jueves, 24 de abril de 2008

Un románico Jardín del Edén

Templo de San Julián, inicios s.XIII, Castilseco (La Rioja).
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Templo de la Concepción, inicios s.XIII, Ochánduri (La Rioja).
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Ermita de Santa Catalina, s.XII, Mansilla de la Sierra (La Rioja).
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Templo de la Concepción, inicios s.XIII, Ochánduri (La Rioja).
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Templo de San Román, s.XII-XIII, Villaseca (La Rioja).
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Templo de San Julián, inicios s.XIII, Castilseco (La Rioja).
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Dicen ciertos místicos medievales, que la vía del amor es siempre el camino más corto para acercarse a lo inexpresable. Amando a la naturaleza, las gentes del románico entreabren la puerta de su secreto. La fraternal espontaneidad del santo de Asís, con el mundo natural, expresada libremente en el s.XIII, se encuentra ya arraigada en el s.XII, aunque es más discreta, menos tierna en sus manifestaciones, sin duda menos colorista que en el poeta franciscano, pero aparece profundamente viva en sus expresiones.
Este amor de la naturaleza, la humanidad de la Edad Media no lo descubría sólo en las Sagradas Escrituras, sino que lo encontraba a su vez en los comentarios de los Padres, y además en las obras de los autores clásicos seguidores de las religiones antiguas. Así, Séneca, enseñaba la unión religiosa con el universo. Y san Agustín, explicaba el sentido de la revelación divina por medio del orden natural.
El amor por la Naturaleza y su deseo de restaurarla, reintegrándola a su pureza primigenia anterior al pecado y la expulsión del Paraíso, daría las tendencias heterodoxas de tantos grupos disidentes de la Iglesia medieval, algunos asimilados, como los de san Isidro Labrador y san Francisco de Asís, y otros, perseguidos hasta la aniquilación, como cátaros y origenistas.
La expresión física de esta naturaleza “espiritualizada”, está en tantos y tantos motivos que, en los templos románicos, suelen pasarnos desapercibidos. Los “doctos doctores”, se han desgañitado para proclamar que, los elementos vegetales tallados en la piedra, son únicamente “elementos decorativos”. Cosas en las que los canteros perdían su tiempo, “para hacer bonito”. ¡Cuanta necedad! En el románico nada es gratuito, nada es “decorativo” aunque decore. Los pétreos vegetales, están ahí para evocar en nosotros el Paraíso perdido. Y para que trabajemos por el Paraíso recobrado...
Los ejemplos que mostramos nos dejan con la miel en los labios, pues son solo fragmentos del románico riojano, que hubo de ser riquísimo en simbolismo ya que no lo fue en grandes templos.

El rebaño de Abel

Templo de Santa María, 1135-1155, carnero en arquivoltas portada sur, Uncastillo (Zaragoza).
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Ídem, cabra (ha perdido los cuernos).
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Ídem, la cabra amamantando al cabritillo.
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La villa de Uncastillo es un joyero repleto de alhajas, entre las que destaca esa prodigiosa portada del templo de Santa María. Un manual de simbología románica donde el Magíster esculpió, con exquisita sensibilidad y buen hacer, todo un tratado en el cual el bestiario manifiesta los temas propios de un discurso para iniciados. Podemos quedarnos horas, extasiados ante sus arquivoltas, analizando la intención de tal o cual figura, el sentido literal y el oculto de éste o del otro detalle, lo esotérico y exotérico de un gesto.
Pero, incluso si no queremos fatigar nuestra mente con divagaciones metafísicas, podemos limitarnos a gozar del simple placer estético de sus formas. Unas representaciones “complejamente-sencillas”, tiernas como un dibujo infantil, pero completas como la obra más complicada. Que pueden ser contempladas de forma aislada, cada una por su lado, con el mismo goce que dentro del conjunto.
Hemos escogido presentar esos tres ejemplos “pastoriles”, de éste rebaño, por la dulzura de sus formas e intención. Sobre todo, esa cabra que amamanta a su cría. El amor románico por la naturaleza, se presenta aquí con este detalle de observación del natural. Y también, el amor del cantero por el trabajo bien hecho, puesto que la pequeña figura se adapta al menor espacio, de esta arquivolta, sin perder en ello expresividad. Dicho Magíster está en línea con lo mejor del Monasterio de Leyre y San Pedro de Echano, en Navarra, y quizá fuese también el autor de la perdida portada del vecino templo de San Miguel. [“Vendida” al Fine Art Museum de Boston, pero esa es ya otra historia y será contada en otro lugar].

domingo, 20 de abril de 2008

¿Sansón, era un "comodón"?

