Ídem, detalle central del rosetón.
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Templo de Sant Ramón, s.XIII, El Plà de Santa María (Alt Camp, Tarragona). [Diapositiva 23 agosto 1990].
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Monasterio de San Pedro de Ramirás, s.XII, Mosteiro (Ramirás, Ourense). [Diapositiva 29 agosto 1999].
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Templo de Santa María da Atalaia, s.XIII, Laxe (A Coruña). [Diapositiva 9 agosto 2002].
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En la Edad Media, ese gran ventanal calado, que llamamos rosetón, era conocido como “rota”, la rueda. Y, en efecto, muchos adoptan una cierta forma de rueda, con su llanta, radios y cubo. Rueda de la fortuna y del eterno retorno, este símbolo, nos habla del devenir de la creación. Su sentido cósmico, se expresa mediante la inclusión de estrellas, el creciente lunar, poliskeles, entrelazos. Elementos que, por otra parte, delatan cuan hundidas se hallan las raíces románicas en la Antigua Religión. En ella, estas figuras hacen referencia a las energías cósmicas, tanto del sol como la luna y demás esferas celestes, cuyas influencias, al interactuar con la energía propia de la Tierra, son el motor que genera el ciclo vital del planeta.
Casi todos los rosetones desarrollan sus elementos a partir del número ocho, símbolo del infinito. Ocho radios, ocho lóbulos, ocho lazos, ocho rosetas. Cuando el rosetón es bastante grande, el número de elementos del cubo será ocho y el de los círculos externos su doble, dieciséis. En casos específicos, los rosetones tienen “precisiones” simbólicas particulares, que complementan su sentido genérico, como sucede con el rosetón de San Bartolomé de Ucero (Soria), que se basa en la cabalística estrella Remfam de cinco puntas, o el de Santa María da Atalaia, en Laxe (A Coruña), basado en la rosácea céltica de seis pétalos.
Los rosetones, integrados en el ciclo luminoso del templo, hacen que la luz desgrane sus ondas en una danza que nos habla, tanto sobre la infinitud del universo como sobre sus ciclos regeneradores. La suave luz naciente entra por la ventana absidal, se vuelve ardiente claridad en el rosetón meridional, amansa su fulgor hasta el dorado del atardecer cuando entra por el gran rosetón occidental, y es pura claridad sin sol, en el perpetuamente sombrío rosetón septentrional. Así, día tras día, siguiendo el devenir de las estaciones, para comenzar de nuevo cada año. Todo ello, como imagen de la nueva tierra y los nuevos cielos, que han de surgir cuando el Apocalipsis cierre este ciclo cósmico y comience el siguiente. Con todos los espíritus, regenerados y purificados, reintegrados a la perfección paradisíaca.
Casi todos los rosetones desarrollan sus elementos a partir del número ocho, símbolo del infinito. Ocho radios, ocho lóbulos, ocho lazos, ocho rosetas. Cuando el rosetón es bastante grande, el número de elementos del cubo será ocho y el de los círculos externos su doble, dieciséis. En casos específicos, los rosetones tienen “precisiones” simbólicas particulares, que complementan su sentido genérico, como sucede con el rosetón de San Bartolomé de Ucero (Soria), que se basa en la cabalística estrella Remfam de cinco puntas, o el de Santa María da Atalaia, en Laxe (A Coruña), basado en la rosácea céltica de seis pétalos.
Los rosetones, integrados en el ciclo luminoso del templo, hacen que la luz desgrane sus ondas en una danza que nos habla, tanto sobre la infinitud del universo como sobre sus ciclos regeneradores. La suave luz naciente entra por la ventana absidal, se vuelve ardiente claridad en el rosetón meridional, amansa su fulgor hasta el dorado del atardecer cuando entra por el gran rosetón occidental, y es pura claridad sin sol, en el perpetuamente sombrío rosetón septentrional. Así, día tras día, siguiendo el devenir de las estaciones, para comenzar de nuevo cada año. Todo ello, como imagen de la nueva tierra y los nuevos cielos, que han de surgir cuando el Apocalipsis cierre este ciclo cósmico y comience el siguiente. Con todos los espíritus, regenerados y purificados, reintegrados a la perfección paradisíaca.
Sí, pero también como recuerdo de una esperanza más antigua, puesto que, en muchos casos, los templos están orientados hacia el punto del cielo por donde el sol se levanta, el día de la fiesta de la divinidad antigua a la que sucedió el santo cristiano, patrón del nuevo edificio. Porque, numerosos Magíster, incorporaban, al simbolismo general de la construcción, el respeto por las viejas características sagradas del lugar. Ya que ellas definen ese sitio, como propicio para unir el espacio y el tiempo, el cielo y la tierra, lo que nos permite situar nuestro cosmos interior en resonancia con el gran Cosmos.
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"Soberbia es la altura del templo
que no se inclina hacia la izquierda
ni hacia la derecha,
su elevada fachada mira el oriente del equinoccio"
(Sidonio Apolinar, siglo V).
2 comentarios:
Sin lugar a dudas, me quedo con la pentalfa de San Bartolome ¡cuanto se ha escrito sobre ella! Pero estar en un atarcecer en el interior del Monasterio de Armenteira es una experiencia que no tiene precio.
Cierto, cuando cae la tarde hay un momento especial, en que la atmósfera de Armenteira queda en suspenso, no sabemos si la luz poniente que filtra el rosetón, disminuye o aumenta. Parece que el tiempo se detiene, y no nos sorprendería oir trinar al pajarillo que encantó a san Ero... Creer en ellas, non creo, pero haberlar, aylas.
Salud y fraternidad.
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