En el sinuoso camino que, siguiendo el curso del río
Sil, baja desde Ponferrada para acceder a Galicia en dirección a Ourense, justo
al lado de Villavieja, se alzan los restos del Castillo de Cornatel, así
llamado en los documentos, desde 1378, cuando estaba en manos de la poderosa familia
Osorio.
Esta ruta, era utilizada como variante del camino a
Compostela, y en su comienzo se encuentra la explotación aurífera, romana, de
Las Médulas, y el mítico lago de Carucedo, con su Xana encantada habitando una
ciudad sumergida.
Durante siglos, las gentes de la comarca sostuvieron
la tradición de que tal castillo había pertenecido a la Orden del Temple, como
parte de su encomienda de Ponferrada, aunque no aparecía en documentación
alguna. Sin embargo, antes de sonreírnos o despreciar las tradiciones
populares, mejor será que lo pensemos dos veces, reflexionando sobre el curioso
caso de la fortaleza de Cornatel.
Ciertos intelectuales, confiados en los relatos
populares, daban por buena la presencia del Temple en Cornatel, lo cual
provocaba que muchos “eruditos académicos” se burlasen de la credulidad del
populacho, y de los “intelectuales” que les daban pábulo.
Entre esos intelectuales se encontraba el escritor
berciano Enrique Gil y Carrasco quien, como ayudante en la Biblioteca Nacional
de Madrid, aprovechó la documentación templaria allí existente, y la
complementó con las leyendas de su tierra sobre Cornatel. Así nació, su novela “El
señor de Bembibre” (1843), en la mejor tradición histórica del
romanticismo.
Por
el contrario, existía otro castillo berciano, el de Ulver, que sí estaba suficientemente documentado
como posesión de la Orden del Temple. Así lo acredita una escritura del
Cartulario de San Pedro de Montes, del año 1228: “Tenente Ulver Freyres del
Templo”, “…teniendo Ulver los hermanos del Temple”, señal de que se
hallaban en posesión del castillo desde años atrás, asegurando algunos autores que
les fue otorgado a fines del s.XII.
También hay documentación sobre las posesiones vecinas
que controlaba esta fortaleza, actuando en ocasiones como “encomienda menor”. Así,
el Tumbo Viejo de San Pedro de Montes, cita en 1197 a “frey Pedreion encomendador de Priaranza”. Un
documento, de 1222, fija los derechos a percibir por el Temple en Salas de la
Ribera. Otras escrituras, de 1259 y 1261, citan algunos de sus dominios en los
lugares de Borrenes y Priaranza, enclavados todos en las cercanías del castillo
de Ulver.
Esta
fortificación, destacada por su importancia estratégica, vigilando un paso
natural de salida hacia Galicia por la cuenca del Sil, recibe su nombre del río
homónimo, que denominó antaño la “Tierra de Ulver”, una tenencia del condado
Bergidense, cuyas tierras se aglutinaban alrededor del castillo de Ulver,
nombre que hacen derivar del latín umber, “carnero salvaje”.
El único problema de Ulver, es que nadie sabía donde
se encontraba situada tal fortaleza templaria, muy bien documentada pero en
paradero desconocido.
Ateniéndose a los lugares que dependían de dicho
castillo: Salas de la Ribera, Borrenes y Priaranza, el candidato más probable
para ser identificado con Ulver, era Cornatel, de cuyo nombre no existían
referencias anteriores a la extinción del Temple.
Hasta que, tras muchos años de estudio e
investigación, el historiador Augusto Quintana Prieto, descubrió las pruebas
escritas que respaldaban la “credulidad del populacho” y “de algunos
intelectuales”, y le daban carta de naturaleza.
Dichas
pruebas, publicadas hacia 1950, se
encuentran en el Cartulario de San Pedro de Montes, donde se cita el
castillo de Ulver en 1065: “doy una heredad mía en el lugar de Borrenes, en
Territorio del Bierzo y junto al castillo de Ulver”. Al lado, un monje
acabó escribiendo esta “marginalia” aclaratoria: “Ulver, es castillo de
Cornatelo”.