Templo de San Julián, galería porticada, s.XII, Rebolledo de la Torre (Burgos). Sansón hace su escena del león, detrás el "ayudante" sujeta la cola del felino.
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Templo de Santa Cecilia, capitel interior, s.XII, Vallespinoso de Aguilar (Palencia). Sansón, se las ve y se las desea con su fiera favorita.
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Templo de Santa Cecilia, el "ayudante" -¿o es ayudanta?- sujeta la cola del león.
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La representación escultórica de Sansón ha llegado a ser “figura retórica”, en el arte románico. Su simbolismo es, en apariencia, de una claridad meridiana. No hace falta ser teólogo para interpretarlo, un significado puede ser: los creyentes, mientras se mantengan fieles a los mandatos del Creador, disfrutarán de la fortaleza espiritual que da la fe; otra interpretación, sería: esa lucha con el felino, es imagen de la lucha que, cada creyente, debe sostener para vencer las fuerzas internas negativas.
Sin embargo, en simbolismo nada es lo que parece. Cuando creemos haberlos desentrañado todos, siempre hay otro significado que se nos escapa.
Sendos capiteles, en Rebolledo de la Torre (Burgos) y Vallespinoso de Aguilar (Palencia), que parecen salidos del mismo taller de canteros, cuando no del mismo Magíster, nos desafían a interpretarlos. En ellos, Sansón y su Némesis están a la greña, como de costumbre. A horcajadas sobre el león, al que sujeta por las fauces, nuestro apuesto forzudo luce una cuidada cabellera, peinada con delicadeza y sujeta por una cinta a modo de trenza.
Lo extraño, se halla a espaldas de la titánica pelea. Detrás de los batalladores protagonistas, se encuentra un anónimo personaje, muy seriecito, muy formal, que no sabemos si es hombre o mujer. El cual, sostiene entre sus manos la enorme y elaborada cola del león. No tira de ella, como parecería lógico en alguien que tratase de ayudar a Sansón, sino que se limita a sostenerla. ¿Acaso quiere enseñarnos ese apéndice leonino, terminado en tres mechones de pelo, para que lo veamos bien? En tal caso, ¿con qué finalidad? ¿O, simplemente, se debe a que, Sansón, era tan “comodón” que necesitaba alguien, que le sujetase el león, para hacer bien su trabajo?
Debemos confesar sin rubor, que, en este caso, nos encontramos totalmente perdidos dentro del “Laberinto Románico”.

sábado, 19 de abril de 2008

Corona vegetal de la Madre Tierra

Templo de San Andrés, s.XII, Valdelomar (Cantabria).
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Templo de Santa María, s.XII, Villahizán de Treviño (Burgos).
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Existen unas curiosas formas, a modo de corona vegetal de rara belleza, esparcidas por capiteles, arquivoltas y canes románicos. ¿Son algo más que hermosos adornos, preciosismos escultóricos salidos de la mano de hábiles canteros?
Para la humanidad románica, la manifestación visible de la divinidad está en su obra, la Naturaleza. Todo en ella refleja el mundo superior o macrocosmos y le habla del Creador. Comprender la Naturaleza es comprender al divino hacedor, amarla es amarle a Él, como escribió san Agustín en sus Confesiones, impregnadas de neoplatonismo: “¿Que amo cuando os amo? El resplandor de la luz, el olor de las flores, el maná y la miel...” Es decir, la Naturaleza.
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Templo de Santa Eugenia, s.XII.XIII, Lences de Bureba (Burgos).

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Templo de Santa María, s.XII, Siones (Burgos).

