domingo, 24 de enero de 2010

Sant Joan de Boí, la guarida del “Bestiario”...

Entre los siglos X a XII, la localidad de Boi fue cabecera administrativa y religiosa del valle de su nombre. Para tender las necesidades espirituales de sus gentes, se alzó el templo de Sant Joan, ejemplar que ha llegado hasta nosotros en su versión del s.XI. Por suerte, las remodelaciones posteriores no fueron tan radicales como en otros lugares, y el único añadido posterior, reconocible, es la torre de fines del s.XII. Aunque la última planta del campanario, es reconstrucción tardía sin relación con el estilo original.
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Su estructura es de tres ábsides curvos, menores los laterales, y tres naves también desiguales. Al estar su planta adaptada a las condiciones del terreno sobre el que fue edificado, una ladera rocosa, resulta algo irregular, aunque en alzado apenas se distinguiría, si no fuese por el ábside central. Resultó arruinado en algún momento, pero al repararlo no se reconstruyó, sino que se cerró con un muro plano.
El conjunto, armonioso a pesar de todo, parece ser continuación del seno pétreo la montaña, semejando la caverna en que, un feroz dragón, custodia su tesoro...
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Ya en su portada, al norte, podemos apreciar una pequeña muestra de las joyas que nuestro dragón guardaba en su interior. Se trata de un hecho insólito, pero el muro sobre la sencilla portada conserva un fresco románico que, originalmente, estuvo protegido por un porche de madera (ahora ha sido sustituido por un “adefesio”, post-moderno, de metal). Para encontrar algún paralelo a este mural, como ejemplo de conservación, hay que trasladarse a los templos monasteriales ortodoxos de Europa del este.
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El conjunto, se elabora como “arquitectura pictórica”. Unas franjas geométricas, a modo de alfiz, enmarcan la puerta, y otra, a semejanza de arquivolta, corona el arco. Esta última, destaca por los numerosos “tetraskeles” que, a modo de “molinetes” de colores contrapuestos, parecen girar en todos los sentidos. En la franja superior, una inscripción que ya resulta ilegible, explicaba el significado de la escena.
El centro estaría ocupado por el Agnus Dei, sobrepuesto a un primitivo crismón, todo ello sujeto por cuatro ángeles “observados” por el Sol y la Luna. Debajo, unos personajes sagrados, pues llevan aureola, están en diversas actitudes: con un libro en las manos, en coloquio. ¿Apóstoles, profetas, clérigos?
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Acceder a su interior, es penetrar en la cueva del dragón Fafnir, una vez que Sigurd le hubo robado su botín, abandonando dispersas las pocas joyas que no pudo cargar. Sobre los muros blanquecinos, quedan restos de franjas vegetales, fragmentos de animales fantásticos, jirones de escenas religiosas y laicas. Tan sólo con imaginar, como sería el templo cuando sus pinturas estuviesen completas, se estremece nuestro espíritu.
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Entrar aquí, en los siglos de su esplendor, sería como entrar en las páginas de un “Bestiario”. Creyentes o no, habríamos de quedar anonadados, por la “santa simplicidad” de su estética, por el “sincretismo pagano” del mensaje simbólico, por la irrealidad espiritual de los personajes sagrados y la carnalidad natural de la humanidad profana. Algo queda de aquella profusión icónica, algo puede ser intuido, algo puede ser saboreado.
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Muro norte, malabaristas y músico.
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El mundo profano, no estaba excluido del recinto sagrado, como quieren algunos autores que solo saben ver, en todas partes, abominación, pecado y castigo infernal.
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Muro sur, escena áulica, cetrero con dos aves de presa.
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Muro sur, lapidación de san Esteban.
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Ejemplo de escena edificante, muestra el sacrificio del discípulo fiel, que se entrega al martirio para afirmar la fortaleza de su fe.
Otro personaje sagrado, que todavía pueden ser identificado, es un san Felipe, apóstol, además hay varios santos irreconocibles, y una escena relacionada con Abraham.
