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El “mundo románico” deberíamos contemplarlo, con más frecuencia, de forma global. Su riqueza no proviene de sí mismo, sino de la suma de influencias que lo vigorizan, y una de ellas era el mundo musulmán, comprenderlo es comprender ambos.
Los persas habían construido jardines, a imagen del Paraíso Celeste, dividido en cuatro partes por dos canales perpendiculares, que en su lugar de intersección contenía una fuente o surtidor, representando la Montaña Cósmica que está en el centro del Universo. El Islam retomará dicho esquema, sublimará estos conceptos, y hará de su Paraíso un jardín.
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“En cuanto a aquellos que realizan buenas obras, se trate de hombres o de mujeres, y que son creyentes, éstos entrarán en el Paraíso”.
“A los que creen y practican el bien, les haremos entrar en los jardines, en los cuales corren arroyos, y allí permanecerán eternamente”.
“A quienes creen y hacen el bien, les haremos entrar en jardines, bajo los cuales fluirán ríos, eternamente para ellos. Y les haremos estar bajo frondas umbrosas”.
(Corán, sura IV, En-Niça, vs. 60, 121, 123).
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“¡Oh gentes de al-Andalus! De Allah benditos sois
con vuestra agua, sombra, ríos y árboles.
No existe el Jardín del Paraíso
sino en vuestras moradas
si yo tuviese que elegir, con éste me quedaría;
no penséis que mañana entraréis en el fuego eterno:
no se entra en el Infierno tras vivir en el Paraíso”.
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El poeta cordobés Ibn Hudayl (917-998), nos describe los alcázares del palacio al-Zahira, de Almanzor, con estas sugerentes frases:
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“Es como si las albercas que están delante fuesen mares. Como si el murmullo del agua que cae fuese el de las perlas que se esparcen después de haberse reunido.
Están dispuestas a vivificar los jardines, y siempre que riegan una parte, otra espera ser regada.
Llaman a los jardines con una lluvia de agua, y se le despiertan los ojos que parecen monedas de oro que brillan.
Cuando las flores crecen en ellos, parecen las cúpulas, ¡oh Almanzor!, que tú has alzado.
Cuando se cubren con sus ramas, parecen cantoras enveladas con velos verdes.
Y cuando exhalan su perfume y se contonean sobre nosotros, parecen un amante que se despide”.
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El historiador al-Maqqari, nos ofrece una preciosa descripción del jardín en que fue enterrado el poeta cordobés Abú Amir ibn Suhayd (992-1035), donde la imagen espiritual, el placer estético, y el goce sensual son una sola cosa:
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“Este jardín es uno de los lugares más maravillosos, bellos y perfectos. Su patio es de mármol blanco puro; le recorre un arroyo que parece una culebra serpenteante y hay una alberca en la que desembocan las aguas que corren. El techo de su pabellón, sus paredes y muros están decorados con oro y lapislázuli.
El jardín tiene hileras de plantas simétricamente alineadas y sus flores sonríen en sus capullos. El sol no puede ver su húmeda tierra, la brisa esparce sus perfumes en efluvios, día y noche, como si estuviese formada con las miradas de los enamorados o se hubiese desprendido de las páginas de la juventud.
Este jardín era para Abú Amir ibn Suhayd lugar de placer y descanso, cuando el destino colmaba sus deseos, así sobrio como embriagado. Tanto él como el dueño del jardín, al-Zayyali, fueron enterrados allí. Compañeros en su despreocupación juvenil, camaradas de borracheras. A la hora de la muerte estuvieron unidos como lo habían estado en vida”.
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Un jardín bien formado, grande o pequeño, debe tener tres elementos esenciales: vegetación, a base de plantas ornamentales y alimenticias; un pabellón, donde disfrutar en reposo, del placer de los sentidos; y agua, distribuida en acequias, surtidores y albercas.
El poeta al-Buhturí (c.f. 897), en su obra Diwan, nos desvela el sentido de la alberca, como imagen del famoso sarh, o “pavimento líquido”, con el cual el rey Salomón engañó a Bilqis, reina de Saba, para verle los pies y comprobar si los tenía de oca, cabra o asno:
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“¡Que bella alberca! ¡Su vista, su belleza
iluminan las mansiones!
