domingo, 3 de febrero de 2008

Nuestro "yo" Basilisco

Templo de Santa Juliana, capitel del claustro, s.XII, Santillana del Mar (Cantabria).
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El centauro, símbolo de la doble condición humana, espiritual y material, adquirida tras la expulsión del Paraíso, lucha contra el basilisco, la oscuridad interior.

Templo de Santa María la Real, basilisco en portada sur, s.XII, Sangüesa (Navarra).
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"El Fisiologus nos dice, a propósito del basilisco, que, cuando un gallo cumple siete años, nota que le nace un huevo en el vientre. Entonces, busca un lugar cálido, como un estercolero, cava un hoyo y allí pone el huevo. Atraído por su olor, llega un sapo que será quien lo incube. Nada más nacer, el basilisco mata a su padre, el gallo, con la mirada. Pues su naturaleza, mitad gallo, mitad serpiente, es tal que arroja sus efluvios venenosos por los ojos y mata con la mirada. Quien desee destruir a este animal, deberá tener un claro recipiente de vidrio a través del cual pueda ver a la bestia, protegido de sus efluvios y del poder de su mirada. Luego, debe poner ante él un espejo, pues cuando el basilisco arroja su veneno por los ojos, es de tal naturaleza que, si choca contra un objeto, rebota hacia él y lo mata. También hay otro medio de vencerlo. Si el hombre puede mirarlo antes de que él vea al hombre, muere; y si él ve al hombre antes, es el hombre quien morirá". Pierre de Beauvais (Bestiario, 1206).
Curiosamente, además de todo ésto, en el medievo era símbolo de la Dialéctica. Un símbolo dual, pues si por una parte la palabra tiene un aspecto positivo, sirve para expresar la realidad, la verdad, tiene también una parte negativa, pues mediante el engaño extravía a la humanidad. Cuando se vence al basilisco, en realidad se ha vencido la parte oscura que llevamos dentro, aquella que guía nuestras palabras por caminos torcidos para extraviarnos. El triunfo sobre el basilisco es, pues, un triunfo sobre nosotros mismos.

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