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La hidra, “Bestia de las Siete Cabezas”, del Apocalipsis (13, 1) (Foto cortesía de Cabestany, románicocatalán.com).
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Esta monstruosa hidra es el más impresionante ejemplo, del “Bestiario” de Boí:
“Vi surgir del mar una Bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, y en sus cuernos diez diademas y en sus cabezas títulos blasfemos... ¡Aquí se requiere sabiduría! Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia; pues se trata de la cifra de un hombre. Su cifra es 666”.
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Muro sur, bestia apocalíptica, ¿manticora?
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Símbolo de la astuta ferocidad del “Maligno” que, fingiendo, engaña al alma humana al disfrazar los actos pecaminosos como algo atractivo y apetecible.
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Tímpano interior, portada norte.
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Símbolo de la vigilancia, dice san Ambrosio: “El gallo despierta al dormido, incita al creyente para levantarse a rezar, hace huir a los ladrones, tranquiliza al viajero extraviado, renueva las esperanzas y hace revivir la fe, recordando el renunciamiento de san Pedro”. Añade Prudencio: “el gallo, ave mensajera del día, símbolo de Cristo, despierta a los hombres del sopor nocturno, signo del pecado y de la muerte, los libra de los pensamientos malos y los invita a la oración y el trabajo”.
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Muro norte, camello.
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El modesto camello, como símbolo de la humildad, la obediencia y la previsión.
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Arquería norte, animal del bestiario: OSNE, ¿onagro?
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El onagro o asno salvaje, es símbolo de la libertad y la fuerza. En el Génesis, el Ángel de Yahvé habla con Agar: “Mira que has concebido y darás a luz un hijo, al que llamarás Ismael, porque Yahvé ha oído tu aflicción. Será un onagro humano”; con esto le indica el carácter de sus descendientes, los árabes del desierto, independientes y vagabundos como el onagro. Según los bestiarios, adivina la llegada del equinoccio y rebuzna doce veces, por la mañana y por la noche, para anunciarlo.
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Arquería norte, animal del bestiario, elefante: LIFAN. El artista no conocía bien este animal, puesto que le puso "cuernos" en lugar de colmillos.
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Simboliza la longevidad y la fidelidad, también la espiritualidad natural, pues se cuenta que los elefantes adoran al Sol y la Luna, como manifestaciones divinas. A semejanza del unicornio, se deja vencer por la virginal castidad. Cuentan los bestiarios que, para cazarlo bastan dos vírgenes marchando desnudas al desierto, tan solo con una espada y un cántaro. Cuando acude el elefante, reconoce su inocencia virginal y lame sus senos hasta caer adormecido. Entonces una le clava su espada, y la otra recoge la sangre en su cántaro, así queda tan débil que puede ser apresado por los cazadores. Y añaden: “simboliza esta imagen la sangre de Cristo, derramada de su costado, que fue derramada por una muchacha, la Sinagoga, y fue recogida en una copa por otra, la Iglesia”.
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Arquería norte, animal del bestiario, grifo.
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“No, no duerme ni dormita el guardián de Israel. Yahvé es tu guardián” Salmo 121, 4. Así el bestiario compara al león y al grifo con Yahvé como custodio de la humanidad. El grifo era, por tanto, considerado como guardián de tesoros, tumbas, y del paradisíaco Árbol de la Vida. Con las uñas de estas bestias se hacen vasos para beber, porque tienen el poder a anular el veneno. El Preste Juan, dice en sus cartas al papa: “Sabed igualmente que tenemos aves que se llaman grifos, y que son capaces de llevar a su nido un buey o un caballo, para dar de comer a sus polluelos... Sabed también que el mar de Arayne, muy violento y terrible, ningún hombre puede cruzarlo salvo nosotros, pues nos hacemos transportar por nuestros grifos amaestrados”. Por su doble naturaleza, terrestre y aérea, es símbolo de Cristo como guardián del tesoro de la creación.
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Arquería norte, animal del bestiario: MAGI, ¿rémora?
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Arquería norte, animal del bestiario: CARCOLITI, ¿lobo?