Es como si la hubiesen construido los genios de Salomón
según un proyecto cuidadoso.
Y si caminase sobre ella la reina de Saba diría:
parece como si fuese el pavimento de cristal.
Hacia ella se deslizan las corrientes de agua
como corceles a rienda suelta,
es blanca plata derretida que se funde de los lingotes,
cuando la cubre el sol, ríe,
cuando cae la lluvia, llora;
cuando las estrellas se miran en ella
se convierte en el firmamento donde están ellas colocadas”.
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El colmo de este mimetismo salomónico, fueron las albercas rellenas, no con agua, sino con mercurio. Conocemos dos igualmente famosas, la del palacio de Jumarawayh ibn Tulun, (c.f. 884) en al-Qatai, una ciudad residencial sita junto a Fustat, -el Cairo Viejo-. En el jardín levantó un pabellón, que en su interior contenía una alberca llena de mercurio líquido:
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“Esta alberca es lo más grandioso que se ha oído de las obras de los reyes. En las noches de luna se veía un maravilloso espectáculo cuando se armonizaban la luz de la luna con la del azogue”. (Maqrizi, Kitab al-Jitat).
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Un siglo después, el califa Abd al-Rahmán III, levantó una ciudad residencial similar en las afueras de Córdoba, y en ella un pabellón con otra alberca de “azogue” o mercurio líquido, según relato de al-Maqqarí:
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“En el palacio de Madinat al-Zahra, construyó un pabellón de oro, plata y mármol, en medio del cual había una alberca llena de azogue. Cuando el sol penetraba en el pabellón y el califa quería asombrar a alguien, mandaba a uno de sus esclavos que agitase el azogue y aparecían como relámpagos de luz que estremecían los corazones, hasta el punto de que el pabellón parecía volar, mientras el azogue se movía”.
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Para conseguir tal tersura en el agua, era necesario que el chorro afluente no cayese de golpe, o a borbotones, turbando la calma superficial, de espejo, que debía poseer la alberca. Por ello, en la entrada del líquido, se instalaba una pieza alargada con ensanches y estrechamientos, donde el agua se refrenaba para caer dulcemente sobre la alberca sin turbar su remanso.
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Los surtidores, de los que se “surten” las albercas, también inspiraron a los poetas por su carácter tan opuesto al de aquellas. Así, el granadino Ibn Said al-Magribi (1213-1286), cita a un poeta sevillano:
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“¡Qué bello es el surtidor que apedrea el cielo con estrellas errantes, que saltan como ágiles acróbatas!
De él se deslizan a borbotones sierpes de agua que corren hacia la taza como amedrentadas víboras.
Y es que el agua, acostumbrada a correr furtivamente debajo de la tierra, al ver un espacio abierto aprieta a huir.
Mas luego, al reposarse, satisfecha de su nueva morada, sonríe orgullosamente mostrando sus dientes de burbujas.
Y entonces, cuando la sonrisa ha descubierto su deliciosa dentadura, inclínanse las ramas enamoradas a besarla”.
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En ambos casos se trataba de un jardín de arrayán, con una alberca, en cuyo centro se encontraba un pabellón con claraboya acristalada, bajo el que se guarecía un surtidor. El agua brotaba en alto chorro, para caer y desbordar mansamente la taza hacia la alberca, y también, mediante ingeniería hidráulica, se derramaba sobre la cúpula-claraboya del pabellón, para caer a modo de cortina por sus laterales.
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En la cúpula cristalina de su pabellón granadino, sobre la Fuente de las Lágrimas, Ibn al-Jatib hizo inscribir:
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“Soy única, aunque he reunido cosas diferentes. Yo soy la novia; los arrayanes son mis ropajes; el pabellón es mi corona; la alberca es mi espejo.
Me levanto detrás de la Casa de la Felicidad como una sirviente: ¡Sed como yo hermanas mías!
Como una sirviente cristiana estoy de pie y levanto sobre mi cabeza a la hija de mi señora”.
