La tradición popular, que gusta en vestir la Historia cuando la encuentra desnuda, justifica el curioso nombre del lugar con una leyenda, recogida por don Matías Barrio y Mier (1844-1909), en su obra "Tradiciones pernianas", en forma de un largo romance con el truculento título decimonónico de "La venganza del Conde".
Este noble matrimonio tenía su castillo en la Peña Tremaya, allí los condes vivieron felices hasta que, las maledicencias de los envidiosos, enturbiaron la razón de Don Rodrigo con sospechas de infidelidades. Cierta noche, atormentado por el peso de sus infundados celos, ató a Doña María Elvira sobre una vieja mula ciega, puso las riendas en manos de una sirvienta muda y las arrojó del castillo para que pereciesen despeñadas. Extraviadas por los recovecos del monte, la condesa se encomendó a Nuestra Señora, y no solo llegaron salvas al pueblo mientras amanecía, sino que al cruzar el puente la sirvienta muda se arrancó a cantar el Salve Regina. Luego, ante el juez real, puesta la Virgen por testigo, la divina madre expresó su juicio por boca de la sirvienta muda, que al detalle declaró la verdad del caso.
El conde, arrepentido, pagó su culpa con la construcción de la vecina Abadía de Santa María de Lebanza, y la condesa ofreció en exvoto erigir la Colegiata del Salvador. Y en honor de la sirvienta muda, que fue instrumento del cielo para desvelar la verdad, templo y pueblo recibieron el apodo de "Cantamuda"...
Sea como fuere, bajo la Peña Tremaya tenemos un hermoso templo con planta de cruz latina, de una sola nave, cimborrio sobre crucero y cabecera triple, aunque exteriormente lo más llamativo es la que se ha definido como "la más bella espadaña del románico español". El resto de la escultura externa, se centra en algunos capiteles, a base de entrelazos célticos, vegetales y serpientes. Ciertos autores, afirman que tuvo un claustro en su lado sur, del que no quedan restos.
La rudeza de algunos de los capiteles externos, hace pensar si no serán varios de ellos reutilización de elementos existentes en el primer templo románico, el de 1123, levantado por la condesa María Elvira. Esos tallos y serpientes entrelazadas, nos hablan de energía, vegetal, telúrica, de la fuerza nutricia que brota de la Madre Tierra, como manifestación de la potencia creadora y regeneradora de la divinidad, como señal de la vida que transcurre, se transforma y renace otra vez.
. [Foto cortesía de Wikipedia, autor Rokkor].
Su sencillo interior es de una belleza serena, concentrando toda la carga simbólica en la zona absidal. La bóveda del ábside central es aquí muy original, gallonada con cuatro gruesas nervaduras prismáticas. Este sistema, de origen cisterciense, cuyo mejor ejemplo está en el Monasterio de Granja de Moreruela (Zamora), es más común en otras partes de Castilla: Guadalajara, Burgos, Soria, pero es raro en Palencia. Pero aparte el aspecto estructural, los capiteles de esta zona son dignos de verse: una pareja de bueyes entre vegetales, uncidos a cada lado del capitel [conjunto similar al de Santa María de Bareyo, Cantabria]; otra pareja, de caballos, que pisotean serpientes; una cabeza monstruosa, que vomita tallos y frutos; pájaros afrontados, picando vegetación. Símbolos todos, de regeneración y fecundidad, tanto del alma como de la Naturaleza.
[Foto cortesía de dipity.com].
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Aunque, sin duda, el elemento más sorprendente, es la mesa del altar mayor. En su lado frontal el ara se sustenta sobre siete gruesas columnas, talladas con entrelazos, flores, tallos vegetales y estrías torsas. En su parte trasera, hay una columna en cada ángulo, y en el centro un grupo prismático con cuatro columnillas en las esquinas. Por si dicho altar fuera poca sorpresa, en el ábside del Evangelio hay otra ara sustentada por cuatro columnas, de capiteles y fustes similares. ¿Estos elementos, fueron hechos en origen para esta función? ¿Proceden del primer templo, o quizá del desaparecido claustro? En el Libro de Cuentas de San Salvador, se lee que en 1607 "se paga a Pedro de Agüera diez reales, por asentar y renovar las aras y algunos desperfectos del altar..." Es posible que el cantero aprovechase restos de los arruinados edificios monásticos, del s.XII, para efectuar sus reparaciones, porque no parece lógico que en pleno siglo XVII tallase estas piezas primorosamente románicas.
Dispersos por el templo quedan otros misterios, como esa anónima lauda sepulcral, del s.XII, con arcos de herradura y entrelazos, que se atribuye al Magister de Lebanza, sobre el que existen fundadas sospechas de que trabajó, también, en el magnífico apostolado de Moarves.
Salud y fraternidad.