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Simbolismo del Diablo y sus obras, se decía que la mirada del lobo poseía, como el basilisco, el poder de aojar, “es así, que si mira a un hombre, antes que este lo vea, el hombre pierde momentáneamente el habla. Pero si es el hombre, quien primero mira al lobo, el animal pierde su fuerza”. Por eso dice un Bestiario Toscano: “Así como el hombre quita la fuerza al lobo, cuando se lo encuentra antes que el lobo lo vea, así le ocurre al hombre, que quita su fuerza al Diablo cuando sabe guardarse de sus engaños y de sus falsos ingenios”.
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Arquería sur, animal del bestiario, monstruo desconocido.
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El fascinante mundo mitológico de este templo, se completaba con numerosas bestias, cuyos nombres ya se han olvidado, pero que subyugan nuestra imaginación.
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Arquería sur, animal del bestiario, monstruo desconocido.
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Algunas otras bestias, pueblan todavía los arcos y rincones del templo, dando cuenta del magnífico “libro pintado” que hubo aquí en el medievo, maravillas asombrosas para nuestros ojos, que el tiempo y la incuria humana nos han privado de contemplar. Los que todavía podemos ver, son fieles copias de los originales, ahora conservados en el MNAC en Barcelona.
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Salud y fraternidad.

sábado, 9 de enero de 2010

La “Comadre” románica...

Escena de la resurrección del Galileo, las tres Marías descubren el sepulcro vacío, prototipo simbólico de la resurrección espiritual del fiel bautizado, tan cara al discurso mitológico de la nueva religión. Colmenares de Ojeda (Palencia), s.XII.
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En la mitología judeo-cristiana, el principal rito “iniciático” era el bautismo. Tras un periodo de estudio, este acto público confirmaba que el aspirante había adquirido los rudimentos de la fe. Por tanto podía integrarse en el grupo de creyentes, como un miembro activo, pues el agua bautismal libremente aceptada lo había purificado, al descender sobre el receptor el “Espíritu Santo”. Un acto litúrgico que, como tantos otros, estaba basado en ritos de la Religión Antigua. No olvidemos que, en la mitología de la nueva religión, Juan el Bautista no era cristiano, sino judío, y llevaba ya tiempo bautizando gente en el Jordán cuando el Galileo acudió a él (Lucas 3, 21-22).
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Los ángeles, que custodian el sepulcro vacío, informan a las santas mujeres en presencia de los soldados adormecidos. (Ídem).
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Son escasas las representaciones medievales del acto bautismal, una de las más completas se encuentra en la pila románica, fines s.XII, del templo de Colmenares de Ojeda (Palencia), tallada por el magíster de Lebanza. Allí, un niño depositado dentro de la pila, recibe el sacramento del sacerdote, quien lo bendice con una mano y porta en la otra los Evangelios, mientras un concelebrante sujeta al niño y la cruz alzada. En ambos lados, se encuentran los familiares, conformando un grupo bien definido. Es una de las pocas figuraciones románicas en que, además de los elementos simbólicos, se nos presenta una escena de sabor popular, “realista”, en torno al rito del bautismo.
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Entre la escena de la resurrección y la del bautismo, aparece el Grifo, que en la mitología judeo-cristiana representa al buen creyente, que custodia los asuntos terrenales con el pensamiento puesto en Dios. También era guardián, de las tumbas de los santos y del Árbol de la Vida. (Ídem).
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Originalmente el rito se efectuaba por inmersión, pero a partir del siglo XV esta se sustituyó completamente por la infusión. En los dos primeros siglos sólo eran bautizados los adultos, aunque desde el s.III se irá imponiendo el “bautismo infantil”. Defendido por Hipólito (215) y Orígenes (254) como si fuera una tradición dada por los apóstoles, y justificado teológicamente por Cipriano (258) en “el pecado original de Adán”, lo que comenzó como “bautismos de urgencia”, por peligro de muerte infantil, se volvió práctica regular en la Iglesia.
