Templo de San Andrés, s.XII, Valdelomar (Cantabria). . Templo de Santa María, s.XII, Villahizán de Treviño (Burgos). .
Existen unas curiosas formas, a modo de corona vegetal de rara belleza, esparcidas por capiteles, arquivoltas y canes románicos. ¿Son algo más que hermosos adornos, preciosismos escultóricos salidos de la mano de hábiles canteros?
Para la humanidad románica, la manifestación visible de la divinidad está en su obra, la Naturaleza. Todo en ella refleja el mundo superior o macrocosmos y le habla del Creador. Comprender la Naturaleza es comprender al divino hacedor, amarla es amarle a Él, como escribió san Agustín en sus Confesiones, impregnadas de neoplatonismo: “¿Que amo cuando os amo? El resplandor de la luz, el olor de las flores, el maná y la miel...” Es decir, la Naturaleza.
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Templo de Santa Eugenia, s.XII.XIII, Lences de Bureba (Burgos). .
Templo de Santa María, s.XII, Siones (Burgos).
Es el mismo símbolo de las mitologías y cosmologías orientales de Persia y Egipto, o las occidentales celtíberas, germánicas y nórdicas. El mismo testimonio que prestan todos los filósofos de la antigüedad: Platón, los estoicos, los alejandrinos, los gnósticos y también los druidas.
Cuando la humanidad románica mira hacia la Naturaleza, lo hace con una comprensión todavía próxima al sentimiento que la Religión Antigua tiene por la Madre Tierra. Entiende por qué, Ella, es a la vez siempre virgen y madre: virgen, porque espera de continuo la semilla divina; madre, porque da a luz una sucesión de numerosas vidas, animales y vegetales. La tierra está orientada hacia al cielo del que recibe el rocío, así como el viento, las lluvias y el sol, que van a provocar la germinación de la semilla y su crecimiento.
Templo de Santa María, 1172, Piasca (Cantabria).
Templo de San Julián, s.XII, Rebolledo de la Torre (Burgos).
Este ciclo perpetuo, de creación-regeneración es simbolizado de varias maneras, una de ellas mediante la representación geométrica, vegetal, cuyas líneas evocan la potencia creadora de la Naturaleza. Aquellas figuras de la Religión Antigua, que rememoran las energías celestes y terrestres, mediante formas espirales, o de desarrollo centrífugo, como los poliskeles, se retoman de nuevo, envolviéndolas en una cobertura vegetal, a base de hojas o flores, que giran en torno a un centro.
La humanidad románica, dependiente de la Naturaleza y en contacto directo con ella, observó que muchas cosas manifiestan su crecimiento en espirales centrífugas, desde las conchas de los caracoles, hasta los brotes de las plantas, pasando por el cabello humano. Entonces, interpretó que, esa forma geométrica, era provocada por la energía de la Naturaleza al producir el desarrollo de la vida.
Ese es uno de los sentidos, simbólicos, de las espirales vegetales, presentes en la imaginería románica: mostrar la energía de la Naturaleza, mediante la cual la Madre Tierra, como manifestación física de Dios, produce la vida y nos sustenta.
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Templo de Santa Cecilia, s.XII, Vallespinoso de Aguilar (Palencia). . Templo de Santa Juliana, s.XII, Lafuente (Cantabria).