Templo parroquial de Santa Marina, en Sejas de Sanabria (Zamora), ss.XII-XVII.
A orillas del zamorano río Negro se encuentra una ermita dedicada a la Virgen de la Ribera, la cual se apareció en forma de paloma para indicar que deseaba ser venerada allí, al borde de las aguas del río sagrado, como una ninfa de la Antigua Religión. Cerca del menhir que hay al otro lado del puente, no muy lejos del antiguo castro sito en la Majada del Castillo, donde los celtas astures se hicieron fuertes contra Roma durante las guerras cántabras.
Dicho castro, fue origen del poblamiento medieval de Sejas de Sanabria, en la vecindad del vetusto Monasterio de San Martín de Castañeda.
Alfonso VII (1126-1157) donó este cenobio a los benedictinos del berciano Monasterio de Carracedo, cuyos monjes vinieron a restaurar la vida monacal en San Martín de Castañeda. Fueron sus abades quienes propiciaron la repoblación de su zona de influencia, en la que se encontraba Sejas de Sanabria.
Espadaña, sobre el lado oeste del ábside y cornisa de arquillos con bolas. Reconstrucción tardo-gótica del s.XV.
Su creciente importancia toma carta de naturaleza cuando Alfonso IX (1188-1230), hacia 1220, conceda a sus comarcanos los Fueros de Sanabria.
No obstante la fuerte competencia sostenida con las Ordenes Militares, especialmente la del Temple, su patrimonio se vio incrementado, de forma notable, cuando en 1245 los monjes de San Martín abrazaron la observancia cisterciense.
A la sombra del citado monasterio y su prosperidad, se desarrolló la población medieval de Sejas de Sanabria, en la comarca de la Carballeda.
Sito al borde del camino jacobeo llamado Vía de la Plata o Mozárabe, en su rama sanabresa, Sejas se encuentra en pleno territorio templario, entre las posesiones que la Orden tenía en Mombuey, Carbajales de la Encomienda y Muelas de los Caballeros, todas las cuales dependerían de la Encomienda de Benavente o la de Tábara, constituidas a fines del s.XII. Quizá por esta situación algunas tradiciones populares afirman, sin que exista confirmación documental, que Sejas también fue del Temple.
¿Cabeza de dama? Pieza románica, s.XIII, quizá del taller de canteros de Mombuey, reutilizada en el alero tardo-gótico del s.XV.
El templo parroquial de Sejas, dedicado a la mártir pontevedresa santa Marina, es hoy un edificio sencillo, producto de sucesivas reformas. La construcción original, tardorrománica, alzada a caballo entre los ss.XII-XIII, prácticamente ha desaparecido. Sólo conserva parte de la nave y su arco triunfal, en el que destacan los capiteles con imágenes del apostolado, seres fantásticos entre vegetales y un hombre desnudo.
Durante el s.XV se rehízo la cabecera, sustituyendo el ábside románico por una capilla tardo-gótica. En esta reforma desaparecieron las bóvedas originales, aunque se salvó parte del alero con sus canes. Todavía hubo una última transformación, en el s.XVII, cuando se amplía el cuerpo principal por su costado norte, añadiendo otra nave.
Preciosa hoja de higuera. Pieza románica, s.XIII, reutilizada en el alero tardo-gótico del s.XV.
En la actualidad lo más interesante, aparte los capiteles interiores, es su cornisa, a base de arquillos lobulados en los que se cobijan cabezas humanas, vegetales y bolas. Este esquema materializa, de forma más simplista, la idea románica plasmada en la vecina torre templaria de Mombuey, a cuyo taller de canteros se atribuye el templo de Sejas.
Y, ambos edificios, responden a modelos gallegos de las vecinas tierras de Ourense, como el Monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, Santo Tomé de Serantes, o Santa Marta de Moreiras.
Aunque lo más curioso es la peculiar escultura, denominada por los vecinos “el verraco”, que sobre dos ménsulas nos observa desde el exterior del ábside.