En el Concilio de Cartago (397), dirigido por san Agustín, se condena ya a todo el que rechace el “bautismo infantil”. Había un buen motivo: san Agustín –un converso y por tanto un integrista- considera que fuera de la Iglesia no hay salvación, por lo que los no bautizados, adultos o recién nacidos, no podían entrar en la “visión salvífica”.
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Escena “folklórica” de un bautismo del siglo XII, con personajes populares en actitudes naturales. (Ídem).
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En dicho contexto, al hablar de los niños muertos sin bautismo, san Agustín afirma que su destino es el infierno, “están sujetos a las llamas del Infierno”, si bien, previendo el revuelo que sus palabras iban a provocar, matizaba “aunque son unas llamas mitigadísimas”. Esta piadosa matización, teológica forma de “sostenella y no enmendalla”, no evitó que cundiera la “alarma social”. ¡Hace falta ser irresponsable, o sádico, o ambas cosas, para afirmar algo tan teológicamente brutal! Los creyentes podían ser iletrados, pero no eran tontos. ¿A quien le gusta que su hijo recién nacido se queme en el Infierno, aunque sea con llamas “mitigadísimas”?
Quizá dicha afirmación impulsara a los aterrorizados creyentes, para formar colas ante los baptisterios con sus hijos en brazos, a fin de asegurar cuanto antes que sus criaturas no iban a sufrir las “mitigadísimas llamas del Infierno”, pero tan bestial aseveración hubo de ser refutada por otros teólogos, porque más de un creyente se plantearía si merecía la pena practicar una religión tan cruel.
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El cortejo bautismal, con padrinos, sacerdotes, familiares, y la criatura sumergida en la pila. (Ídem).
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Santo Tomás de Aquino (1225-74) propuso una solución de “compromiso”, los niños sin bautizar no irían al Infierno, pero como tampoco podían ir al Cielo, les “inventó” un lugar intermedio: el “Limbo”, peculiar “construcción teológica” para contentar al personal. Sin embargo, aunque aceptada por los fieles, como mal menor, la propia Iglesia nunca hizo de ella “materia de fe”. Era tan sólo una opinión, una “cataplasma teológica” creada para calmar el “dolor de cabeza” producido por las incendiarias afirmaciones de San Agustín.
Modernamente, el Catecismo de la Iglesia Católica (1992), en su afirmación 1261 declaraba: “los niños muertos sin Bautismo se puede esperar que puedan llegar a la visión beatífica”. O sea, según el prestigioso teólogo jesuita Meter Gumpel: “No podemos decir con certeza que se salvarán. Podemos esperar, y el hecho de que podamos esperar es una clave interpretativa. Nadie espera o puede esperar legítimamente algo si está seguro de que es imposible”.
Como esto no pasaba de ser un cristianísimo sofisma: “ni si, ni no, sino todo lo contrario”, la jerarquía judeo-cristiana ha preferido optar ahora por “enmendalla y no sostenella”. Así, desde 2007 el “Limbo” ha sido oficialmente abolido: “porque representa una visión demasiado restrictiva de la salvación y hay bases teológicas y litúrgicas serias para creer que cuando mueren, los bebés no bautizados se salvan”.
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A la izquierda, se encuentra un pariente varón, que sujeta con su mano al típico niño alborotador, que quiere colarse entre el grupo, para verlo todo en primera fila.
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Al margen del nivel de fe y compromiso religioso de los padres, el rito bautismal ha sido considerado desde sus orígenes como un “amuleto”, mediante el cual los recién nacidos podían protegerse de los numerosos peligros, imaginarios o reales, que lo acechan durante los primeros meses de vida. Por ello, el rito religioso oficial, estaba rodeado de una serie de “ritos religiosos populares”.
Así, era costumbre que los pequeños recibiesen el agua con la mayor brevedad, casi siempre el primer día festivo que siguiera al de su nacimiento, en caso de tardanza se decía que el bebé estaba “moro”, y ese mote le podía quedar por apodo para los restos. Antes de salir a la calle por vez primera, el pequeño debía ser lavado por la madrina, en un barreño a estrenar, en el que se sumergían diversas hierbas benéficas: hierbabuena, laurel, salvia, y cuya agua debía arrojarse al fuego para evitar que fuese empleada en hechizos contra el ahijado. “Y en el cabello de la criatura no debe usarse un peine, sino las manos, para evitar que le crezcan los dientes puntiagudos...”