Es el mismo símbolo de las mitologías y cosmologías orientales de Persia y Egipto, o las occidentales celtíberas, germánicas y nórdicas. El mismo testimonio que prestan todos los filósofos de la antigüedad: Platón, los estoicos, los alejandrinos, los gnósticos y también los druidas.
Cuando la humanidad románica mira hacia la Naturaleza, lo hace con una comprensión todavía próxima al sentimiento que la Religión Antigua tiene por la Madre Tierra. Entiende por qué, Ella, es a la vez siempre virgen y madre: virgen, porque espera de continuo la semilla divina; madre, porque da a luz una sucesión de numerosas vidas, animales y vegetales. La tierra está orientada hacia al cielo del que recibe el rocío, así como el viento, las lluvias y el sol, que van a provocar la germinación de la semilla y su crecimiento.

Templo de Santa María, 1172, Piasca (Cantabria).

Templo de San Julián, s.XII, Rebolledo de la Torre (Burgos).

Este ciclo perpetuo, de creación-regeneración es simbolizado de varias maneras, una de ellas mediante la representación geométrica, vegetal, cuyas líneas evocan la potencia creadora de la Naturaleza. Aquellas figuras de la Religión Antigua, que rememoran las energías celestes y terrestres, mediante formas espirales, o de desarrollo centrífugo, como los poliskeles, se retoman de nuevo, envolviéndolas en una cobertura vegetal, a base de hojas o flores, que giran en torno a un centro.
La humanidad románica, dependiente de la Naturaleza y en contacto directo con ella, observó que muchas cosas manifiestan su crecimiento en espirales centrífugas, desde las conchas de los caracoles, hasta los brotes de las plantas, pasando por el cabello humano. Entonces, interpretó que, esa forma geométrica, era provocada por la energía de la Naturaleza al producir el desarrollo de la vida.
Ese es uno de los sentidos, simbólicos, de las espirales vegetales, presentes en la imaginería románica: mostrar la energía de la Naturaleza, mediante la cual la Madre Tierra, como manifestación física de Dios, produce la vida y nos sustenta.
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Templo de Santa Cecilia, s.XII, Vallespinoso de Aguilar (Palencia).
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Templo de Santa Juliana, s.XII, Lafuente (Cantabria).

domingo, 13 de abril de 2008

“Campanitas de san Juan, unas vienen y otras van...”

Signo lapidario del gremio de campaneros, claustro románico de San Pedro, s.XII, (Soria). [Diapositiva 19-7-1982].
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En el mundo románico, y en general en todo el mundo anterior a nuestra "civilización" tecnológica, las campanas no eran sólo instrumentos sonoros, para convocar feligreses a los oficios religiosos. Tenían otras funciones, tanto o más útiles, en la vida cotidiana. Podían avisar de un incendio, llamar para la defensa ante un ataque, reunir a los vecinos para una junta del Concejo, comunicar una boda o una defunción. Y mucho más...
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Las campanas de El Salvador, en Béjar (Salamanca), todavía son tañidas por los mozos durante la fiesta de “Los hombres de musgo”, celebración ancestral sincretizada en el Día del Corpus, igual que se hacía en el medievo, para pedir al Cielo que se guarezca la sementera y haya buenas cosechas. [Diapositiva 13-6-1993].
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La esquila del Paso de Ibañeta (Navarra), se tocaba los días con especial ventisca de nieve, o espesa niebla, para que su sonido guiase a los peregrinos y no extraviasen la ruta, llegando a salvo hasta la Hospedería del Camino Jacobeo. [Diapositiva 11-8-1993].
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Cuando alquien hace promesa, de peregrinar a San Andrés de Teixido (A Coruña), y muere sin haberla cumplido, su alma en pena vagará hasta que alguien cumpla por ella. El bronce de San Andrés, dicen que tiene la facultad de sonar solo, avisando así cada vez que, una de esas almas, se ha librado de vagar sin rumbo por la tierra. [Diapositiva 16-4-1992].
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En Fuentegelmes (Soria), se tañía la campana para “conjurar” las plagas agrícolas, amenazando de excomunión a los insectos, o a los pájaros, si se atrevían a dañar las cosechas. Costumbre, muy común en la España medieval y en la del Siglo de Oro, que sobrevivió hasta épocas no tan lejanas. Las rosetas grabadas, en la melena, son símbolos solares celtas, amuletos contra los rayos. [Diapositiva 14-7-1998].
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La campana parroquial de Zugarramurdi (Navarra), dejaba oír sus tañidos al anochecer, para espantar a las brujas que se dirigían a los aquelarres en las cuevas cercanas al pueblo. Y eso, desde mucho antes de los célebres procesos brujeriles. [Diapositiva 11-8-1993].
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En Bargota (Navarra), cuna del célebre fraile conocido como Brujo de Bargota, tocaban la campana cuando se aproximaba alguna tormenta, para "ahuyentar el nublo" o “espantar la truena” y deshacer las nubes de granizo, tan dañinas a las cosechas. [Diapositivas 12-8-1993].
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Así por tantos y tantos rincones, de la geografía celtíbera. Hoy, apenas quedan campaneros en los pueblos, la electricidad los ha sustituido. Tan solo en algunos afortunados lugares, como el templo románico de Montecillo (Cantabria), cuentan todavía con un intérprete de este viejo y asombroso arte musical. Un arte que, sin aprenderse en ninguna escuela, suena a nuestros nostálgicos oídos como la más bella de las sinfonías. Y remueve, en nuestros espíritus, no se qué dormidas creencias, o supersticiones, o ambas a un tiempo... [Diapositiva 12-10-2001].

