viernes, 26 de diciembre de 2008

“Un vacío cofre del tesoro...”

"Feroz animal" románico. Restos del templo de Santa María del Castillo, Ayllón (Segovia).
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En una pequeña plazuela de Ayllón, descubrimos sobre la fachada de un templo del s.XVII, cierta figura que nos pareció románica. Estábamos haciendo fotos, cuando un dicharachero y zangolotino muchachito se nos acercó, para declarar que él conocía en qué lugar del templo había más "piedras antiguas". Así, fue mostrándonos por aquellos vetustos muros una serie de imágenes románicas, resto según afirmó de una iglesia desaparecida. Para nosotros fue, como encontrar un cofre del tesoro, saqueado ya desde antiguo, en cuyo fondo quedó olvidada una moneda o una joya, con las cuales soñar y lamentar lo perdido.
Entre templos y ermitas, Ayllón tuvo cerca de una docena de edificios religiosos románicos. En la actualidad sólo quedan en pie San Miguel, ya sin culto, muy reformada; y San Juan, convertida en museística vivienda particular. Las exiguas ruinas de San Nicolás, sirven como portada del cementerio; y la ermita de Santiago, es un montón de escombros entre los campos.
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Restos del templo de San Nicolás, Ayllón (Segovia), reutilizados en el cementerio. [Diapositivas 7 octubre 2000].
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Ídem anterior.
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La parroquial de la villa, es hoy Santa María la Mayor. Donde se encuentra este templo, se hallaba la antigua parroquia de Santa María del Castillo, cuya ruinosa nave se hundió la madrugada del 4 de marzo de 1697. Sabemos que, en 1523, el templo románico todavía se encontraba en pie, pues la documentación inquisitorial cita como testigo a “Pero Sainz, cura de Santa María del Castillo”. Poco más sabemos de este edificio románico, aunque Santa María la Mayor ha “heredado” algunos restos significativos de su precioso antecesor, pues aprovechando las piedras de aquel se levantó el templo actual, acabado en 1701.
Los canteros que levantaron el nuevo edificio, debieron encontrar interesantes, por algún motivo, determinados sillares esculturados del templo arruinado, pues los intercalaron por los muros de la nueva construcción. Si bien los colocaron un poco al azar, dichos elementos delatan haber formado parte de una típica portada. Y no cabe duda, que cuando fueron reutilizados debían encontrarse mejor conservados que ahora, al cabo de trescientos años.
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Restos del templo de Santa María del Castillo, Ayllón (Segovia), empotrados en los muros de Santa María la Mayor. [Fotos 20 diciembre 2008].
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Tenemos la pareja de “monstruos” andrófagos, que solían ir en las enjutas a cada lado de la portada, más otro animal “feroz” que formaría parte de algún conjunto historiado.
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Y esa preciosa pieza, quizá un dintel que soportara el tímpano, en la cual aparece magnífico crismón sostenido por una pareja de ángeles –aunque sólo resta uno y las manos del otro-, en actitud de volar. Y a su izquierda, un estupendo san Miguel con la balanza en la mano, pesando almas, una de las cuales parece aferrarse a sus alas solicitando ayuda. A pesar de la erosión, se aprecia que todo ello fue trabajado con cierta delicadeza en el detalle, y nos recuerda aquel dintel –si bien con más arte- de Nuestra Señora de la Peña, en Sepúlveda.
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No menos significativas son las otras piedras, aunque se trate de elementos “menores”. Como ese anillo con entrelazo céltico, o las rosáceas de doce pétalos inscritas en círculos perlados, o el encadenado en forma de “ochos” sobre arquillos. Todo lo cual, puede encontrarse en portadas segovianas o sorianas de los contornos.
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Sin olvidar la pequeña hornacina, con personaje inserto; o el arquillo –quizá de un alero-, bajo el que se cobija una severa cabeza, con barba y bigote, que parece llevar en el cabello una tonsura celta.
Pequeños fragmentos, leves sombras, humildes fósiles de un gigante, que atestiguan cómo aquí hubo un templo significativo. Lo bastante, para que los canteros del s.XVIII decidieran dejarnos este mapa del tesoro.