Ya no había duda alguna, el Ulver que los documentos
antiguos ponen en manos de los templarios, es aquel Cornatel que la tradición
popular atribuía a los caballeros del Temple.
Su origen, todavía no dilucidado, está en algún castro
céltico-astur, transformado en castrum romano fortificado que, durante
los ss.I y II, protegiera militarmente el yacimiento minero de las Médulas.
Ignoramos su devenir tras las invasiones bárbaras, ya
que en tiempos visigodos parece quedar relegado a un segundo plano, pero
posteriormente reaparece como puesto defensivo frente al avance árabe, y en los
ss.X-XI se lo nombra como destacado “castellum” del reino de León ante los
musulmanes.
De 1093 a 1109 tuvo la tenencia de Ulver la condesa Jimena
Muñiz, amante de Alfonso VI, y abuela del primer rey de Portugal, Alfonso I
Enríquez*. Luego recaerá en manos de diversos nobles, especialmente del linaje
Froilaz, hasta que a comienzos del s.XIII pasa a poder del Temple.
En Ulver las fechas bailan una danza confusa. La documentación
señala que, en 1196, está en manos del noble Pedro Canada, y en 1213 ostenta su
titularidad el Concejo de Ponferrada. De ahí que algunos aventuren que el
Temple entró en posesión del castillo hacia 1198, poseyéndolo hasta 1204 cuando
Alfonso IX les obliga a entregar las posesiones bercianas. Otros, barajan una
fecha comprendida entre 1218 y 1228, en concordancia con adquisiciones
posteriores a la devolución, en 1211, de los bienes retenidos por la Corona
durante esos siete años.
Luego, hasta el fin de la Orden en 1312, la historia templaria de Ulver transcurre silenciosamente. Los caballeros administran sus posesiones en Salas de la Ribera, Borrenes, Priaranza, y algunos más. Protegen el paso de peregrinos, auxiliando a los enfermos en sus hospitales, controlan las rutas de los mercaderes, y reprimen el bandolerismo.
A la disolución de los Templarios, las posesiones
bercianas de la Orden, entre ellas Ulver, pasaron a poder de la Corona, que
acabó entregándolas a la poderosa estirpe de los Condes de Lemos, hacia 1340.
Estando en manos del despótico Conde de Lemos, Pedro
Álvarez de Osorio, tuvo lugar la rebelión galaica de los irmandiños
(1467-1469), quienes se aliaran con los bercianos para asaltar el castillo, que
resultó devastado. Fracasada la revuelta, Ulver, que desde 1378 ha cambiado su nombre por Cornatel, es reconstruido.
[Plano, por cortesía de: http://www.nrtarqueologos.com/excavacion-arqueologica-en-el-castillo-de-cornatel-leon/].
La estructura fortificada de Ulver, se adapta al irregular
peñasco alargado sobre el que se alza, a fin de aprovechar la defensa natural
que su escarpada orografía le proporciona. Su cara nordeste, por ejemplo,
apenas requiere muros, pues se alza sobre un vertiginoso despeñadero. Esta
circunstancia, se explota para situar ventajosamente el acceso mediante un
estrecho sendero, conocido como “rampa mulera”, que al estar encajonado entre el
precipicio y el muro norte, proporciona una defensa óptima de la retranqueada
portada principal.
Sobre el arco de dicha puerta, un hueco delata que de
allí ha sido arrancada una gran pieza de piedra, o varias:
Parece que este misterio nos lo aclararía la
descripción que, de Ulver, hizo el cronista oficial de León, don Mariano
Domínguez-Berrueta (1871-1966), quien a inicios del siglo pasado alcanzó a ver
allí la desaparecida piedra armera, que describe de esta guisa:
“Una piedra
marcada con la cruz Tau, y la divisa ‘Dominus mihi custos et ego dispersam
inimicos meos’, encerrada en dos cuadrados enlazados, conteniendo además una
rosa y una estrella”.
[El símbolo tallado en una dovela del castillo de
Ponferrada, según lo dibujó el investigador José Mª Luengo a partir de un
cuadro de 1840. Don mariano Berrueta, afirma haber visto idéntico símbolo en Ulver].