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Y el mismo Ibn al-Jatib cantó al pabellón, surtidor y alberca, del Jardín de las Lágrimas, en el poema Ihata, con estas estrofas:
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“¿Acaso es el firmamento o es una construcción en la que se levantan estrellas que oscurecen con su altura a los astros auténticos?
Sus formas están enfrentadas entre sí y miran a la Casa de la Felicidad como si fuese el centro y los lados de su collar.
Las aguas corren en ella como largas colas que se asemejan a cometas. Se moja con el agua el mirto que le rodea como una boca que sonríe”.
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Para terminar, oigamos las palabras de al-Fath ibn Jacán (c.f. 1134), sobre el jardín de al-Mamún de Toledo:
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“El pabellón de la almunia de la Noria de Toledo, brillaba como el sol sobre el horizonte y la luna en mitad de la noche; las flores fragantes bebían mañana y tarde en las aguas. Las aceñas gemían como una camella tras sus crías; el aire perfumaba con ámbar la lluvia; el jardín había sido bordado por el rocío. Con razón lo cantó Ibn al-Sid de Badajoz (1052-1127):
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¡Oh qué paisaje! Si miras su belleza, te recordará la belleza del Jardín del Paraíso.
La tierra es almizcle, el aire ámbar,
las nubes, incienso, la lluvia, agua de rosas.
El agua es como lapislázuli en el que arrojasen perlas” .
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Porque, en definitiva, el Paraíso musulmán no es tan sólo un lugar para la expansión del espíritu, es en gran medida un lugar para la expansión de los sentidos, porque para el goce del alma o de la inteligencia, al árabe medieval le basta el arte por excelencia: el lenguaje, pero, el complemento de este goce abstracto, es la satisfacción de los sentidos. Por ello, su Paraíso, no es solo una concepción espiritual, sino estética y sensorial, cuyo símbolo máximo es el jardín donde todos los sentidos pueden ser satisfechos... Sencillamente por los elementos de la naturaleza, el agua, las plantas, los pájaros.
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Mientras los monjes medievales de la nueva religión, judeo-cristiana, se encerraban en bellos claustros románicos –espejos invertidos, del jardín musulmán-, huyendo de los sentidos y de la naturaleza, para replegarse al último rincón del espíritu, mientras renegaban de la materia y daban forma a un Paraíso contemplativo, escasamente atractivo, los musulmanes creaban una arquitectura integrada en la naturaleza, y recreaban un Paraíso ajardinado, con una naturaleza regenerada, donde espíritu y sentidos no serían enemigos sino complementarios.
Si nos dieran a elegir, entre ambos paraísos, ¿quién se resistiría a escoger el Jardín de Allah...?
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Salud y fraternidad.
15 comentarios:
Un paseo realmente jugoso, bien condimentado con las explicaciones, hasta el punto de hacer desear darse un paseíllo por allí y gozar a la vez de Arte y Naturaleza en perfecta conjunción...
Has jugado con la luz del sol, el gorgojeo del agua y el aroma de rosas y arrayanes. Describes el Paraiso, porque has compuesto una verdadera sinfonia amorosa donde el sentimiento fluye con esa serenidad placentera que solo los sentidos de los enamorados perciben.
Me ha encantado tu entrada y viendo ese tu paraiso virtual retratado en mi amada Alcazaba, me recoforto pensando que si cada uno contruye su paraiso personal alla donde puede, yo he tenido el enorme privilegio de poder hacerlo donde tu lo imaginas. Y que asi, podre tener ocasion de ofrecerlo a Juancar o a cualquier amigo que desee darse "un paseilllo por alli".
Muy buen trabajo. Enhorabuena.
Salud y romanico
Quizá haya un punto de apasionada nostalgia, o de idealizada añoranza, cuando trato temas andalusíes, seguramente debido a lo que decía el poeta:
"Mi infancia son recuerdos,
de un patio de Sevilla,
y un huerto claro
donde madura el limonero".
Pero, sobre todo, debido al amor que siento por la tierra donde brotan mis genes más cercanos. Una tierra rica y diversa, a la que, a pesar de todos los pesares, es imposible no amar una vez conocida.
Salud y fraternidad.
Estas entradas refrescantes hay que hacerlas en verano,que aquí hace un frío que pela...
