reducido, con una guarnición permanente. Estos recintos, con algunos retoques, continuaron en uso durante la convulsa etapa visigoda.
Los invasores musulmanes, del siglo VIII, construirán sus defensas adaptando los elementos anteriores a las nuevas necesidades. Su utilidad, se hizo evidente durante las revueltas señoriales, en época califal con la rebelión de Ibn Hafsun y los muladíes, o la de los mozárabes, y luego con las disputas entre los reinos de taifas. Hasta resultar definitivamente imprescindibles, cuando esta zona se convierta en frontera, entre los reinos de Castilla y Granada, debiendo reforzarse unas defensas que había iniciado al-Hakem (961-976), para frenar el primer avance de los reinos cristianos, y que los asaltos de Alfonso VII, en 1147, habían debilitado.
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En esta fortificación espanta más el aterrador vacío, sobre el que se alza, que los recios muros.
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Durante todo el medievo, se levantarán fortificaciones según unos esquemas fijos, aunque con modelos muy variados. Las villas más importantes, se rodeaban de murallas, y quizá contaban con una fortaleza, de tamaño variable, donde acogerse en última instancia en caso de asalto. También existía el castillo señorial, rural, más o menos cómodo y lujoso, que defendía una villa menor y su comarca con los terrenos de labor.
Otro elemento defensivo, de menor entidad pero no menos importante, eran las atalayas de vigilancia y señales, torres distribuidas de manera regular en una línea defensiva, como sistema de comunicación fijo entre fortificaciones importantes. Para ello, se utilizaban señales ópticas: durante el día, espejos metálicos, o señales de humo, y durante la noche hogueras, y en ambas ocasiones señales acústicas mediante trompas o cuernos. Así, a base de un código convenido, se transmitían los avisos pertinentes sobre movimientos enemigos, a fin de tomar las medidas precisas y acudir con tropas donde fuere necesario.
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Según la perspectiva que adoptemos, se aprecian una o dos torres encaramadas a la peña.
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En Las Relaciones Topográficas de los pueblos de España (1574-1578), ordenadas por Felipe II, se dice: "La villa de Alvanchez tiene dos castillos, uno en lo alto de la dicha peña o sierra a questá arrimado, en lo alto della, y el otro más abajo y más cerca de la dicha villa. Los dichos dos castillos de la dicha villa de Alvanchez, el más alto hes de argamasa, y el otro más bajo hes de tapería e los çimientos son de piedra".
Se trata de una verdad relativa, pues si bien es cierto que hay dos fortificaciones, ninguna de ellas resulta ser lo que entendemos por "castillo".
Algún historiador, más poético y optimista que concienzudo, ha definido la fortificación de Albanchez como "Nido de Águilas", aunque a tenor de la categoría de su estructura, y sin que ello signifique demérito para su valor histórico, no pasará de "nido de gorriones".
Sobre una escarpada peña, en la Serranía de los Castillejos, formando parte de Sierra Mágina, se eleva el denominado "Castillo de Albanchez", porque a sus pies se encuentra la localidad de igual nombre. Pero el "alcazarejo" de Albanchez, no es propiamente un castillo, sino una "torre almenara" o "atalaya", aunque tampoco esto es exacto, pues se trata de una "atalaya dúplice". El caso es que, desde su estratégica posición, controla visualmente un amplio espacio territorial del contorno. Y no está sola, pertenece a una compleja red de fortalezas, cuya interrelación efectúa el control militar de la zona. Función que ejercía, vigilando el paso de montaña, el pueblo amurallado, y el valle del río Bedmar, mediante el enlace visual con los castillos de Jimena, Bedmar, Torres de Albanchez, Úbeda y Baeza.
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Las viejas leyendas, hablan de rocas deformes que son asaltantes milagrosamente petrificados, por intercesión celestial.
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Levantada en el siglo IX, por el rebelde musulmán Ibn al Saliya, señor de Sumuntán, posiblemente sobre una obra más antigua -visigoda, o celtíbero romana-, su estructura fue sucesivamente reforzada, así como las defensas de la villa que, hacia el siglo XI, fue amurallada, cuando dependía de la Cora de Yayyan -Xaén-.
En 1231 las tropas de Fernando III reconquistan esta población, que perteneció al señorío de Jódar hasta 1238, en que fue vendido a Úbeda. En 1309, Fernando IV concede Albanchez a la Encomienda de la Orden de Santiago, quedando como aldea de Bedmar, para formar posteriormente, junto con este lugar, la Encomienda de Bedmar y Albanchez. Los caballeros santiaguistas, darán a nuestra atalaya el aspecto actual, pues la forma redondeada de sus esquinas es típica de esta Orden, y en sus manos desempeñará un papel crucial, mientras sea lugar fronterizo con el reino moro de Granada.