Y nos queda una duda razonable. Algunos de los sillares del nuevo templo, ¿si los pudiésemos ver por su cara interna, no resultarían ser los románicos compañeros esculturados, de aquellos pocos que nos guiñan su simbolismo desde los sombríos muros actuales?
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Salud y fraternidad.

viernes, 19 de diciembre de 2008

¡Feliz solsticio de invierno!

¡Que el nuevo solsticio nos traiga lo mejor a cada cual! ¡Que el próximo ciclo cósmico, sea próspero para todos y para el arte románico!
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Salud y fraternidad.

jueves, 18 de diciembre de 2008

San Crispín Leprechaun, el románico “zapatero de las hadas”.

Ese viejísimo libro románico de piedra, que es la portada sur en el templo de Santa María la Real, de Sangüesa (Navarra), muestra, entre otras muchas, la historia de unos curiosos genios de la Antigua Religión, de profesión zapateros...
Entre el embarullado tropel de personajes, que pueblan enjutas, pilares y arquivoltas, pasa desapercibido un dúo que está trabajando un zapato. Uno solo. Ambos tienen la pieza, terminada, sobre el regazo, mientras la repasan para rematarla y abrillantar el cuero.
No parece que haya en ellos mucho misterio, se trataría de san Crispín y su hermano Crispiniano, patronos de los zapateros medievales. Sin embargo, si algo conocemos de los imagineros románicos, es que sus obras nunca son lo que parecen, aunque parezcan lo que son.
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Dice la mitología cristiana que, en el s.III, los patricios romanos Crispín y Crispiniano abrazaron la nueva fe, repartieron sus bienes entre los pobres, y marcharon a Soissons, en la Galia. Allí aprendieron el oficio de zapatero, que ejercitaban con gran arte, para ganar el sustento, mientras predicaban a los irreductibles galos. Hacia el 288, por persistir en sus creencias contrarias al Imperio, fueron “premiados” con el martirio. Sus discípulos enterraron los cuerpos en Soissons, pero llevaron las cabezas a Roma.
En Britania, existe otra versión de este mito. Arviragus, rey celta de Powisland (Gales), tenía un hijo llamado Hugh en honor a uno de los cuervos de Odín. A pesar de ser fiel a la Antigua Religión, casó con una princesa cristiana, Winifred de Flintshire. Siguiendo el refrán de que “tiran más dos tetas que dos carretas”, Hugh hizo caso a su mujer y abrazó el cristianismo. El resultado fue, un completo rechazo social y la pobreza. Para sobrevivir, el galés se hizo zapatero. No le fue mal, predicaba por el día, trabajaba por la noche y mantenía su casa medianamente. Hasta que, condenados por agitadores, fueron ahorcados hacia el 300. Aquí, los discípulos hicieron algo bastante más extraño que los de Soissons. Siguiendo un viejo ritual céltico, descarnaron los cadáveres, y con los huesos hicieron herramientas propias del oficio. De aquí vino la tradición medieval, de llamar “Los huesos de san Hugh” a un lote de herramientas de zapatero.
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Así que tenemos a tres personajes, Crispín, Crispiniano y Hugh, celtas o relacionados con ellos, convertidos en santos patronos de los zapateros. Pero ¿su conexión celta es simple casualidad, o esconde algo más profundo?
Los dos primeros, van a vivir y predicar en la Galia. El tercero, no solo es galés de pura sangre, sino que en su matrimonio se une la Antigua Religión con la nueva.
En los países celtas de los primeros siglos, cuando el cristianismo no era todavía más que una oscura nubecilla en el horizonte, el gremio de los zapateros tenía por patronos a los Lugoves, tres personajes que no eran sino la manifestación triple del dios Lug. En nuestra Celtiberia, han quedado testimonios de ellos en diversas aras votivas de Galicia y Osma (Soria), en las que solo cambia el nombre del oferente: “Lugovibus sacrum L. Licinivs Vrcico collegio sutorum d.d.”. [A los sagrados Lugoves lo dedica L. Licinio Urcico del gremio de zapateros].
