viernes, 15 de mayo de 2009

Peñalba de Santiago, la magia de una edad perdida...

“Cuanta utilidad y gozo divino traen consigo la soledad y el silencio del desierto a quien los ame, sólo lo conocen quienes lo han experimentado. ¿Existe algún otro bien, aparte de Dios?”
(San Bruno).
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Sita en el Reino de León, el Bierzo, es una comarca que atesora numerosas claves ancestrales, porque en ella sucesivos pueblos han ido dejando el poso de su particular forma de entender el fenómeno espiritual, y la manera de intentar aproximarse a la divinidad haciéndosela propicia a sus deseos y necesidades. Ya que allí, quizá por su geología, parece como si las energías terrestres y celestes, que los celtas simbolizaban en las serpentinas “wouivres”, se hubiesen conjurado para manifestarse con más fuerza.
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Unas energías a las que el ser humano atribuyó capacidad para ayudarle a trascender sus límites, abriendo la mente y el espíritu a realidades superiores que son difícilmente alcanzables en el nivel corriente del intelecto. Por ello, desde muy antiguo, hubo por la zona montes, bosques, piedras, fuentes y lagos considerados “mágicos” o “sagrados”.
Durante los tiempos de la Antigua Religión, en las cavernas, bosques y manantiales de la sierra de los Ancares [Ançares = ansares = ocas, animales sagrados que simbolizan la comunicación con el mundo espiritual], y en los picos Teleno, La Guiana, La Valdueza, etc, habitaron sacerdotes y sacerdotisas, personajes mágicos, intermediarios entre los dioses y la humanidad, al estilo de los célticos druidas.
Con la llegada de la nueva religión, se formaron comunidades eremíticas, muchas veces compuestas por antiguos sacerdotes y sacerdotisas, cristianizados en mayor o menor grado, que adaptan los viejos usos a las nuevas costumbres –en los grupos priscilianistas, donde el “clero” era mixto, se aprecian todavía restos rituales de viejos cultos celtas-.
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Conjuntos muy heterogéneos de personas se retiraron a las cuevas y espesuras, para buscar en soledad la comprensión de anhelados mundos superiores, la revelación de soñadas realidades trascendentes y el olvido de un universo material injusto y cruel.
Estos grupos de buscadores independientes, unidos tan sólo por la meta a que aspiraban, fueron por lo mismo sospechosos para las nuevas autoridades religiosas, oficiales, que no gustan de la independencia de sus “ovejas”, y mucho menos en el tema de la búsqueda espiritual, no sea que acaben encontrando algo muy diferente, y más atractivo, de aquello que sus “pastores” les predican como verdad inmutable e indiscutible. Por aquí anduvieron ermitaños visigodos y mozárabes, comandados por san Fructuoso, san Valerio, san Genadio, san Froilán, san Osmundo, etc, que entretenían sus místicas soledades “domando unicornios” o “matando cuélebres”. Algunos de tales “ermitaños” acabaron camuflados bajo la sombra de comunidades monacales, surgidas precisamente para poner coto a su independencia de la Iglesia.
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Hubo también grupos priscilianistas, “herejes” cristianos bañados de gnosticismo oriental y teñidos de religión céltica. Y, cosa más ignorada, en este enclave en pleno Camino de Santiago, hubo cátaros como los del Midí francés, imbuidos de maniqueísmo dualista. Para completar el cuadro, a comienzos del s.XIII, coincidiendo con el renacer medieval del priscilianismo berciano y el rebrote del catarismo, la Orden del Temple se asentó con fuerza en el Bierzo, a partir de su Encomienda y Castillo de Ponferrada estableció una red de fortalezas como Cornatel, Antares, Corullón, Sarracín, Rabanal, Villafranca, Balboa, Bembibre, etc, mediante las cuales controlaba pueblos, tierras y santuarios en toda la zona.
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Una leyenda popular berciana, afirma que en el s.VII, cuando el ascético san Genadio, mezcla de druida y ermitaño, vagaba por las enriscadas montañas del Valle del Silencio y los espesos bosques del Bierzo, tenía por compañero un unicornio, conocido en la región como “Alicornio”. Cuando murió el santo varón, el animal anduvo extraviado, hasta que, recogido por los pobladores del vecino Montes de Valdueza -donde estaba el Monasterio de San Pedro de Montes-, éstos lo tomaron bajo su cuidado, como precioso talismán. Cuando el animalito acabó sus días, los vecinos continuaron venerando su cuerno como prodigiosa reliquia, que utilizaban para bendecir el agua de los manantiales, pues de esta manera se volvía curativa. Y no falta quien asegure que, en el s.XII, dicho cuerno fue custodiado por los templarios de Ponferrada, que lo tenían depositado a los pies de la Virgen Negra del Bierzo: Nuestra Señora de la Encina, en la capilla de su castillo, donde realizo milagros sin cuento, purificando pozos y desenmascarando venenos...
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La espadaña del siglo XVI, estaba unida al templo por escalera de piedra y maderamen de campanario, que se retiró en la restauración de 1968.
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Entre los fantásticos picos La Guiana y Teleno, con fama de acoger antiguos aquelarres, se encuentra el Valle del Silencio, con el río de igual nombre -afluente del Oza-, en cuya cabecera está enclavado el pueblo de Peñalba de Santiago [Conjunto Histórico Artístico Nacional]. En sus cercanías está la Cueva de San Genadio, donde el ermitaño, una vez construido el monasterio y transformados los eremitas en monjes, se retiraba para hacer penitencia y meditar. Cuenta la leyenda que, el nombre de valle y río, proviene de un milagro del santo: Como el murmullo de las aguas le impedía concentrarse en la meditación, Genadio ordenó al río guardar silencio y la corriente se introdujo bajo tierra, surgiendo unos metros más abajo de la cueva, donde su rumor no le molestase.
