La arquitectura románica ha generado numerosas tradiciones populares, desde el mismo momento de su creación, y la arquitectura del Camino Jacobeo es particularmente rica en este tipo de leyendas.
Elevada originalmente en el s.XI, sobre las ruinas de un templo romano, la Colegiata de San Isidoro, en la ciudad de León, conserva dos portadas románicas, s.XII, en su fachada sur: la del Cordero, en la nave, y la del Perdón, en el brazo del crucero. Esta última, recibe su nombre porque los peregrinos jacobeos entraban por ella para quedar libres de sus faltas, y quienes no podían continuar viaje a Compostela, por haber caído enfermos, recibían aquí el perdón de sus pecados y las indulgencias consecuentes, igual que si hubiesen completado la peregrinación.
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La Puerta del Cordero tiene dos mochetas, con sendas cabezas de carnero, sosteniendo el tímpano. En la Puerta del Perdón, tal función es ejercida por similares mochetas, aunque aquí se trate de las cabezas de un melenudo león, con las guedejas al viento, y un boquiabierto oso ornado de gran collar, ambas con gesto feroz y en violento giro de cuello hacia el exterior.
Sin embargo, no siempre ostentaron tales actitudes las figuras atribuidas al taller del Magister Esteban, hubo un tiempo en que miraban severa, pero pacíficamente, hacia el vano de la puerta.
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En albergues y mesones, contaban a los peregrinos el milagroso y espantable suceso que tuvo lugar por causa de la poca fe de unos viajeros jacobeos.
Allá por el siglo XII, arribaron a León una pareja de peregrinos, los cuales se admiraron del tumulto de gentes que se agolpaban para entrar por la Puerta del Perdón, estando al lado la del Cordero completamente vacía. Interrogaron a quienes esperaban entrar, siendo informados del valor redentor sobre sus pecados que tenía el atravesar aquella puerta.
Cruzaron ambos una mirada burlona, soltaron una carcajada, y comentaron que buena era la cosa, porque desde que partieran de su lejana patria, no habían dejado de ver menos de una docena de supuestas “puertas santas”, y es que no faltaba santuario ni templo de cierta fama que careciese de ellas.
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Por tanto, dudaban, muy mucho, de su eficacia redentora, ni del presunto poder de perdonar nada. Aún así, ya que estaban ante portam, la atravesarían para demostrar que aquel hueco no tenía nada especial.
Pero cuando adelantaban el pie para llegarse al umbral, ambas fieras, león y oso, cual si de fieras vivas se tratase, giraron sus cabezas hacia los descreídos peregrinos, y rugieron de forma tan amenazadora, que todos quedaron en suspenso. Hasta tres veces, intentó la pareja traspasar la puerta, y otras tantas hubo de retroceder, pues aquellas fieras les amenazaron de igual forma en cada ocasión.
Cayeron los peregrinos de rodillas, acudieron los sacerdotes, se rezó y se imploró, pero león y oso únicamente cesaron, en su actitud defensiva, cuando la pareja se alejó contrita y cabizbaja, para entrar por la Puerta del Cordero.
Y así quedaron las fieras guardianas del templo, con la cabeza y el gesto en amenazadora actitud, para advertencia de futuros descreídos, por los siglos de los siglos hasta el día del Juicio Final.
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Salud y fraternidad.
Elevada originalmente en el s.XI, sobre las ruinas de un templo romano, la Colegiata de San Isidoro, en la ciudad de León, conserva dos portadas románicas, s.XII, en su fachada sur: la del Cordero, en la nave, y la del Perdón, en el brazo del crucero. Esta última, recibe su nombre porque los peregrinos jacobeos entraban por ella para quedar libres de sus faltas, y quienes no podían continuar viaje a Compostela, por haber caído enfermos, recibían aquí el perdón de sus pecados y las indulgencias consecuentes, igual que si hubiesen completado la peregrinación.
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La Puerta del Cordero tiene dos mochetas, con sendas cabezas de carnero, sosteniendo el tímpano. En la Puerta del Perdón, tal función es ejercida por similares mochetas, aunque aquí se trate de las cabezas de un melenudo león, con las guedejas al viento, y un boquiabierto oso ornado de gran collar, ambas con gesto feroz y en violento giro de cuello hacia el exterior.
Sin embargo, no siempre ostentaron tales actitudes las figuras atribuidas al taller del Magister Esteban, hubo un tiempo en que miraban severa, pero pacíficamente, hacia el vano de la puerta.
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En albergues y mesones, contaban a los peregrinos el milagroso y espantable suceso que tuvo lugar por causa de la poca fe de unos viajeros jacobeos.
Allá por el siglo XII, arribaron a León una pareja de peregrinos, los cuales se admiraron del tumulto de gentes que se agolpaban para entrar por la Puerta del Perdón, estando al lado la del Cordero completamente vacía. Interrogaron a quienes esperaban entrar, siendo informados del valor redentor sobre sus pecados que tenía el atravesar aquella puerta.
Cruzaron ambos una mirada burlona, soltaron una carcajada, y comentaron que buena era la cosa, porque desde que partieran de su lejana patria, no habían dejado de ver menos de una docena de supuestas “puertas santas”, y es que no faltaba santuario ni templo de cierta fama que careciese de ellas.