Una leyenda irlandesa, para explicar el carácter triple de Lug, dice que éste es el único superviviente de tres hermanos de igual nombre, los Lugoves. Estos tres personajes, no murieron cuando la Antigua Religión fue suplantada, los templos derribados y los druidas perseguidos.
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Las leyendas irlandesas y galesas, que son el último refugio de los viejos dioses, nos hablan del Leprechaun, el “zapatero de las hadas”, aunque este es el nombre para numerosos duendes de idéntica profesión, resabio de aquellos Lugoves. Los que aquí conocemos como trasgos, trasnos, o trasgus. Viven en las raíces de los árboles, o en las viejas ruinas, dedicados por el día a fumar su pipa y beber cerveza, y por la noche, mientras cantan alegremente, a su tarea de fabricar el calzado de las hadas, pero solo una pieza, nunca dos. ¿Quizá porque es para ciertas hadas, que tienen un pie humano y otro de oca?
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“Grandes botas de caza, zapatillas de salón
blancas de boda y rosas para bailar.
De esta manera, de esta manera,
fabricamos un solo zapato
y nos enriquecemos a cada puntada.
¡Tick-tack-tuck...! ¡Tick-tack-tuck...!”
(William Allingham 1824-1889).
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Cuando hay luna llena, se emborrachan y acaban cabalgando los campos sobre gatos, perros, o ganado doméstico. Tienen grandes riquezas, pues las hadas les pagan bien sus trabajos, y si alguien captura un Leprechaun, cosa difícil pues son sumamente escurridizos, éste entregará su oro a cambio de la libertad, aunque generalmente es un truco y al día siguiente el oro se ha convertido en carbón.
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El último eco, de los triples Lugoves, aparece en un cuento de los Hermanos Grimm, titulado “El zapatero y los duendes”. Trata de un artesano, reducido a la pobreza, al que esa noche solo le queda un trozo de cuero para un par de zapatos. A la mañana siguiente, lo encuentra convertido un precioso par de zapatos, que pudo vender a buen precio y comprar más cuero. El prodigio continuó, día tras día, y el zapatero salió de la miseria, aunque cada vez más intrigado. Faltando poco para la fecha mágica de la Navidad, la esposa del zapatero no pudo más. Propuso espiar escondidos, durante toda la noche, para ver al fin el misterio del caso. Dejaron una pequeña vela encendida y esperaron. Al dar las doce campanadas, vieron como, surgidos de la nada, entraban tres seres desnudos, pequeños como duendes, que se pusieron a la faena con presteza y antes del amanecer habían terminado numerosos pares de zapatos.
Ya solos, la mujer propuso al zapatero mostrar su gratitud a los duendecillos: ella confeccionaría tres pequeños trajes y él tres pares de botitas. Cuando los personajillos volvieron a la noche, encontraron los presentes. Se los encasquetaron, cantando y bailando ante el espejo: -“Ahora somos duendecillos agradables de ver. ¿Por qué zapateros tenemos que ser?”. Y desaparecieron para no volver más, aunque el zapatero ya no tuvo necesidad de sus servicios, pues todo le fue bien desde entonces.
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Lugoves, Leprechaun, duendecillos zapateros, todos ellos ramas de un solo tronco, el mismo del que brotarían Crispín, Crispiniano y Hugh. El tronco de la Antigua Religión, cuyos célticos retoños podemos apreciar en la magnífica portada de Santa María en Sangüesa. Allí, junto al Leprechaun, podemos contemplar al herrero Regin restaurando la mágica espada, Gram, con la cual Sigurd mata al dragón Fafnir, y al bañarse en su sangre entiende el “lenguaje de los pájaros”; también podemos ver el anillo de poder Andvarinaud, al Caballero del Ragnarok, la Serpiente del Midgard, la maga Kundry, la druidesa Morgana, y a tantos otros, que ya se han perdido en las nieblas de Avalon...
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Salud y fraternidad.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Lumias románicas, con patas de oca....