Se trata de un carnero, de hermosos cuernos, que nos evoca aquellos otros que triscan sobre los tejados, en muchos templos románicos de Galicia, como recuerdo de las esculturas célticas dedicadas a sus divinidades ganaderas.
Pero hay una sutil diferencia. Los carneros gallegos han sido posteriormente “coronados” por una cruz celta, para dejar clara la sumisión del viejo símbolo a la nueva mitología judeo-cristiana, mientras “el verraco” de Sejas aparece inviolado, sin cruz y sin señales de haberla tenido nunca.
Aunque lo más curioso es la peculiar escultura, denominada por los vecinos “el verraco”, que sobre dos ménsulas nos observa desde el exterior del ábside.
Se trata de un carnero, de hermosos cuernos, que nos evoca aquellos otros que triscan sobre los tejados, en muchos templos románicos de Galicia, como recuerdo de las esculturas célticas dedicadas a sus divinidades ganaderas.
Pero hay una sutil diferencia. Los carneros gallegos han sido posteriormente “coronados” por una cruz celta, para dejar clara la sumisión del viejo símbolo a la nueva mitología judeo-cristiana, mientras “el verraco” de Sejas aparece inviolado, sin cruz y sin señales de haberla tenido nunca.
Evocador conjunto vegetal. Pieza románica, s.XIII, reutilizada en el alero tardo-gótico del s.XV.
Excelentemente bien conservado, con una delicadeza especial entre las figuras de su talla, sedente sobre una “peana”, la inclinación de dicha pieza indica que ha sido desplazado desde el tejado románico, que el gótico sustituyó, hasta este muro del lado oeste de la cabecera. Porque, desde luego, éste es un lugar insólito para tal escultura.
Con esto, quienes recolocaron “el verraco”, nos demuestran que tal figura era para ellos lo bastante importante como para conservarla tras la reforma, aunque fuese en tan extraño lugar.
¿Estamos ante una escultura céltica, traída del arruinado castro astur de la Majada del Castillo y reutilizada en el templo románico de Sejas?
La postura oficial, del clero, es que se trata de un “Agnus Dei”, aunque carezca de cruz y de estandarte, además de tratarse de un carnero y no de un cordero. La opinión popular, está dividida. La mayoría, opina que tal figura es un poderoso amuleto “espanta-brujas”, sin más. La minoría, aboga por una explicación más novelada, pero no por ello menos sustanciosa: se trata de un poderoso amuleto, cierto, pero por un curioso motivo.
¿Estamos ante una escultura céltica, traída del arruinado castro astur de la Majada del Castillo y reutilizada en el templo románico de Sejas?
La postura oficial, del clero, es que se trata de un “Agnus Dei”, aunque carezca de cruz y de estandarte, además de tratarse de un carnero y no de un cordero. La opinión popular, está dividida. La mayoría, opina que tal figura es un poderoso amuleto “espanta-brujas”, sin más. La minoría, aboga por una explicación más novelada, pero no por ello menos sustanciosa: se trata de un poderoso amuleto, cierto, pero por un curioso motivo.
A mediados del siglo pasado, por estas tierras todavía quedaban ancianos que narraban cuentos y leyendas en “pachuecu”, según llaman por aquí a la vieja lengua romance del desaparecido reino de León. Una de tales historias, conocida como “La cabra suldreira” o “La cabra rucia” (1), decían que explicaba por qué existe esa extraña cabra de piedra en el muro del templo de Sejas.
Ábside tardo-gótico, más alto que la nave románica, en cuyo lado oeste se colocó el misterioso "verraco".
Érase un pastor que tenía un hato de cabras y una de ellas era muy inteligente, pero también muy “suldreira” -caprichosa-. Se desperdigaba acá y allá con su cabritillo, fuera del rebaño, pastando por donde quería, sin hacer caso cuando el pastor le gritaba ¡buita, buita!
