miércoles, 23 de noviembre de 2011

Sombras, nada más...

Hay muchos templos románicos, de singular importancia, que no figuran en los libros de arte. Las comarcas castellanas, están plagadas de ejemplos al respecto, conocemos su existencia pero nadie habla de ellos. ¿Por qué éste olvido?
Muy sencillo, tales edificios hace siglos que desaparecieron, tragados por la barbarie, la incuria, la estulticia del vulgo y la complicidad de las autoridades. Sólo unos pocos documentos, o el recuerdo de algunos lugareños, nos dan fe que de una vez fueron reales.
Sin embargo, no todos han desaparecido por completo, de unos cuantos quedan todavía restos dispersos, piedras labradas abandonadas en sitios inverosímiles, sombras de su gloria, solamente sombras.
En algunos lugares, tales restos pétreos, ni siquiera se conoce de dónde proceden, ni a qué templo pertenecieron. No obstante, su elaborada belleza los delata como propios de edificios singulares, ricos en arte y simbolismo.

Unos pocos de esos restos, se encuentran en el pueblo burgalés de Hontoria de Valdearados. Su parroquial, de San Esteban, es obra gótico-renacentista del s.XVI, con añadidos neoclásicos del s.XVIII, sin que tengamos noticia alguna de un templo anterior.
A pesar de ello, sobre su portada campean varios sillares románicos. Se trata de lo que fue una chambrana, con cabezas de clavo, y una imposta de lo mismo. Son unos elementos bien humildes, es cierto, pero a quienes levantaron este edificio les parecieron suficientes para dar un toque "elegante" al sencillo acceso al templo.
¿Eso es todo, para esto hemos hecho tal viaje?

No parecen, en absoluto, elementos de una entidad que justifiquen el desplazamiento, hasta allí, de algún "enamorado" del románico, si acaso, tal vez, de algún "loco" seguidor de dicho arte. Sin embargo, estos muros nos deparan una sorpresa. Pero es preciso aguzar la vista, y escudriñar con cuidado por los rincones.
La fachada oeste, está tan desprovista de atractivo que basta una simple ojeada, de refilón, para pasarla de largo. Pero, si hacemos tal cosa, nos perderemos aquello por lo que merece la pena visitar este edificio.

A gran altura, en el testero de la nave central, se abre un óculo que la ilumina, la nave sur tiene otro, pero está cegado. Justo sobre él, se distinguen unas piedras extrañas, que parecen trabajadas. Es preciso utilizar el zoom de una cámara fotográfica, o unos prismáticos, para distinguir con claridad de qué se trata.
Y la sorpresa es mayúscula, porque estamos ante tres grandes capiteles dobles, seguramente procedentes de una claustro o galería porticada, empotrados en ese muro como material de relleno.

En el primero, de izquierda a derecha, campea una pareja de encapuchadas arpías, de cuidado plumaje, afrontadas, que vuelven la cabeza, mientras entrelazan serpentinamente unas colas de carácter vegetal.

El segundo, está habitado por dos esbeltos y elegantes grifos, que se vuelven la grupa, y cuyos cuellos son enlazados por sendos tallos vegetales.

En el tercero, se escenifica una psicostasis, o pesaje de las almas, donde un estoico arcángel san Miguel contiende con un tramposo demonio, empeñado en trampear la balanza del alma para que se incline a su favor. 

Pero eso no es todo, las sorpresas continúan. Justo al lado derecho de los antedichos, ahora en el muro oeste de la torre que da acceso a la espadaña, contemplamos, casi a similar altura, otro trío de dúplices capiteles, compañeros de los anteriores.
Todos de idéntica factura, de idéntica exquisita labra, deudores del segundo taller de canteros que trabajó en Santo Domingo de Silos, y emparentados con el también desaparecido Monasterio de San Pedro, en Gumiel de Hizán.

El primero, parcialmente oculto por un bajante del canalón, presenta en una esquina dos aves de largos cuellos, entrelazados, en los que se enredan tallos vegetales, la otra esquina muestra parte de otro tipo de ave, pero el cemento oculta el resto.
  
En el segundo, una serie de carnosas hojas estriadas, superpuestas, y esbeltas a desdén de su tamaño, se despliegan abarcando todo el espacio disponible en los capiteles.

Por fin, en el tercero, aparecen dos personajes indeterminados, de ricas vestiduras, junto con un animal irreconocible, todos ellos rodeados de exuberante vegetación.