“¡Si tuvieras un rato para adentrarte andando por el valle angosto del río Talegones, hasta Lumías! Cuando estuve en abril había ruiseñores en la fronda de los huertos, por el molino viejo. Hay una iglesuela tan bien malhecha que parece perfecta. Y las casas de adobe y piedra, se cobijan contra el tajo abrupto de las rocas cortadas a pico que coronan racimos de nidos de golondrina y palomares en salientes y agujeros. Protegido del regañón y del cierzo, por el estrecho, el río manso apenas mueve al pasar las mimbres y los berros. Aquí saben aun los viejos las más primitivas rondas de Castilla...”(Avelino Hernández “Donde la Vieja Castilla se acaba”, 1982)..Enclavado en la Hoz del río Talegones, en las estribaciones de la Sierra de Pela, se encuentra el pueblo soriano de Lumías. Numerosos elementos del entorno: topónimos, megalitos, tainas, castros, tradiciones, nos dicen que estamos en tierra de arévacos, celtíberos que tanto dieron que hacer a Roma y luego a Almanzor.
Su templo, es obra del s.XIII elevado sobre uno anterior, aunque muy transformado en el XVI. Pero aquí, lo verdaderamente interesante, es lo que no se ve pero se conserva en la memoria. Porque se trata de restos culturales de la Religión Antigua, camuflados entre la mitología de la nueva fe. Las sacerdotisas y sacerdotes celtíberos, fueron transformados en brujas y brujos, sus santuarios en lugares de aquelarre, y sus divinidades en seres diabólicos, pero no fueron olvidados. Recordemos que estamos a dos pasos de la gran ciudad arévaca de Termancia, y a otros dos del enclave brujeril de Barahona.
.Estos mitos vienen de bien antiguo y eran perfectamente conocidos por los habitantes medievales, que en el siglo XII los nombran con total naturalidad, como sabidos por todos, hasta el punto de que uno de ellos figura en el Cantar del Mío Cid. La narración cuenta, cómo la hueste del mercenario Rodrigo Díaz de Vivar transitaba por la Calzada de Quinea, que viene de Osma y va hacia Sigüenza:
.Assiniestro dexan Agriza
que Álamos pobló.
Allí son los cannos
do a Elpha encerró
”.
.En trascripción moderna: “A izquierda dejan Agriza que Álamos pobló. Allí están los túneles donde a Elfa encerró”. El autor del Cantar se refiere a un pueblo de esta zona soriana, hoy desaparecido, que sitúa como escenario de una mítica gesta de Hércules, a quien cita por su sobrenombre de “Álamos” a causa del árbol que le estaba consagrado, el cual hizo desaparecer bajo tierra a una lamia llamada Elfa.
Da igual el lugar concreto, lo importante es que en Castilla pervivían creencias y mitos de las antiguas divinidades celtíberas, que el autor del Cantar empleó en un contexto culto, acorde con el “Renacimiento clásico” que tenía lugar en la Europa del s.XII, asimilando el mito a una hazaña de Hércules cuando, en la tradición popular, se trataba de algo más cercano.
.En la religión de los pueblos célticos, existen unos espíritus o ninfas de las aguas dulces, cuya apariencia física aúna caracteres humanos y animales: jóvenes de gran belleza, tienen pies de oca, o gallina, o como colas de serpientes, o de pescados. Son de carácter ambivalente, como el elemento en el que viven, cuya naturaleza mágica es creadora y destructora a un tiempo. De igual modo, los nombres por los que son conocidos, en ocasiones prestados de religiones posteriores: Korrigans, en Britania; Melusinas, en la Galia; Xanas, en Asturias; Janas, en León; Mozas de Agua, en Cantabria; Dones d’Aigua, en Cataluña; Lamiñak, en Euskadi; Lainas, en Aragón; Lumias, en Galicia; Lamias, en Castilla; etc., no son siempre exclusivos de una región, y pueden aparecer en otras con cierta frecuencia..Quien primero nos ilustró, sobre el origen mágico del topónimo Lumías (Soria), fue el erudito sacerdote del Burgo de Osma, don Francisco Palacios, un verano ya lejano de 1981. Dos veranos más tarde, nos confirmó sus datos don Doroteo García Yagüe, el culto guarda jurado de la cercana ciudad arévaco-romana de Termancia-Tiermes. En esencia, salvando los recursos narrativos, ambos atribuyeron el topónimo Lumías, a la presencia de estos seres míticos en la Hoz del río Talegones, según la leyenda que, cada uno por separado, habían recogido de los ancianos del lugar..