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Portada sur, estilo mozárabe inspirado en Medina Azahara (al-Andalus): pronunciados arcos de herradura con alfiz.
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Según nos informa una inscripción, existente en el vecino Monasterio de San Pedro de Montes, la historia cenobítica de estos parajes comienza en el s.VII cuando san Fructuoso hizo aquí un pequeño oratorio. Después san Valerio amplió el edificio, y en 895 san Genadio lo restauró, al retirarse a dicho lugar con doce hermanos tras haber renunciado al obispado de Astorga, poco después (909-916) fundó el primer cenobio. El templo de Santiago, construido por su sucesor, el Abad Salomón, en el año 937 para guardar los restos de san Genadio, es el único vestigio que queda de aquella fundación del siglo X. Consagrado en el 1105, el sepulcro de san Genadio se situó en el contra-ábside occidental, pero en el s. XVI la duquesa de Alba hizo llevar sus restos a Villafranca y más tarde a Valladolid.
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Portada norte, visigoda, en su jamba inscripción funeraria de un abad francés, muerto aquí en 1132: “Esteban, ilustre abad que engendró para nosotros la raza franca...., etc.”
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En el siglo XIII llegó el ocaso del cenobio, pasando sus bienes al Obispado de Astorga, los edificios monásticos se arruinaron y el templo permaneció en pie como parroquia del pueblo, crecido alrededor del Monasterio. Su conservación se debe, “ventajas” del infortunio, a la pobreza y aislamiento que rodeó el lugar durante siglos, impidiendo derribarlo para levantar otro más moderno. No se trata de un edificio románico, sino de uno visigodo-mozárabe, pero lo traemos aquí porque esta es una de las raíces de las que brotará el tronco del arte románico, unas raíces que abundan en el viejo Reino de León, por más que estén desperdigadas y olvidadas.
Aunque lo románico, no está completamente ausente de este lugar. Adosado al muro norte de la nave, existe el único elemento de dicho estilo en este singular templo: un tosco lucillo, del siglo XII, que resulta algo exótico dentro del conjunto. La tradición popular lo identifica con el sepulcro de san Fortis, abad que fue del monasterio.
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Lucillo funerario en muro norte, único resto románico del templo de Santiago.
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El templo de Peñalba apenas destaca del resto de edificios del pueblo, levantado con idénticos materiales constructivos: bloques de pizarra, en los muros, y lajas de esquito en bruto para la cubierta, la única concesión son los sillares de caliza para dovelas y canes, o el mármol de las columnas. Presenta planta de cruz latina, compuesta por nave rectangular, con dos ábsides contrapuestos: al este con forma de herradura, lo mismo que el gran arco que separa los dos tramos de la nave; dos capillas laterales forman un falso crucero. Al exterior, sus muros se sustentan por contrafuertes, de tipo asturiano. El suelo de la iglesia tiene las losas de pizarra original, que pisó san Genadio.
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Capitel lateral de portada sur, estilo visigodo.
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En Santiago de Peñalba se mezclan las tradiciones de la arquitectura celtíbera anterior.
1º La tradición basilical romana mantenida en el norte de África y sur de Hispania, entre los ss.VI-VII, con ábsides opuestos, el segundo con funciones funerarias -recordemos que, en Peñalba, los restos de san Genadio y de Urbano, uno de sus sucesores, descansaron en el ábside oeste-, que también tuvo el templo de San Cebrián de Mazote (Valladolid); o las bóvedas gallonadas, sin trompas ni pechinas, de tipo bizantino.
2º La tradición celto-visigoda, en las capillas, o falso crucero, -como las de Quintanilla de las Viñas (Burgos), hoy apreciables a nivel de cimientos-. También en las columnas simétricas, de sus arcos, que separan los volúmenes del templo, los canes cubiertos de poliskeles o rosetas solares, y la celosía del vano oeste.
3º La tradición mozárabe –hispano romanos que habían vivido en territorios de la Hispania musulmana- traslada, a los reinos cristianos, las técnicas y elementos asimilados de la arquitectura andalusí, como el alfiz que enmarca los arcos de herradura o las pinturas, s.X, de almagra, que semejan ladrillos y dovelas al estilo del Palacio Califal en Medina Azahara (Córdoba) levantado en fechas paralelas.
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Ventana del contra-ábside oeste, restos de celosía, tradición astur-visigoda.
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Debido a que no todos estos templos fueron construidos por mozárabes de al-Andalus, y que esta arquitectura del siglo X, en la meseta castellano-leonesa es recuperación de la arquitectura hispano-romana e hispano visigoda, más que de influencia califal, a veces se la nombra como Arquitectura de Repoblación. Aunque, en el caso concreto de Peñalba, es evidente la influencia andalusí, ya viniera de forma directa o indirecta. De Córdoba al Bierzo, pasando por San Miguel de Escalada, los clérigos huidos de la islamización de al-Andalus trajeron al norte los estilos artísticos del Califato Cordobés, de la mano de las gentes mozárabes que los siguieron en la repoblación. Aquí los mezclaron con la herencia céltica, romana, visigoda, y un emergente bizantinismo.
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Canes del alero, simbología solar céltica con rosetas y poliskeles.
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Por último, en el Museo de León se halla la pieza más antigua, conservada, de su tesoro: la cruz que el monarca Ramiro II ofreció, en 940, al Monasterio de Peñalba.
Todos estos elementos, junto con el entorno natural en que se alza, confieren a este templo una belleza, una originalidad y un halo de misterio singulares.