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A continuación está el padre de los infantes a bautizar, con uno de ellos en brazos, bien envuelto en sus ropajes para que no se enfríe.
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Si el principal protagonista de tal acto es el “bautizando”, los siguientes en el escalafón son la madrina y el padrino, cada cual con funciones específicas en el ceremonial. Dependiendo de regiones y comarcas, pueden serlo unos u otros parientes, aunque hay excepciones: no pueden las embarazadas, pues ambas criaturas son incompatibles, y el ahijado podría morir en breve mientras el gestante tendría un desarrollo irregular; tampoco quienes tienen las manos “tintas en sangre”, porque la criatura puede convertirse en asesina; e incluso se llega a más, el séptimo infante nacido ha de ser apadrinado por el hermano mayor, so pena de que el pequeño se convierta en “hombre lobo”.
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Siguen los actores principales del rito: el padrino, que ayuda a sujetar al bautizando y se compromete así en su educación religiosa; la criatura, de la que, medio sumergida en la pila, sólo asoma la cabecita; el sacerdote, tonsurado, quien bendice con su derecha y porta los Evangelios en la izquierda; y el acólito, que ayuda en la inmersión mientras sostiene la cruz alzada.
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En la religiosidad popular, la ceremonia bautismal es también emisora de augurios.
Durante el ritual, la madrina ha de tener ambas plantas de los pies bien afirmadas al suelo, para que el ahijado no sufra parálisis en el futuro; debe encargar al sacerdote que derrame suficiente sal, para que el bebé “tenga gracia” y no resulte un “desaborío”; también tendrá buen cuidado de la vela, porque si esta se apaga durante la ceremonia, al infante le ocurrirán toda clase de desgracias. Desventuras que tendrán lugar si, al invocar a la Santísima Trinidad, el padrino coge la mano izquierda del niño en vez de la derecha.
Si a la hora de ungir a la criatura, el oficiante se equivocase y en lugar de utilizar “óleo de catecúmenos” emplease “óleo de enfermos”, el bautizado moriría antes de su mayoría de edad. Si el ahijado no llora al caerle encima el agua, será una persona fuerte; de lo contrario, resultará débil y enfermizo. Por lo que respecta al nombre del bautizado, había una fuerte creencia en la “onomancia” y por tanto era elegido escrupulosamente, para escapar de los caracteres tópicos que acompañaban ciertas onomásticas: las Cirila, son deslenguadas; los Juan, tímidos; las Timotea, simplonas; los Felipe, cabezotas; las Crísteta, putoncillos; los Tomás, ladronzuelos... (aunque todo ello variaba de una región a otra).
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Finalmente, pero no menos importante, una mujer con tocas de casada, la madrina, que también coloca una de sus manos sobre el infante, para testimonio del compromiso que está contrayendo con éste. Esta mujer, de suma importancia en todo el ritual laico, es también conocida como “la comadre”...
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La madrina de bautismo, como encargada de la salud espiritual de la criatura, pasa a convertirse en la “madre auxiliar” o “comadre”, apelativo que ostentará respecto del padre, la madre y el padrino. Por reciprocidad, la madre será también “comadre” de la madrina, como señal de parentesco, familiaridad y confianza, denominándose su relación: “comadrazgo”. Por igual regla de tres, el padrino se convierte en “compadre”.
Es de rigor que los vestidos que el niño lleve para la ceremonia sean obsequio de la madrina, así como los amuletos que tiempos atrás le colgaban de la ropa para protegerlo del “alunado”. Los gastos parroquiales también corren por su cuenta. La madre, que no debe acudir al templo, entrega la criatura a la madrina, quien reclinará al ahijado en su brazo derecho, para prevenir que salga “zocato” o “zurdo”. También debe cuidar que, durante el trayecto, ningún desconocido se acerque al infante, para prevenir el “aojamiento”. Irá acompañada por la partera, portadora de las ofrendas: pan, vela, sal y, en tiempo frío, un jarra con agua caliente.