“Marchando por el monte con su rebaño, un pastor sorprendió cierta lamia, la cual acicalaba sus cabellos con peine de oro, junto a una fuente, en la entrada de su cueva. Aquella lamia era tan hermosa, que el mozo quedó prendado. Sin pensarlo dos veces la requirió de amores, y aunque ella se hacía de rogar no se desanimó. Cada vez que pasaba por la cueva, volvía a proponerle matrimonio. Ante tanta insistencia, la lamia, consintió aceptarlo por esposo, pero tan sólo si el mozo conseguía averiguar, a la primera, cuantos años tenía ella.
El pastor regresó a la majada, muy abatido, pues encontraba imposible solucionar tal enigma. Cuando sus compadres lo vieron tan cabizbajo, le aconsejaron consultar a cierta vecina del cercano Barahona, afamada de bruja. Porque aquella era una boda ventajosa, ya que la lamia custodiaba un fabuloso tesoro, entre otras cosas un cordero de oro, y una gallina de lo mismo con sus polluelos. Ni corto ni perezoso, se confió el mozo con la de Barahona, quien a cambio de siete ovejas rollizas se ofreció para resolver el caso.
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A los tres días se encaminó la bruja para la cueva, se colocó en su entrada, levantó sus sayas y retorció el cuerpo con tal arte que asomaba la cara entre las nalgas, al tiempo que enseñaba su sexo desnudo. Así puesta, llamó con voces estridentes, acudió la lamia al escándalo y, estremecida de asombro por lo que veía, exclamó:
-¡Que horror! En mis ciento veinte años, nunca he visto algo tan espantoso.
La bruja, salió volando para entregar al pastor la solución del enigma y cobrar su paga. Al enamorado mozo le faltó tiempo para presentarse en la cueva, al día siguiente, y responder el enigma de la lamia:
-Puedo decirle que, ni más ni menos, acaba de cumplir ciento veinte años cabales.
Al encanto no le quedó más remedio que cumplir su promesa, aunque puso la condición de que él jamás debería mirarle los pies. Fue el pastor a pedir el consentimiento de los padres, más al saber su abuela la noticia, le advirtió que, sin hacer caso de condiciones, procurase averiguar como eran aquellos pies que su amada lamia pretendía ocultarle.
Acudió el mozo a la cueva, regularmente, como si fuese de cortejo y, al cabo de varias visitas, pudo espiar de reojo los pies de la dama. ¡Eran igualitos que patas de ocas! Pero, puso tal cara de asombro, que la lamia se dio cuenta. Una vez descubierto su secreto, ella desapareció por ensalmo, junto con la cueva y solo dejó la fuente. El pastor quedó tan triste, por sus burlados amores, que enfermó de melancolía y a las pocas semanas murió sentado al borde de la fuente, sin dejar de soñar con su amada lamia”
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San Martín Dumiense ya decía de los celtas hispanos, en el siglo VI: “En el mar invocan a Neptuno, en los ríos a las Lamias, en los bosques a Diana, que son todos demonios malignos...” Demonios que, huyendo de la nueva fe, se convirtieron en leyenda. Una leyenda que corría libremente por estos contornos, allá por el siglo XII, cuando el anónimo autor del Cantar del Mío Cid, incluyó en su relato, como dato orientador al parecer conocido de todos, el mito del héroe que hizo desaparecer bajo tierra una peligrosa Lamia... Una leyenda, con la cual, hemos doblado otro recodo del laberinto románico.
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[Dedicado a mi particular "bandada de ocas"...]
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Salud y fraternidad.