Me ha recordado mucho Córdoba,que es mi ciudad adoptiva;no,no es que me hallan adoptado,me adopto yo solito.
Un abrazo.
Que bonitas fotografías, si que da paz contemplarlas y más si me imagino paseando por ahí.
Paseando en un jardín así y escuchando la musiquilla de la fuente central es imposible tener malos pensamientos!!! deberíamos vivir siempre en un jardín. Aunque ahora que lo pienso, la Tierra es un jardín... lástima que no sepamos conservarlo.
Saludines
***
Lo que se hubiera perdido más de uno, y de una, de haberse dejado llevar por los prejuicios.
Menos mal que la carne es débil y sucumbe a las tentaciones...
Y es que es muy fácil dejarse seducir cuando te incitan a visitar el Paraiso que tan bien nos describes en los textos y nos muestras en esas sugerentes fotografías llenas de luz y de color.
Has sabido captar el ambiente sosegado, la refrescante brisa, el murmullo incesante del agua en las fuentes y albercas, el envolvente aroma de los jardines y esa alegría que parece impregnarlo todo.
No síempre el "pecar" ha de llevarnos al averno... o tal vez ésta sea la excepción que confirme la regla.
Por lo que intuyo, compadre Alkaest, no se le apareció esa voluptuosa modelo que en algún folleto de promoción se muestra, ligerita de ropa, más grande que la mismísima Alcazaba ... Todo Paraiso que se precie debe de tener sus huríes, aquí en Al-Andalus somos algo exagerados y ya se sabe...
Burro grande, ande o no ande.
Un fuerte abrazo.
Y un besico de mi vecina Pilara que s'a equivocao de tecla y no l'a dao tiempo a despedirse.
Que jodio,cuando el compadre Alkaest se pone,es que se pone
que jodio
Esca
Volveré a este precioso jardín.
Se los regalo señor Alkaest:
"Yo soy como esas gentes que a mi tierra vinieron
-soy de la raza mora, vieja amiga del sol-,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español" (M. Machado)
Y por si quiere usted pasear conmigo por esos amados lugares...
"A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero".
(M. Hernández)
Me llama la atención esta fecha: poeta cordobés Abú Amir ibn Suhayd (922-1035) que arroja una edad de 113 años en una época en la que la esperanza de vida era muchísimo menor que en nuestros días. ¿Es posible la longevidad del mencionado poeta?
Por otro lado, desde luego si tengo que elegir entre las dos opciones que das, la segunda. Sin lugar a dudas. No hay más que pasear un poco por la Alhambra, Generalife para que la decisión esté clara :)
Un saludo.
Vaya Mar, se ha colado un "Titivillus", un geniecillo de los manuscritos, que distrae a los escritores para que cometan errores.
Gracias por advertirme, la fecha exacta es 992-1035, o sea, que este poeta hijo de un ministro de Almanzor, murió a los 43 años.
Paso a corregir el texto del blog. [Hay que ver, en qué cosas se fija el público...].
Salud y fraternidad.
De nada. Ya se de la existencia de esos duendecillos o geniecillos que comentas, algo traviesos que hacen que la pluma escriba lo que en realidad no se quiere decir...
Me gustó esta entrada y es que soy una enamorada de Al-Andalus, sobre todo de Granada y Córdoba.
Estas palabras, poesías e imágenes me hacen renovar mis pocas y cortas estancias en esos jardines - paraíso de los palacios andalusíes.
Al igual que los claustros (donde también hay plantas, aunque en piedra,) son lugares no para "visitar" sino para "estar" y "vivirlos".
Añado uno menos conocido o citado y para mí más próximo: el palacio taifal de la Aljafería de Zaragoza (siglo XI)
Y otra cosa más (como se decía antes en los pueblos)... Alkaest: qué bien hablas ¡
Compadre Chis, no tengo el placer de conocer la Aljafería, pues cuando visitamos Zaragoza, el palacio todavía estaba a medio restaurar. Es una visita pendiente, porque los documentales que he visto me la pintan muy atractiva.
En cuanto a tu frase "de pueblo", te responderé, que lo importante no es lo bien que yo hable, sino lo bien que me escuchen...
Salud y fraternidad.
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