Una vez terminada la ceremonia, al regresar a la casa, la madrina entrega el ahijado a la madre, con una peculiar fórmula: “moro me lo diste”, y la madre replica: “cristiano me lo entregas”. En algunos lugares eran más explícitos, una dice: “me lo entregaste de Alá”, y otra contesta: “me lo devuelves de Cristo Nuestro Señor”. ¿Reminiscencias del tiempo en que judíos y moriscos fueron obligados a convertirse para no ser expulsados?
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Calle “de la Comadre”, un homenaje a este tradicional personaje popular (Córdoba).
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El aspecto más popular y picaresco, del rito bautismal, quizá sea el que transcurre al acabar la ceremonia religiosa, durante el trayecto del templo al domicilio de la criatura. Aunque en algunos lugares, también tenía lugar en el trayecto inicial.
La costumbre ancestral, es que la chiquillería del lugar se agolpe ante la comitiva, estorbándole el paso y coreando diversas coplillas ripiosas, a fin de que madrina y padrino demuestren la alegría del acto arrojándoles golosinas y monedas. Aquí, tanto o más que en el banquete posterior, los padrinos deben echar el resto en cuanto a generosidad, si no quieren recibir los reproches, e incluso maldiciones, de la chiquillería si se siente decepcionada en sus expectativas.
Al principio, los rapaces corean estrofas más o menos “inocentes”:
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“Eche usted padrino,
no se lo gaste en vino.
Eche, eche, eche,
no se lo gaste en leche”
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Los previsores padrinos, arrojaban un puñado de monedas y golosinas, que los rapaces se afanaban por rapiñar, pues parte del rito era competir por ver quien se hacía con un mayor botín. La rapidez en la recogida era esencial, pues cuanto antes terminase antes podían volver a la carga en sus peticiones. Cuando la generosidad del padrinazgo flaqueaba, las estrofas se volvían más agresivas:
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“Bautizo roñoso,
madrina rásquese el bolso.
Eche usted comadre,
o en el infierno arde”
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Finalmente, cuando golosinas y monedas escaseaban, tocando a su fin, si la exaltada chiquillería consideraba que el óbolo había sido tacaño, con su agresividad crecida, entonaba las más temidas estrofas:
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“Bautizo pelao, bautizo pelao,
si cojo al chiquillo lo tiro al tejao”.
“Padrino maldito, padrino maldito,
que el niño pierda el pito”.
“Roña pura, roña pura,
se mueran la comadre y la criatura”
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Pues era creencia, que la tacañería del padrinazgo podía ocasionar que en el futuro el bautizado quedase tan calvo como vino al mundo, e incluso que sufriese de impotencia. No era raro que, cuando alguna persona comenzase a quedarse calva, sobre todo si era a temprana edad, se comentase que sus padrinos habían sido “de la Virgen del Puño Apretao” y ahora la maldición le hacía efecto al ahijado.
Un truco de los padrinos, era arrojar los obsequios lo más lejos y desparramados, para que los impertinentes pedigüeños tardasen lo más posible en recogerlos y volver a la carga. Aunque otros, optaban por arrojarlos apiñados, para que la pelea fuese más dura y eso retrasara la siguiente petición.
El anecdotario podría eternizarse y llenar varios libros, así que terminaremos con un sabio consejo popular, en la peculiar habla extremeña de nuestros abuelos paternos:
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“A boa y a niñu bautizáu, no vayah sin sel llamáu”.
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[Dedico esta entrada a Dona Baruk, ella sabe por qué...]
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Salud y fraternidad.
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[Si queréis más información sobre el rito popular del bautismo, podéis consultar las obras del gran folklorista “Demófilo”, Antonio Machado Álvarez (1848-1893), el padre de los Machado, poetas, quien recogió retahílas rimadas, propias de los bautizos, no solo de la tradición andaluza y extremeña sino celtibérica en general].