lunes, 1 de diciembre de 2008

“Noviembre, dichoso mes, que entra con los Santos y sale con san Andrés”

Comenzamos el mes de noviembre con la festividad de los Santos y, siguiendo el refrán popular, vamos a terminarlo con la de san Andrés. Si aquella era trasunto de la celebración celta de Samhain, sobre los espíritus del Más Allá que vuelven de visita, ésta hace referencia a las almas errantes y el camino que les conduce al Otro Mundo.
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Donde los tremendos acantilados de la sierra Capelada se despeñan al Océano Tenebroso, se alza el santuario de San Andrés de Teixido. Este apartado lugar de Galicia, fue concurrido enclave de peregrinos desde la más remota antigüedad. Se trata de un santuario relacionado con el culto que las poblaciones célticas, del litoral atlántico, vinculaban a los promontorios terminales del mundo antiguo. No en vano, éste se conoce también como “Santo André de Lonxe” y “Santo André do cabo do mundo”, cuyos cultos y ritos referidos a la fertilidad, a través del ciclo muerte-renacimiento, apenas quedan disimulados por la advocación sincrética que la nueva religión adjudicó al lugar, mediante el apóstol san Andrés. Los druidas y druidesas que continuaron acudiendo al lugar, fueron desprestigiados por los sacerdotes de la nueva religión al asimilarlos a bruxos y meigas. Sin embargo, el viejo culto con los viejos ritos no murieron por completo, y todavía hoy los “creyentes” de la nueva religión siguen con las prácticas de la Antigua.
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Los documentos nos dicen que, en el s.XII, el lugar de Santo Andrés y su capilla románica están bajo la protección de los condes de Trava. En 1196 pertenecen a los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén y luego pasan a los señores de Andrade, aunque el edificio actual es producto de las reformas sufridas entre los ss.XVI y XVIII. Del primitivo santuario románico, tan solo es visible un capitel, muy maltratado, convertido hoy en pila benditera.
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La leyenda hagiográfica, creada para suplantar a las divinidades célticas afines a Bran-ab-Llyr, dice que san Andrés llegó en barca a estos acantilados, donde hubo de naufragar. El santo se salvó y, por milagro del cielo, su navío se convirtió en piedra en el mismo lugar en que se estrellara contra las rocas. Ese peñasco, es todavía conocido como A Barca.
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Ó Santo Andrés do Lonxe
hei de ir...
Viñas polo mar do fondo

e polo ceo de enriba;
viñas axiña e dispacio,
non chegabas, pero viñas.
(Xosé Ángel Valente, Sete Cántigas de Alén 1981).
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Nuestro santo, levantó un pequeño templo y se dedicó a evangelizar las poblaciones célticas de la comarca. Pero eran tan pocos los fieles, que consiguió reunir, y menos los que acudían al santuario, a pesar de sus milagrosas curaciones, que cada día Andrés se lamentaba amargamente.
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Así las cosas, se presentaron, disfrazados de peregrinos, el propio Dios con san Pedro. Al comprobar lo legítimo de sus quejas, el Supremo prometió que su humilde templo se convertiría en santuario, cuya romería duraría hasta el fin de los tiempos, y al cual tendrían que ir todos los mortales al menos una vez para poder pasar a la Otra Existencia. Y el que no lo hiciera de vivo, tendría que venir tras haber muerto: “Ao Santo Andrés de Teixido, vai de morto o que non foi de vivo”. Y diz que, una vez cumplida su romería gallega, las almas embarcaban al anochecer para el más allá en la “barca de piedra” del apóstol de Teixido.
Casualmente el héroe celta Cú Chulainn, es visitado por el rey de Otro Mundo, Donn o Derga, que le invita a visitar su reino. Este dios de los muertos, tiene una escarpada isla rocosa “Tech nDuinn” –la Casa de Donn-, donde se reúnen las almas de los difuntos antes de emprender su viaje al Más Allá, en una embarcación mágica...
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En esta comarca de Cotobade, llaman Camiño de Santo André a la Vía Láctea y dicen que acaba sobre el santuario. Este es el “camino” que las almas perdidas deben tomar para llegar al otro mundo. En la antigüedad la función de acompañantes de almas estaba encomendada a los Lares Cecaeci, pues ellas andaban como desconcertadas y no atinaban a encontrar el rumbo del Más Allá, de la Isla de los Bienaventurados.