Por las peñas, bosques, cuevas y arroyos, de sus alrededores, todavía habitan espíritus vegetales, trasgos, hadas y duendes, que los ermitaños y monjes no consiguieron expulsar. Si os cruzáis con algunos no los molestéis, son los guardianes que la Madre Tierra ha situado aquí, para conservar las maravillas de su generosa Naturaleza.
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Salud y fraternidad.

5 comentarios:

Baruk dijo...

Como me gustan los arcos de herradura!!, que bonito lugar y que datallada exposición.

Si es que el que vale, vale.

Syr dijo...

Con tu particular estilo, de escritor consagrado y, no obstante, humilde y ameno, nos rescatas unas de la joyas de los "tornadizos". Y nos traes a San Genandio, el de Ageo, con su cenobio de rectitud y ejemplar vida,donde dejarían su impronta sepulcral en las jambas alguno de sus abades: Esteban y San Fortis.
Y junto a su impronta mozárabe, nos fotografías el sexteto de pismas cuadrados.
Y nos hablas y lo relacionas, con toda razón, con el rupianense de San Pedro de Montes, el lugar de San Fructuoso, el de Compludo,donde sin oprimir al pueblo y con dineros y sudor de monjes, volvió a aparecer la magistral obra de Viviano.

Habría de completarse con la imagen de la cruz patada de latón de Ordoño II con el alfa y la omega (940).

Es un placer tenerte como amigo, pero casi aún más, leerte.

Alkaest dijo...

¡Amigos todos, prudencia, moderación! ¡No me envanezcais! Que no poseo nada que otros no puedan sacar de sí, con un poco de tiempo y trabajo. Si continuais por esa senda, de halagos e inmerecidas florituras, habré de seguir los pasos de aquellos prudentes varones de virtud y retirarme a los montes, de mi desierto interior, para no verme en la tentación de pecar de orgullo.

Respecto a la cruz del monacal tesoro, no poseo imagen gráfica, aunque sería deseable exponerla, pues cuando visité el leonés Museo... fui severamente amonestado, al resultar sorprendido con la maléfica cámara fotográfica en las manos, y amenazado de expulsión.

Item mas. Sobre los tesoros que aquellos santos, y mágicos personajes, nos dejaron en este bendito lugar, no debemos olvidar una mención especial para el "Agua de Vida", ese orujillo que los buenos monjes elaboraron durante siglos, para calentar la materia y el alma en las frías soledades invernales. Que los Dioses les hallan perdonado, si ocasionalmente abusaron de el. Por suerte, la fórmula se salvó del olvido y el mesonero del lugar sigue proporcionándolo a los visitantes para regocijo del cuerpo y el espíritu.

Salud y fraterniad.

Minerva dijo...

Ya veo que no desperdicio ni un momento de su viaje!

Me alegra que haya vuelto con tanta cosa que enseñar. Saludos!

Anónimo dijo...

Hay un circulo de piedras entre peñalba y montes, alguien sabe su historia?