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Aunque, por encima de cualquier otro milagro, está el de su fantástico equilibrio sobre las peñas.
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Su elevada situacion sobre cortados y breñas, el dificil acceso, y su reducido tamaño -apenas hay espacio para una decena de hombres-, delatan a las claras que dicho edificio no podía corresponder a una función defensiva del lugar, sino tan sólo de vigilancia. Para llegar hasta la atalaya, había que seguir un estrecho y zigzagueante sendero, que ascendía trabajosamente entre peñascos, bordeados de precipicios y despeñaderos. Para obstaculizar las parte más accesibles del monte, se añadieron diversos lienzos amurallados, a trechos regulares, de los que se aprecian unos treinta metros en la parte inferior, hacia el lado sur, del recinto. Todavía hoy, cuando se han colocado barandillas de madera y unos trescientos escalones, la ascensión resulta fatigosa y no muy segura.
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El caserío de Albanchez, "a vista de gorrión", desde la empinada atalaya.
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Al final del sinuoso sendero, se llega hasta una muralla, o coracha, de trece metros de longitud, que mediante una estrecha y baja poterna protegía el acceso al primer recinto. Éste, al que algún optimista ha calificado como "patio de armas", es un minúsculo espacio trapezoidal, con un lienzo de apenas diez metros dotado de merlones y saeteras, colocado a pico sobre el precipicio. Aquí se alza la "atalaya dúplice", pues se trata de dos estrechas torres, rectangulares, unidas por una esquina. En la base de la más adelantada, existe un aljibe de regular tamaño, que abastecía con agua de lluvia a los defensores. En la unión de ambas torres, un estrecho pasadizo, que apenas permite el paso de un hombre, y esto con grandes dificultades, conduce al piso superior de las dos atalayas, y a las almenas.
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El hueco de la izquierda da acceso a la cisterna, la abertura de la derecha conduce a las almenas.
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El enclave, podía resistir un asedio de forma indefinida, mientras contase con víveres suficientes y el aljibe lleno, pues el asalto era prácticamente imposible, ya que no hay espacio para emplazar máquinas de guerra, ni escalas, ni se pueden practicar minas.
No obstante, una vez desaparecido el enemigo musulmán con la caída del reino granadino, la atalaya del Albanchez, resultaba supérflua. Salvo alguna escaramuza, durante las reyertas señoriales y la guerra civil de los Trastamara, su utilidad desapareció por completo. A fines del siglo XVI, las crónicas dicen que estaba ya abandonada y en ruinas.

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"La neblina, del agua es madrina y del Sol vecina" [Refrán meteorológico, andalusí].
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Jesús Ávila Granados, otro incansable rastreador de enigmas celtibéricos, se ha referido a esta comarca como: "Sierra Mágina, uno de los escenarios más esotérico de la geografía hispana", y nosotros, aunque matizando el aumentativo, tenemos que darle la razón. Sobre todo después de aquella tarde de octubre, húmeda y neblinosa, cuando unos acogedores "albanchurros" nos deleitaron con los misterios, sucedidos, creencias y costumbres del lugar, al amor de la lumbre, en la vieja casona familiar de los Gila.
Allí, entre bromas y veras, salieron a relucir los espectros de su atalaya de Albanchez, junto con las fantasmales "caras de Belmez", que no son sino la punta de un iceberg sobre viejas creencias en espíritus, aparecidos y manifestaciones del submundo celtíbero. Nos hablaron de los zahoríes, que por aquí no son sólo quienes tienen el misterioso poder de conocer donde encontrar agua subterránea, sino también aquellos que adivina el futuro, como dice la copla:
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"Si yo fuera zajorí,
calara los pensamientos,
supiera lo porvenir..."
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"A veces, esa niebla la provocan las brujas, para ocultar sus aquelarres entre las abandonadas piedras".
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Y no faltaron los chascarrillos sobre los dos patronos del lugar, el más "veterano", san Roque, y el más "bisoño", Francisco de Paula (canonizado en 1519), el popular "Pachuelo", que, entre sus muchos milagros, debe contar con uno bien singular: la venida a Albanchez del Santo Grial... Bueno, una réplica del que, en la catedral de Valencia, veneran los cofrades levantinos de dicho santo.
Celestial "Pachuelo", al que lo mismo arrojan trigo a puñados, para propiciar buenas cosechas, que lo bañan en litros de colonia, para que llueva con abundancia, o que antaño despeñaban desde el barrio de "los Pilrreles", cuando no les concedía la ansiada lluvia. Santo que no es, sino el sincretismo de alguna vieja deidad celtíbera, pasada por el tamiz sincrético de heterodoxos ermitaños, curanderos serranos, los famosos "santos" que en esta sierra ejercen una "medicina mística", adquirida por gracia especial de la divinidad en el vientre de sus madres, como el "santo Custodio", la "santa Antonia", y tantos otros.