Sin embargo,
el enigma no sólo no se aclara sino que se complica. Porque dicho símbolo, y la
inscripción que lo acompaña: “Sea Dios mi custodio y yo dispersaré a mis
enemigos”, aparecen también en el castillo templario de Ponferrada. Es decir,
aparecían, según podemos ver en un cuadro realizado hacia 1840 por Lorenzo
Fuentes, conservado en el Museo Arqueológico de León.
En esa obra pictórica, ante una fortaleza maltratada,
pero todavía bien conservada, se aprecia en el suelo una dovela con idéntico
símbolo al de Ulver. ¿Estamos ante una divisa del Temple? ¿O es acaso el blasón
del señor feudal de Ulver y Ponferrada?
Son
escasos los documentos conservados, de los casi cien años que la Orden
permaneció en posesión de esta fortaleza, dependiente de la Encomienda de
Ponferrada. Por el contrario, Ulver-Cornatel, resulta abundante en leyendas y
tradiciones populares, en las que se funden viejos mitos célticos con recuerdos
templarios y tradiciones de los feroces señores de Osorio.
En los filandones, al amor de la lumbre, contaban los
vecinos del contorno, que un “encomendador” de Ulver gustaba de pasear cada día
hasta cierta fuente sita en el camino de Villavieja. Allí conoció una misteriosa
dama, que llenaba su cántaro y peinaba los cabellos al borde del agua. Tras
algunos encuentros, pasó lo que tenía que pasar, y el templario rompió su voto
de castidad. Descubiertos los amantes, fueron muertos por los templarios al pie
de la fuente, quizá un agosto o un septiembre. Desde entonces, al final del
verano, las noches de luna llena, junto al venero de agua se pueden ver los
esqueletos de ambos amantes yacer sobre la hierba. Sin embargo, al acercarse el
observador, los huesos de la visión se transforman en serpientes que escapan
por la espesura. Esto es así porque, según afirman, la bella dama era una Xana…
También narraban, durante los magostos, que en la
primera luna llena del verano, aparece sobre la cercana Pedra do Home, una
misteriosa espada encima de la roca. Dicen ser la espada del último “maestre”
templario de Ulver, que se manifiesta en espera del paladín que la tome para
defender el honor de la extinta Orden. Y dicen más, que algunas noches, de los
calabozos subterráneos escapan lamentos desgarradores, que exhalan las almas en
pena de los templarios allí ajusticiados, por los hombres del cruel señor de
Osorio, tras su detención...
Por supuesto, no falta la tradición sobre un pasadizo
secreto que, por caminos subterráneos, enlaza Ulver con la fortaleza de
Ponferrada. Ni las consejas sobre tesoros ocultos, como cierto cofre lleno de áureas
monedas, o aquel juego de bolos de oro regalo de la Xana a su enamorado el
“encomendador”…
Lo curioso, es que el pasadizo existe, pero a poca
distancia de su entrada los derrumbes lo obstruyen. ¿Están allí dentro los
tesoros que cuentan las leyendas locales? Verdadero o falso, lo cierto es que,
durante siglos, los saqueadores han horadado por todo el recinto, sin que
sepamos si desentrañaron el secreto, o si los espíritus templarios se los
llevaron con ellos.
La fortaleza de Ulver, sumergida en la exuberante
naturaleza de estos montes olvidados, nos conduce a un tiempo mágico, donde
todos los misterios son posibles.
Sin embargo, a su lado, humilde y silencioso, pasa el
Camino Jacobeo, arrastrando una fe muy antigua, anterior al propio señor
Santiago, que trasciende los siglos.
Salud y fraternidad.
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*Doña Jimena tuvo dos hijas bastardas con el rey
Alfonso VI: la primera, Elvira de Castilla (1081-1156), casó con el conde
Raimundo IV de Tolosa; la segunda, Teresa de León (1083-1130), tomó el título
de Condesa de Portugal al casar con Enrique de Borgoña, y su hijo Alfonso I
Enríquez fue el primer rey de Portugal.