Cuando alguien fallece sin haber cumplido el viaje, a Teixido, los familiares lo hacen en su lugar. Antes de emprender la peregrinación “delegada”, los deudos van al cementerio donde, con tres golpes de bastón sobre la tumba, invitan al espíritu del difunto para que haga el viaje con ellos. Luego hay que hacerle sitio en el carro o aparejarle una cabalgadura (modernamente se le compra billete para el autobús, o le dejan asiento libre en el coche). También hay que hablarles de cuando en cuando, por el camino, para que no se extravíen de su lado.
Dicen que una vez unos mozos que subían a la romería de San Andrés de Teixido encontraron una calavera en medio del monte. Lejos de asustarse, comenzaron a jugar con ella como si esta fuese un balón de fútbol; y así, patada va patada viene, llegaron al santuario. Entonces, la calavera, habló para agradecer a los jóvenes haberla subido hasta allí y permitirle completar una peregrinación que la muerte había interrumpido en mitad del ascenso.
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Cuentan los lugareños, que al caer la noche se escuchan sonidos de pasos perdidos en la oscuridad y lamentos de almas en pena que vagan en busca del perdón. Los que no hicieron el viaje en vida y tras la muerte no tienen familiares que “lleven sus almas”, volverán reencarnados en alimañas que deben vagar desde su tumba hasta el santuario, por eso las gentes tienen cuidado de no maltratar las que encuentran durante la romería o cerca del santuario: lagartijas, moscas, culebras, sapos, garduñas, orugas, escarabajos, etc. Una reencarnación, o trasmigración, que se asemeja mucho a aquella en la que creían los celtas.
En relación con esto, hay un curioso ritual lítico. Los romeros van dejando en los cruces de camino una piedrecilla, como testimonio de su paso, crean así montículos llamados amilladoiros, se dice que las piedrecillas de los amilladoiros “hablarán” el día del Juicio Final para decir quien cumplió con la peregrinación. (Lo mismo hacían los antiguos, con las esculturas del dios Jano y Mercurio sitas en las encrucijadas).
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Quienes habían estado en peligro de muerte, eran llevados por sus familiares dentro del ataúd, o ellos mismos lo llevaban a cuestas, para dejarlo como exvoto, en la creencia de que la Muerte se quedaría allí y no volvería a visitarlos en mucho tiempo.
Todas estas prácticas rituales contienen el recuerdo del viaje de las almas al mundo de ultratumba, propio de las creencias religiosas de los pueblos célticos. No deja de ser significativo que, en la casa del dios Donn -o Derga- solo pueden entrar los muertos o aquellos que van a morir.
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Otra costumbre es la de las “candelas”, o velas, que se dejan allí para que alumbren las almas difuntas, aquellas carentes de familiares que se las lleven, y encuentren el camino del santuario. También son habituales las figuras de cera, con la forma de aquella parte del cuerpo que se desea sanar, y que se deja como exvoto para que el santo “sepa” dónde duele y debe actuar.
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Poco más abajo del santuario, se encuentra “A fonte do tres canos” o “Fonte do santo”. Su agua, bebida con fe, se dice curativo-milagrosa, y además concede deseos. Para que se cumplan los deseos, hay que beber por los tres caños de la fuente y para estar seguro de que se conceden se debe tirar un trocito de pan en el agua, si este flota se cumplirá lo pedido, si se hunde habrá que intentarlo el año siguiente.
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En este lugar, no podían faltar los amuletos. Los más evidentes se conocen como “Sanandreses”, unas figuritas de miga de pan, pintadas de vivos colores. Originalmente eran tres: hombre, mujer y paloma. Ahora son cinco y el que los tenga consigo nunca estará desamparado: La mano, para el amor y las buenas compañías. El pez, para el trabajo y el sustento. La barca, para los viajes, la casa y los negocios. El santo, para la salud física y mental, y la buena convivencia. La flor, para los estudios, las pruebas y el buen sentido, contra envidias y maleficios.
