“Quien da, debe olvidarlo pronto; y quien recibe, no debe olvidarlo nunca; en esto consiste el buen obrar”. (Séneca).
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En nuestras correrías románicas, hemos encontrado sacerdotes, y sacerdotisas, de la nueva religión, que durante las visitas a sus templos han tenido un comportamiento indigno del sagrado ministerio que, presuntamente, administran. Y no nos hemos privado de denunciarlos, para vergüenza suya y de sus superiores, cómplices por acción u omisión.
Pero como dice el refrán, “lo cortés no quita lo valiente”. Por eso, creemos imprescindible dejar constancia, también, de tantos otros sacerdotes, que no solo nos han tratado con deferencia, sino que se han desvivido por atendernos “hasta más allá del deber”.
Muchas de estas personas, quisieron permanecer anónimas. Las buenas acciones son, sin embargo, sus mejores apellidos. De otros, conocimos sus datos porque tuvieron la amabilidad añadida de cartearse con nosotros, para compartir sabiduría y conocimientos. Caso de don Elías Valiña, O Cebreiro (Lugo), don Santos Beguiristáin, Obanos (Navarra), don Francisco Palacios, Burgo de Osma (Soria), y tantos que harían el listado excesivo.
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Queremos destacar, no obstante, el comportamiento de dos sacerdotes, no por ser mejores que los demás, sino por ser los más recientes ejemplos de una entregada amabilidad que va más allá de lo que merecíamos.
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En nuestras correrías románicas, hemos encontrado sacerdotes, y sacerdotisas, de la nueva religión, que durante las visitas a sus templos han tenido un comportamiento indigno del sagrado ministerio que, presuntamente, administran. Y no nos hemos privado de denunciarlos, para vergüenza suya y de sus superiores, cómplices por acción u omisión.
Pero como dice el refrán, “lo cortés no quita lo valiente”. Por eso, creemos imprescindible dejar constancia, también, de tantos otros sacerdotes, que no solo nos han tratado con deferencia, sino que se han desvivido por atendernos “hasta más allá del deber”.
Muchas de estas personas, quisieron permanecer anónimas. Las buenas acciones son, sin embargo, sus mejores apellidos. De otros, conocimos sus datos porque tuvieron la amabilidad añadida de cartearse con nosotros, para compartir sabiduría y conocimientos. Caso de don Elías Valiña, O Cebreiro (Lugo), don Santos Beguiristáin, Obanos (Navarra), don Francisco Palacios, Burgo de Osma (Soria), y tantos que harían el listado excesivo.
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Queremos destacar, no obstante, el comportamiento de dos sacerdotes, no por ser mejores que los demás, sino por ser los más recientes ejemplos de una entregada amabilidad que va más allá de lo que merecíamos.
El primero, don Bernardino, así a secas, octogenario y activo personaje, que a pesar de sus muchos achaques, desborda humanidad y conocimiento del románico a partes iguales, mientras pastorea las numerosas parroquias de Las Merindades (Burgos) que lleva sobre sus anchas espaldas.
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Este verdadero hombre de su Dios, nos regaló toda una tarde, gozosa por la compañía y llena de cultura, entre sus templos de Vallejo de Mena, Siones y El Vigo, ilustrándonos de forma apasionada sobre estos edificios medievales, con sencillez y espíritu abierto a todas las ideas, aunque fuesen ajenas a su fe.
Cuando nos despedimos, un poco “borrachos” de tanto símbolo románico, lo hicimos convencidos de haber contendido con un poderoso rival espiritual e intelectual, pero también con la seguridad de dejar allí un amigo.
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El segundo, el anónimo párroco del templo de Mezonzo (A Coruña), hombre humilde, quien al igual que los robles se tuerce por el peso de los años pero sigue en pie, hombre rebosante de fe en su Dios y confianza en la humanidad.
Cuando llegamos al lugar, eran ya las siete de la tarde, el sol declinaba y el románico templo estaba cerrado. De la casa rectoral, sita al lado, salía el sacerdote con decidido paso como el que tiene una cita ineludible. Lo abordamos, con nuestra petición de visitar el templo y se excusó por no poder atendernos, pues debía acudir a la llamada de un feligrés. Sin embargo, tras mirarnos de arriba abajo, dijo que esperásemos un instante y volvió a la rectoría.
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Al cabo salió de allí, con una gran llave en la mano y nos la tendió sonriente. –“Tengan, entren en el templo, hagan fotos, oren si lo desean, o simplemente descansen, están en la casa de Dios y por tanto están ustedes en su casa. Cuando acaben y deban marchar, cierren la puerta y dejen la llave en la cerradura. Ya la recogeré yo, cuando vuelva”.
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Al pronto quedamos desconcertados, ¿dejar la llave en la cerradura? ¿Aquella vistosa, descomunal, llave? Así, expuesta... –“Si, si, en la cerradura. No se preocupen, los ladrones cuando quieren entrar lo hacen con llave o sin ella. Recuerden el Salmo 127: nisi Dominus custodierit civitatem frustra vigilat qui custodit eam, que en cristiano quiere decir: si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia”.