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Al caer la coche, los habitantes de las sombras, murciélagos, lechuzas y mochuelos, rondan la vieja atalaya susurrando su misterio...
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También la sombra del monte Aznaitín se proyectó sobre aquella tertulia, con su largo cortejo de malignos duendes "minguillos", enigmáticos centauros "juancaballo", tesoros árabes por los laberínticos recovecos de la cueva encantada, o el brumoso recuerdo del Dios celtíbero Naitín que habita en sus entrañas. Sí, "ese que manda el arco iris a recoger agua al río para preñar las nubes de lluvia...", el mismo que "arrastrando por el cielo carretones cargados de piedras, produce las tormentas y los truenos...", por eso, "cuando hay tronada, conviene estar atento, porque donde cae una centella puede encontrarse la Piedra del Rayo, que libra a la casa del fuego del cielo..."
Incluso, nos descubrieron insólitas propiedades del aceite de oliva, pues afirman los antiguos que, "si mudamos de casa, y no queremos que el gato se marche de la nueva vivienda, basta con untarle los pies de aceite virgen..." Y no faltaron las referencias a las actuaciones inquisitoriales, allá por finales del siglo XVI, que llevaron a las hogueras de Úbeda y Baeza, cerca de trescientos vecinos de los contornos, entre moriscos, judaizantes, alumbrados, brujos, endemoniados, hechiceros, herejes supersticiosos, y curanderos.
Luego, sin apenas darnos cuenta, la noche arrojó su negra capa sobre Albanchez. Por la almenas de su atalaya, "nido de gorriones", graznaba la lechuza y le respondía el mochuelo, mientras el murciélago zigzagueaba de acá para allá. En las empinadas calles, los niños pasaban cantando bajo la llovizna otoñal:
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"Agua del Cielo
crece el pelo:
¿Quién te lo ha dicho?
Mis dos luceros..."

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[Dedicado a Miss Brillet y Malvís, "aceituneros altivos...", a su mítica Fraga y a todos sus habitantes, humanos y animales].
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Salud y fraternidad.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Misterio románico en Úbeda...

En la confluencia de los ríos Jandulilla y Guadalquivir, existía un poblado íbero, de nombre Bétula, que los romanos transformaron en Colonia Salaria. Se dice que su nombre original puede ser latino, indicando su proximidad al río Betis, o celtíbero, por la abundancia de abedules, en lengua indígena "betu". Dicho lugar fue conocido luego como Úbeda la Vieja.
Muy cerca, sobre un cerro, desde el que se divisa Sierra Mágina y su imponente pico Aznaitín, existía otra ciudad íbera, de nombre ignorado, aunque se cree fundada por Idubeda, nieto de Tubal, la cual dependía de la vecina Bétula-Salaria. En tiempos de las invasiones visigodas, la ciudad del cerro, con el nombre de Bétula Nova, cobró importancia por su situación estratégica, a costa de Salaria que resultó abandonada. Su valor se acrecentó con la llegada de los invasores musulmanes, que la fortificaron y engrandecieron, entre 822-852, bajo el nombre de Madinat Ubbadat al-Arab: "Úbeda de los Árabes", para contrarrestar con su población totalmente musulmana, el peso de la sediciosa población mozárabe de la cercana Baeza.
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A partir del siglo XII, Úbeda, queda en zona fronteriza con el reino castellano, y sufre diversos asaltos. El episodio más curioso, es la "cruzada" del castellano-leonés Alfonso VII, que en 1147 se apoderó de Úbeda, Baeza y Almería, reteniéndolas durante diez años, hasta que los almohades las recuperaron en 1157.
Tras la victoria de Las Navas, en 1212, Úbeda es asaltada y devastada por Alfonso VIII, quien debe abandonarla al poco tiempo. Hasta que al fin, en 1233, Fernando III la retoma definitivamente para los castellanos y la convierte en ciudad realenga, cabeza de un arciprestazgo. Como ciudad fronteriza, con el reino de Granada, recibe privilegios y concesiones reales, para favorecer el asentamiento de colonos, castellanos y leoneses en su mayoría, que den estabilidad a la urbe donde convivirán con judíos y moriscos.
Esta convivencia de las tres culturas, hizo prosperar la ciudad hasta que, en 1368, la guerra civil castellana, entre Pedro I y Enrique II, enfrentó a la nobleza local entre sí, y de paso con sus vecinos. Disensiones que no finalizarán por completo, hasta 1507, cuando los reyes Isabel y Fernando impongan la paz tras demoler la Alcazaba y parte de las murallas.