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El otro importante amuleto es la “Herba namoreira” o “herba de namorar”, una especie de “clavel de aire” (Armeria pubigera), propicio para el erotismo y la fertilidad.
Se dice buena para solventar los problemas de amores, y afectivos en general. Metiendo una ramita de ésta hierba en el bolsillo de la persona amada, se supone que caerá rendida por nuestros huesos. Además de favorecer el casamiento, es buena para facilitar la fertilidad. Un refrán gallego dice: “A San Andrés van dous y veñen tres: milagros que o santo faes”, no tanto por el poder fertilizante del santuario, sino porque su fiesta facilita los encuentros íntimos entre los jóvenes que acuden.
Una de las tradiciones, sobre fertilidad, consiste en volver de la romería con “El ramo de san Andrés”, el cual está compuesto por una vara de avellano que lleva atadas varias ramitas de tejo y una herba de namorar.
Algo muy parecido al báculo de los druidas, aunque aquel añadiría ramas de muérdago...
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Teño una herba de namorar,
Teño pensado quen á levar
Na faltriquiera heicha de poñer
Para namorarte a ti muller.
(Cantar de la foliada).
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El recuerdo de las viejas gentes célticas y su religión, ha quedado también en una serie de leyendas que tapizan los bosques y laderas rocosas de la región. Camino del cementerio, hay una peña “do encanto”, que contiene una doncella encantada, la cual se manifiesta cada año en la noche de San Juan, esperando que algún hombre la desencante. Según éste se acerca ella se va transformando, de hermosa doncella en monstruo abominable, si alguien se atreve a besarlo se rompe el encanto y el galán puede casarse con la joven y disfrutar de los tesoros que guarda en la peña.
La tradición se repite en el Coto das Fondas, con otras mozas encantadas, las cuales están así por desobedientes, al negarse a tomar por maridos los pretendientes asignados por los padres.
Otra leyenda habla de la meiga Aldonza, que convirtió a la bella mora Miriam Xelda en zarzal encantado, en el cual quedaban atrapadas, y hechizadas para siempre, cuantas mozas por descuido allí se enganchaban.
Aún en la actualidad, el lugar de Teixido es sitio de reunión para la brujería regional. Por eso, dicen, el tejado del santuario está plagado de piedras puntiagudas: para que las meigas no se sienten sobre él. Haberlas ahílas...
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Pó-lo camiño ei ven un home
aínda ven lonxe, lonxe, lonxe...
Eu non sei si anda ou si corre,
porque ven lonxe, lonxe, lonxe.
¡Quen fora galgo,
quen fora paxaro,
quen fora vento!
(Anónimo s.XVI).
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Salud y fraternidad.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Canteros, caracoles de la piedra...

Templo de San Miguel, Caltojar (Soria), inicios s.XIII. [Fotos 31 octubre 2008].
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Caltojar (Soria).
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Caltojar (Soria).
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Monasterio de Nuestra Señora, Granja de Moreruela (Zamora), s.XII-XIII. [Diapositivas 12 octubre 1984].
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Granja de Moreruela.
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Granja de Moreruela.
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Granja de Moreruela.
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Granja de Moreruela.
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Templo de Santa María del Azoque, Benavente (Zamora), mediados s.XII. [Fotos 29 junio 2008].
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Benavente.
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En numerosos signos lapidarios, dejados por los Compañeros Constructores sobre los sillares de aquellos templos que ayudaron a levantar, aparece la figura geométrica espiral, en forma más o menos compleja.
Esa espiral, lo primero que nos evoca es la concha del caracol. El sencillo caracol, con su avance lento pero cierto. Así, al margen de otros significados más complejos de la espiral, a los que no son ajenos estos signos lapidarios, los canteros bien pueden presumir del caracol como símbolo de oficio. Y pueden hacerlo por muchas razones, la más simple y directa porque, al igual que el sabroso molusco, el compañero lapidario debe avanzar lento y seguro, trabajar de forma pausada, para sacar de la piedra lo que su espíritu le dice que hay encerrado en ella. La obra bien hecha, nunca es apresurada. Las prisas, sólo sirven para extraviarse por el laberinto...
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Salud y fraternidad.