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Nos dio su bendición, con la misma confiada sonrisa que había manifestado todo el tiempo, y se fue a paso ligero, todo lo ligero que sus cansados años y el bastón con que se ayudaba le permitían. Y mientras lo veíamos alejarse, sin volver la vista atrás, pensamos: -“Allá va un hombre de fe, de fe en su Dios y en las palabras de su libro sagrado. Algo que nadie podrá robarle, con llave o sin ella”.
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Cuanto ganarían, todas las religiones, si hubiese más de sus miembros llenos de la cálida humanidad y robusta fe de estos personajes. Los cuales, con su honesta actuación, si no redimen las faltas de sus compañeros, al menos se redimen a si mismos como seres humanos.
Nuestro agradecimiento y amistad para todos ellos, por encima de diferencias espirituales e ideológicas.
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Salud y fraternidad.
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Este verdadero hombre de su Dios, nos regaló toda una tarde, gozosa por la compañía y llena de cultura, entre sus templos de Vallejo de Mena, Siones y El Vigo, ilustrándonos de forma apasionada sobre estos edificios medievales, con sencillez y espíritu abierto a todas las ideas, aunque fuesen ajenas a su fe.
Cuando nos despedimos, un poco “borrachos” de tanto símbolo románico, lo hicimos convencidos de haber contendido con un poderoso rival espiritual e intelectual, pero también con la seguridad de dejar allí un amigo.
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El segundo, el anónimo párroco del templo de Mezonzo (A Coruña), hombre humilde, quien al igual que los robles se tuerce por el peso de los años pero sigue en pie, hombre rebosante de fe en su Dios y confianza en la humanidad.
Cuando llegamos al lugar, eran ya las siete de la tarde, el sol declinaba y el románico templo estaba cerrado. De la casa rectoral, sita al lado, salía el sacerdote con decidido paso como el que tiene una cita ineludible. Lo abordamos, con nuestra petición de visitar el templo y se excusó por no poder atendernos, pues debía acudir a la llamada de un feligrés. Sin embargo, tras mirarnos de arriba abajo, dijo que esperásemos un instante y volvió a la rectoría.
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Al cabo salió de allí, con una gran llave en la mano y nos la tendió sonriente. –“Tengan, entren en el templo, hagan fotos, oren si lo desean, o simplemente descansen, están en la casa de Dios y por tanto están ustedes en su casa. Cuando acaben y deban marchar, cierren la puerta y dejen la llave en la cerradura. Ya la recogeré yo, cuando vuelva”.
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Al pronto quedamos desconcertados, ¿dejar la llave en la cerradura? ¿Aquella vistosa, descomunal, llave? Así, expuesta... –“Si, si, en la cerradura. No se preocupen, los ladrones cuando quieren entrar lo hacen con llave o sin ella. Recuerden el Salmo 127: nisi Dominus custodierit civitatem frustra vigilat qui custodit eam, que en cristiano quiere decir: si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia”.
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Nos dio su bendición, con la misma confiada sonrisa que había manifestado todo el tiempo, y se fue a paso ligero, todo lo ligero que sus cansados años y el bastón con que se ayudaba le permitían. Y mientras lo veíamos alejarse, sin volver la vista atrás, pensamos: -“Allá va un hombre de fe, de fe en su Dios y en las palabras de su libro sagrado. Algo que nadie podrá robarle, con llave o sin ella”.
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Cuanto ganarían, todas las religiones, si hubiese más de sus miembros llenos de la cálida humanidad y robusta fe de estos personajes. Los cuales, con su honesta actuación, si no redimen las faltas de sus compañeros, al menos se redimen a si mismos como seres humanos.
Nuestro agradecimiento y amistad para todos ellos, por encima de diferencias espirituales e ideológicas.
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Salud y fraternidad.
4 comentarios:
Nadie lo hubiera expresado mejor y tan a tiempo, porque si hemos de ser objetivos, lo mismo que censuramos, hemos de saber, también, agradecer. Excepto a Don Bernardino, no tengo el placer de conocer a las otras personas citadas; pero es importante saber que hay buenos custodios de nuestras parroquias, que saben comprender y recibir a los visitantes en el lugar en el que realmente entran: la Casa de Dios. Felicidades por tan digna entrada y un abrazo.
San Pedro guarda las llaves del Cielo. Pero para estas magníficas personas, no les hará falta ir a pedir las llaves para entrar. Para ellos las puertas de su Cielo estarán abiertas de par en par, sin duda.
Felicidades por esta entrada que me ha emocionado. Yo también tengo buenos recuerdos de curas rurales llenos de sabiduría y bondad que dignifican al gremio, y quiero creer que no son una especie en extinción.
Que maravilla de persona, de esas que son eternas.
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