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Al contrario de lo sucedido con el románico de Córdoba, el esplendor comercial y cultural de Úbeda durante el siglo XVI, propiciado por la poderosa nobleza, una vez pacificada, nos privará de los templos tardo-medievales levantados por los iniciales conquistadores castellanos, al remodelar o reconstruir, en plateresco y renacentista, unos edificios donde el gótico naciente se había mezclado con el románico tardío, perpetuando temas que en el norte ya habían "pasado de moda". En compensación, levantaron una urbe que entonces era conocida como la "Florencia de Andalucía", aunque eso no nos consuele por todo lo perdido.
El templo de San Pablo, segundo en antigüedad de Úbeda, es buen ejemplo de lo antedicho. Aquí hubo un santuario visigodo -quizá sobre uno íbero-, al que se permitió continuar su culto durante el inicio de la dominación musulmana, aunque luego fue convertido en mezquita de barrio. Durante la década de ocupación castellana (1147-1157), fue rehabilitado para uso cristiano, y vuelto a utilizar como mezquita por los almohades, y finalmente reedificado en estilo tardorrománico tras la reconquista de Fernando III (1233).
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De la antigua fábrica de San Pablo, quedan escasos vestigios, ya que en la guerra civil de los Trastamara, como la mayoría de Úbeda apoyaba al bastardo Enrique II, fue asaltada y saqueada por don Pedro Gil, en 1368, leal del legítimo Pedro I. Aprovechando la confusión del momento, los nazaríes granadinos asaltaron Úbeda, así que entre unos y otros nuestro templo resultó incendiado y casi completamente destruido.
Al reconstruirlo, se continuaron haciendo renovaciones y adiciones, de forma que hoy es un conjunto complejo que reune todos los estilos, desde románico hasta barroco. Su portada occidental, "de los Carpinteros" (1240), es uno de los pocos ejemplos de arquitectura tardorrománica de la ciudad reconquistada por los castellanos.
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No obstante, es en el ábside, acabado después de 1368 y remodelado en el siglo XVII con el añadido de la galería superior, donde quedan los elementos románicos más antiguos. Anteriores quizá a la conquista fernandina, e incluso a la época almohade.
Puestos ante el ábside, nuestra vista es atraída por una estética, aunque mastodóntica, fuente renacentista, adosada allí en 1559, y cargada de escudos nobiliarios. No deja de ser significativo que, habiendo tanto espacio en la plaza, se fuese a colocar la fuente precisamente allí... ¿Quizá porque se trataba de un viejo manantial sagrado, origen y motivo de la erección de los sucesivos templos en este lugar?
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Pero no es en la ostentosa fuente en lo que debemos fijarnos, sino en los contrafuertes y cornisas del abside, donde se han empotrado una serie de elementos escultóricos que, con toda claridad, se ve que proceden de un edifcio anterior. No sólo por el estilo, sino por la temática.
Hay grandes piezas, como águilas, leones y monstruos, que pueden haber pertenecido a una portada, junto con otros pequeños elementos, como cornisas con vegetales, frutos y serpientes, que demuestran ser labores románicas. De un románico tardío, ciertamente, pero románico al fin y al cabo.
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Su antigüedad, se aprecia especialmente en los canes, por lo que estos elementos sólo pueden provenir de dos edificios concretos: El templo levantado tras la conquista de Fernando III, en 1233, o el alzado durante la dominación castellana de Alfonso VII, entre 1147-1157. Allí se encuentran las figuras habituales, en este tipo de esculturas: parejas de animales, toneles, cabezas de hombres barbados, mujeres con tocados, animales luchando, frondosos vegetales.
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Pero, entre todos ellos, destaca un tema tan característico del románico que no puede serlo más: la pareja, formada por un músico y su compañera la bailarina contorsionista. Una representación, que figura en capiteles y canes del románico pleno, propio del siglo XII, con pertinaz insistencia, ya esté elaborada por los Magister de más fama, o por los más humildemente anónimos, desde el más perfecto estilo hasta el más burdo.
Aquí está el busilis del asunto. ¿Se trata de la persistencia tardía, de un motivo muy querido del románico? ¿O acaso, este motivo, demuestra que procede de un templo edificado durante los diez años de ocupación castellana, a mediados del siglo XII?
Item mas. ¿Por qué, tras tanto reconstruir y reedificar, cuando todo se hizo prácticamente nuevo, después de 1368, se volvieron a utilizar estas viejas piedras románicas, cuyo simbolismo -en teoría- ya debía haberse perdido? ¿Qué canteros, y que comitentes, fueron quienes nos dejaron este rompecabezas constructivo?
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Este es uno de los enigmas de Úbeda, pero hay más, muchos más...
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Salud y fraternidad.