¿De quién fue la idea de empotrar allí arriba tales piedras? ¿Por qué lo hizo, si en ese emplazamiento apenas son visibles?
Pero el misterio de tales restos, no sólo consiste en el lugar al que han ido a parar, sino en el lugar del que proceden. Hasta el presente, no se han encontrado documentos que indiquen a que templo pertenecían. ¿Son fragmentos de un templo parroquial anterior? ¿Fueron traídos de algún monasterio cercano, desaparecido, como el de San Isidoro (1048), o el de San Quirce de Valdefrades (1100), ambos dependientes de San Pedro de Arlanza?
Quizá, algún día, aparezcan los documentos necesarios para su identificación, o mejor todavía, quizá alguien decida que estos capiteles son lo bastante valiosos como para bajarlos de su emparedamiento, antes que los elementos climáticos los pulvericen, y merezcan ser expuesto en un museo.

Salud y fraternidad.

jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Románico romano... o romano románico?

Ermita del Santo Cristo, en Coruña del Conde (Burgos), ss.XI-XII. 

Sobre un elevado cerro en las afueras de Coruña del Conde, dominando por encima del feudal castillo, se alza un curioso templo que no sabemos si denominar "románico" o "romano".
Se trata de un curioso ejemplar, híbrido en muchos sentidos, de la arquitectura medieval. Su ábside recto, es un arcaísmo prerrománico, del s.XI, como en los casos de Santa María, en Condado de Valdivielso, y la ermita de Santa María del Campo, en Carrias, todos en tierras burgalesas.

Ermita, muro norte del ábside, capitel corintio romano.

La nave de esta ermita, no obstante, se levantó en el s.XII, seguramente por ruina de la anterior estructura. Ella y su portada, son ya plenamente románicas. Pero no surge de esta diferencia, puramente estructural, nuestro titubeo inicial, entre "románico" o "romano".
Cuando los arqueólogos del siglo XIX -"anticuarios" les decían entonces-, decidieron denominar "románico" al estilo artístico del medievo inicial, lo hicieron basándose en el hecho de que, tal estilo, se dio en los países cuyos idiomas tenían lenguas "romances", es decir, derivadas del latín hablado por el Imperio Romano.
Ermita, muro este de la nave, Sileno con palmera.

Sin embargo, en el caso de esta ermita burgalesa, debemos admitir que el nombre "románico" no le cuadraría mal, incluso, si se lo adjudicáramos como presunta derivación de la tradición constructiva y escultórica de los romanos que colonizaron, también culturalmente, aquella Hispania celtibérica.
A poco que no fijemos un poco en sus muros, notaremos que allí hay cosas que no encajan. Por doquier, aparecen parte de sillares tallados con extrañas figuras, unas al derecho, otras invertidas, trozos trajabados que se nota bien claro que proceden de otra estructura, de otro edificio que, evidentemente, no es románico, mozárabe, ni visigodo...
Ermita, muro sur del ábside, rostro con guirnalda.

Aquel capitel corintio, esa placa con Sileno que lleva entre sus manos una palmera, la florida guirnalda que enmarca un rostro clásico, la crátera de donde brotan tallos y flores, los trozos de pilastras estriadas, los acanalados tambores de columnas, los pedazos de cornisa vegetal, y esos fragmentos de lápidas funerarias con parte de sus epitafios... ¡escritas en latín clásico!
Todo denota, que en esos muros medievales se han integrado numerosos restos de algún edificio romano, o de varios.
¿Estamos ante un misterio sin respuesta, o una broma del magister cantero que labró este templo?
Ermita, muro sur del ábside, cratera con vegetales y flores.

Ni misterio ignoto, ni broma de oficio. La respuesta es bien sencilla, y está muy cerca.
A caballo entre Burgos y Soria, en la orilla izquierda del río Arandilla, el Cerro del Cuerno guarda las ruinas del primitivo asentamiento celtíbero de Kolonioukou. Cuando el castro creció, su expansión se orientó a ocupar, justo enfrente, la extensa meseta del Alto del Castro, abrazada por la ribera derecha del río Arandilla, afluente del cercano Duero, tomando la ciudad el nombre de Cluniaco.
Allí están, todavía, las ruinas de esa capital de los arévacos, la tribu celtíbera más poderosa del centro peninsular.
Ermita, portada sur, jamba con fragmento de pilastra estriada.