martes, 8 de abril de 2008

"Cinco esquinitas tiene mi estrella..."

Templo de San Bartolomé, s.XII, rosetón brazo norte, Ucero (Soria).
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Catedral de Notre Dame, 1220-1259, rosetón norte, Amiens (Francia). [Diapositiva 22-8-79].
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Hay que desterrar, de una vez por todas, el estúpido significado que, los “ocultistas” del siglo XIX, atribuyeron a la estrella pentalfa “invertida”, con la punta hacia abajo, como símbolo diabólico, brujeril y maléfico, algo que la Edad Media desconoció en absoluto. Pues para esoteristas, filósofos, teólogos y Compañeros Constructores, la estrella de cinco puntas, pentalfa si tenía un pico arriba, o remfam, si lo tenía abajo, fue siempre un símbolo positivo.
Dicen las tradiciones de los Compañeros Constructores, que uno de los significados, simbólicos, de esta estrella, está en que sus cinco puntas son reflejo de las cinco heridas con las que, cinco malos Compañeros, causaron la muerte al Maestro Jacques, arquitecto del Templo de Salomón y fundador de las asociaciones gremiales de la construcción.
Aunque su mayor cualidad, es la de servir como módulo arquitectónico, a partir del cual se desarrolla el esquema constructivo del templo medieval, ordenando y armonizando todos sus elementos, estructurales y simbólicos. No en vano se atribuía su origen, nada menos que al rey Salomón, como señal de su sabiduría, pues en este “nudo sin fin” había encerrado los conocimientos geométrico-matemáticos que le permitieron construir el Templo de Jerusalén. Dicho valor, se trasluce en los dibujos del Magíster Villard de Honnecourt, en el s.XIII, aunque la tradición viene de antiguo.
Los pitagóricos utilizaban esta estrella como señal de reconocimiento, pues representa geométricamente el número de oro, la proporción áurea, la armonía arquitectónica, la belleza de la mónada: el Gran Arquitecto Cósmico. No olvidemos, que Pitágoras era hijo de un cantero. También simboliza el amor y la generación, pues resulta de sumar el 2, número par femenino, con el 3, número impar y masculino. “Número hierogámico” o “nupcial” era llamado por los pitagóricos, por unir los principios celeste, masculino, y terrestre, femenino.
Así, la pentalfa con una punta hacia arriba representa el principio cósmico celeste, masculino, y con esa punta hacia abajo, simboliza la parte femenina, la Madre Tierra. Por ello, se adjudicó a diversas diosas de la Religión Antigua, como Afrodita o Artemisa, y por ello llegó a figurar en el nimbo o en la capa de algunas Vírgenes Negras medievales.