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Por tanto, dudaban, muy mucho, de su eficacia redentora, ni del presunto poder de perdonar nada. Aún así, ya que estaban ante portam, la atravesarían para demostrar que aquel hueco no tenía nada especial.
Pero cuando adelantaban el pie para llegarse al umbral, ambas fieras, león y oso, cual si de fieras vivas se tratase, giraron sus cabezas hacia los descreídos peregrinos, y rugieron de forma tan amenazadora, que todos quedaron en suspenso. Hasta tres veces, intentó la pareja traspasar la puerta, y otras tantas hubo de retroceder, pues aquellas fieras les amenazaron de igual forma en cada ocasión.
Cayeron los peregrinos de rodillas, acudieron los sacerdotes, se rezó y se imploró, pero león y oso únicamente cesaron, en su actitud defensiva, cuando la pareja se alejó contrita y cabizbaja, para entrar por la Puerta del Cordero.
Y así quedaron las fieras guardianas del templo, con la cabeza y el gesto en amenazadora actitud, para advertencia de futuros descreídos, por los siglos de los siglos hasta el día del Juicio Final.
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Salud y fraternidad.
5 comentarios:
Curiosa leyenda alegórica del papel de "guardianes del umbral" del león y el oso en esta Puerta del Perdón. El acceso al templo es dejar atrás "lo profano" para adentrarse en "lo sagrado" y ello exige "un sacrificio"... En la leyenda se expresa mediante un acto de autoanálisis para descubrir los "pecados-defectos morales", que han de ser dichos ante el confesor eclesiástico con el consiguiente reparo de faltas espiritualmente y acto de contricción. El león me rememora, por otro lado al Sol y el oso al "Polo" y/o la Estrella Polar, que señañan un eje estelar de peregrinación del Alma en el "Ascenso" por el "Camino de los Dioses" o "Deva Yana", que es a donde debiera conducir la transformación espiritual profunda en el "espacio sacro" del TEMPLO.
Es una interpretación posible, a fe mía.
Que historia más cautivadora. Siempre son de agradecer las leyendas populares, normalmente enseñan más de lo que superficialmente sugieren.
Los peregrinos muy seguros de sí mismos aprendieron una lección, que por muy perspicaz que uno crea llegar a ser, siempre hay alguien más avizado que te puede dar un buen testarazo..., aunque en este caso sean unas cabezas de piedra que simulando implacables fieras me parecen más bien "ositos amorosos."
Besines y gruñidos varios
**
Ambos tenéis razón.
Los "guardianes" están ahí para advertir a quienes acceden al templo, hacerles ver que van a cambiar de ámbito, de lo profano a lo sagrado, para que preparen su ánimo y su espíritu.
En la leyenda, los peregrinos, no son rechazados por sus pecados, pues todos entraban por ahí precisamente para que les fueran perdonados, son rechazados porque se burlan de la capacidad "redentora" del espacio sagrado, del acto sacrificial que supone entrar por esa incómoda puerta y no por otra.
La transformación espiritual, no se produce por entrar o no en un templo, puesto que el templo es solo un instrumento de ascesis, como otros muchos, y el lugar o momento de la misma es imprevisible. Pero, precisamente, como instrumento de lo sagrado, o trascendente, requiere una actitud mental receptiva de la que nuestros peregrinos carecían. Y no solo eso, sino que hacían objeto de burla a quienes creían en ella.
Por tanto son rechazados, no son "dignos" de esa "gracia", deben entrar por la otra puerta, que no es "mágica", han perdido esta ocasión.
Es lícito bromear con lo sagrado, al estilo sufí, pero nunca lo es burlarnos de ello.
Y en efecto, a nuestros ojos esas "terribles fieras" no parecen serlo tanto, el oso más que atemorizar parece burlarse, y el león más que feroz parece apenado.
¿Serán la burla y la pena, que producen aquellos ignorantes al confundir lo admirable con lo ridículo?
La Puerta sería Santa, o no, perdonaría pecados, o no, pero su valor no reside en eso, sino en que para los peregrinos corrientes tales "virtudes" son algo real. Algo que reconforta sus espíritus, algo que les aligera el peso del alma... Y eso, nunca puede ser objeto de burla, sino de admiración.
Salud y fraternidad.
Moraleja: Suum cuique, a cada uno lo suyo. En realidad no hay nada nuevo bajo el sol, sino mitos que cambian de piel pero que, en el fondo, mantienen sus raíces ancestrales. La religión, como cosa de hombres y generalmente mal interpretada, convertida a lo largo de los tiempos en instrumento de poder. Posiblemente estos peregrinos 'descreídos' pensaran en la universalidad de Dios y en su omnipotencia para otorgar bendiciones y perdones; verían el recinto sagrado en su conjunto, también, y pensarían que, a fin de cuentas, lo importante, el verdadero sacrificio consistía en llegar. Llegar debe ser, así mismo, una forma de sujetar las fieras (posiblemente más espantosas) de ese otro templo que cada uno llevamos consigo, de manera que, metafóricamente hablando, todos somos sacerdotes que portamos la casa de Dios a cuestas. Pero ya lo dice el refrán: el hábito no hace al monje. Y caminar por caminar, tampoco hace al peregrino...
Una historia muy curiosa que no conocia, y que me vuelve a acercar a la magia del Camino.
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