Conquistada por los romanos, Tiberio (41 a.C.-37 d.C.) la hizo municipium, con derecho para acuñar moneda. En ella residía el gobernador de la Hispania Citerior, el general Servio Sulpicio Galba (68-69), quien al mando de la legión VI Victrix, compuesta por romanos y arévacos, se rebeló contra Nerón autoproclamándose emperador. En agradecimiento, por su apoyo, Galba otorgó al municipio el rango de colonia, con el nombre de Clunia Sulpicia.
Ermita, muro sur del ábside, fragmento de lápida funeraria.

Situada en la vía que desde Tarraco, pasando por Cesaraugusta, unía con Astúrica Augusta, fue una de las más grandes e importantes de la Hispania romana, pues, como capital del convento jurídico Conventus Cluniensis, en la provincia Hispania Citerior Tarraconensis, ejercía su jurisdicción sobre várdulos, pelendones, turmódigos, velienses, autrigones, numantinos, arévacos y vacceos.
La ciudad llegó a tener cerca de cincuenta mil habitantes, asentados sobre unas 130 hectáreas, estando ricamente equipada con edificios administrativos y servicios públicos.
Ermita, muro este del ábside, fragmento de lápida funeraria.

Su esplendor se extendió hasta finales del s.III, cuando fue asaltada por los invasores franco-alamanes, lo que inició su lenta decadencia. A pesar de todo, continuó habitada tras la conquista visigoda, con un moderado florecimiento en el s.V, llegando a pervivir hasta que, en 713, fue arrasada por los musulmanes de Tariq ibn Ziyad.
Cuando los castellanos reconquistan y repueblan la zona, a partir del 912, ya no se instalarán en la meseta cubierta de ruinas, sino a sus pies, fundando la población que hoy conocemos como Coruña del Conde. Posteriormente, la villa cedió la meseta y las ruinas de Clunia al vecino pueblo de Peñalba de Castro, a cambio de ciertos derechos de abastecimiento de agua.
Ermita, muro sur, basa de columna con encastre para espigon metálico de unión.

Desde el medievo, las inmensas ruinas de Clunia Sulpicia Galba han servido de cantera para los pueblos de su entorno. Los castillos de Coruña del Conde y Peñaranda de Duero, están enteramente construidos con sillares y restos ornamentales romanos, los palacios nobles, o las casas y granjas de los villanos, se alzaron igualmente con los despojos de Clunia.
Los clérigos hicieron lo propio, y levantaron los templos del nuevo dios con las piedras de los templos de aquellos viejos dioses de Roma.
Ermita, alero sur, fragmento de cornisa romana en función de ménsula.

Pero la ciudad era tan grande que, cuando en 1788 Juan Loperráez publicó un plano de sus ruinas, todavía se apreciaba el trazado de calles, plazas, muros, columnas, las termas, el teatro, y restos de murallas. A pesar de tantos siglos de expolio, en el siglo XVIII todavía era un conjunto monumental impresionante, repleto de tesoros.
No obstante el reconocimiento de su valor histórico, por los intelectuales ilustrados, el saqueo persistió hasta 1931, cuando los arqueólogos dejaron de manifiesto la relevancia del yacimiento y se decidió, por fin, la conservación. ¡A buenas horas!
Ermita, alero sur, "espadaña" con sillares romanos y tambores  estriados de columnas.

Clunia es hoy es un yacimiento arqueológico de pimer orden, perfectamente organizado para su visita, que cuenta con un pequeño museo, y donde se realizan periódicas campañas de excavación que, aunque parezca increíble, continúan haciendo aflorer pequeños tesoros.
No obstante, el amplio foro con efigies de sus mandatarios, las basílicas repletas de esculturas nobiliarias, el teatro para diez mil espectadores, las mansiones de bellos mosaicos, el mercado porticado con sus tabernae, las lujosas termas, los templos de broncíneas divinidades, las preciosistas estelas funerarias, hoy son tan sólo una niebla deshilachada, cuyos jirones se desparraman por cada edificación de la comarca circundante.
Contemplando esta desolación, no podemos menos que recordar aquel refrán latino: "Leonem mortuum etiam catuli morsicant", que en román paladino significa: "Al león muerto incluso los cachorros lo mordisquean..."

Salud y fraternidad.