miércoles, 2 de abril de 2008

Rosetón: rueda de luz cósmica

Templo de Sant Pere de Galligans, 1130, Girona. [Diapositiva 19 agosto 1990].
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Ídem, detalle central del rosetón.
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Templo de Sant Ramón, s.XIII, El Plà de Santa María (Alt Camp, Tarragona). [Diapositiva 23 agosto 1990].
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Ídem, detalle del simbolismo central del rosetón.
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Monasterio de San Ero, 1168, Armenteira (Meis, Pontevedra). [Diapositiva 10 agosto 1981].
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Templo de Santa Mariña, s.XII-XIII, Augas Santas (Allariz, Ourense). [Diapositiva 19 agosto 1999].
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Monasterio de San Pedro de Ramirás, s.XII, Mosteiro (Ramirás, Ourense). [Diapositiva 29 agosto 1999].
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Templo de San Bartolomé, s.XII, Ucero (Soria). [Diapositiva 16 agosto 2001].
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Templo de Santa María da Atalaia, s.XIII, Laxe (A Coruña). [Diapositiva 9 agosto 2002].
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En la Edad Media, ese gran ventanal calado, que llamamos rosetón, era conocido como “rota”, la rueda. Y, en efecto, muchos adoptan una cierta forma de rueda, con su llanta, radios y cubo. Rueda de la fortuna y del eterno retorno, este símbolo, nos habla del devenir de la creación. Su sentido cósmico, se expresa mediante la inclusión de estrellas, el creciente lunar, poliskeles, entrelazos. Elementos que, por otra parte, delatan cuan hundidas se hallan las raíces románicas en la Antigua Religión. En ella, estas figuras hacen referencia a las energías cósmicas, tanto del sol como la luna y demás esferas celestes, cuyas influencias, al interactuar con la energía propia de la Tierra, son el motor que genera el ciclo vital del planeta.
Casi todos los rosetones desarrollan sus elementos a partir del número ocho, símbolo del infinito. Ocho radios, ocho lóbulos, ocho lazos, ocho rosetas. Cuando el rosetón es bastante grande, el número de elementos del cubo será ocho y el de los círculos externos su doble, dieciséis. En casos específicos, los rosetones tienen “precisiones” simbólicas particulares, que complementan su sentido genérico, como sucede con el rosetón de San Bartolomé de Ucero (Soria), que se basa en la cabalística estrella Remfam de cinco puntas, o el de Santa María da Atalaia, en Laxe (A Coruña), basado en la rosácea céltica de seis pétalos.
Los rosetones, integrados en el ciclo luminoso del templo, hacen que la luz desgrane sus ondas en una danza que nos habla, tanto sobre la infinitud del universo como sobre sus ciclos regeneradores. La suave luz naciente entra por la ventana absidal, se vuelve ardiente claridad en el rosetón meridional, amansa su fulgor hasta el dorado del atardecer cuando entra por el gran rosetón occidental, y es pura claridad sin sol, en el perpetuamente sombrío rosetón septentrional. Así, día tras día, siguiendo el devenir de las estaciones, para comenzar de nuevo cada año. Todo ello, como imagen de la nueva tierra y los nuevos cielos, que han de surgir cuando el Apocalipsis cierre este ciclo cósmico y comience el siguiente. Con todos los espíritus, regenerados y purificados, reintegrados a la perfección paradisíaca.
Sí, pero también como recuerdo de una esperanza más antigua, puesto que, en muchos casos, los templos están orientados hacia el punto del cielo por donde el sol se levanta, el día de la fiesta de la divinidad antigua a la que sucedió el santo cristiano, patrón del nuevo edificio. Porque, numerosos Magíster, incorporaban, al simbolismo general de la construcción, el respeto por las viejas características sagradas del lugar. Ya que ellas definen ese sitio, como propicio para unir el espacio y el tiempo, el cielo y la tierra, lo que nos permite situar nuestro cosmos interior en resonancia con el gran Cosmos.
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"Soberbia es la altura del templo
que no se inclina hacia la izquierda
ni hacia la derecha,
su elevada fachada mira el oriente del equinoccio"
(Sidonio Apolinar, siglo V).