Estando en la bouza un atardecer y al ver que ya oscurecía, el cabritillo urgía a su madre para tornar al rebaño:
-Madre rucia vámonos, que vendrá'l llobu y comeravos.
Y decía la cabra:
-Pacisquemus, pacisquemus, que priesa nun la tenemos.
Pasó otro rato, ya casi no había claridad y el cabritillo repitió inquieto su advertencia. Pero la cabra volvió a decir:
-Pacisquemus, pacisquemus, que priesa nun la tenemos.
Siguieron pastando y tanto se demoraron que apareció el lobo:
-Vos voy a cumere. ¿A cuál como primeiro? ¿A cuál?
Al ver la indecisión del lobo, dijo la cabra suldreira:
-Compadre llobu, si me quieres cumere reza por la mi alma una misa vana.
El lobo se arrodilló para empezar a rezar, entonces cabra y cabritillo escaparon, triscando, hacia la borda.
Y dijo el chasqueado lobo:
-Desque soy llobu canu, nu hei rezao outra misa tan en vano.
Y decía la cabra, mientras corría como el viento seguida de su hijito:
-Yo, desque soy cabra rucia, nu hei tenido outra mas santa misa.
Contó la cabra su aventura al pastor, éste al alcalde y aquel al cura. Sabida por todo el pueblo, hicieron esculpir esta imagen de la astuta cabra y la colocaron en lo alto del templo, para advertencia de atrevidos, aviso de imprudentes y protección contra los lobos...
Aunque tales símbolos, al final, acaban sirviendo tanto para un roto como para un descosido, por lo que los vecinos confiaban en “el verraco” tanto para defenderse de lobos, como de brujas, del granizo, e incluso de la temible “Llamparda” (2).
El popular "verraco", dicen los viejos que conmemora la leyenda de la "cabra suldreira". ¿Procede del vecino castro celta, sito en la Majada del Castillo?
Aparte la moraleja, el cuentecillo nos descubre su relación con una costumbre cultural renacentista, la conocida popularmente como “misa vana” o “misa en vano”, cuyo nombre culto es “misa de parodia”. Esto nos da una pista para situar el posible origen del cuentecillo, en el s.XV, cuando este tipo de pieza musical sacra inició su desarrollo, coincidiendo con la reconstrucción de la cabecera del templo de Sejas.
Las primeras “misas de parodia” conocidas datan de 1470, atribuidas al compositor flamenco Johannes Ockeghem (1425-1497), que se mueve en el ámbito de un grupo de compositores vinculados a la corte real francesa, donde primero se cultivó esta música sacra. Precisamente fueron los franceses quienes, mediado el s.XVI, acuñaron el término “Missa ad imitationem”, pero en 1587 el organista alemán Jacob Paix (1556-1623) publicó una “Missa: Parodia mottetae”, nombre que hizo fortuna y acabó por dar título al género (3).
Esta enigmática escultura perteneció al templo románico, desde cuyo tejado protegía a los vecinos cual mágico talismán.
Durante el surgimiento del Ars Nova musical, en el s.XIV, la polifonía franco-flamenca alcanzó niveles de virtuosismo increíbles. Pero el predominio hedonista del sonido, en detrimento de la palabra, propició que los autores llegaran a mezclar textos profanos, incluso obscenos, con los religiosos, en la misma composición, aprovechando la confusión sonora y el mayor número de voces, lo cual pasó a las “misas de parodia” en los siglos siguientes. Aunque la idea no era nueva, pues evoca aquellas licenciosas composiciones medievales para la célebre “Fiesta de los Locos”...
La “misa de imitación”, o “de parodia”, consiste en un arreglo musical de la misa cantada, típico de los siglos XV-XVII, que utiliza como parte de su material melódico, polifónico, fragmentos de una pieza musical preexistente: un motete o una chanson profana. Estas misas, en principio, no tienen nada que ver con el humor, en sentido moderno, aunque es cierto que al utilizarse canciones profanas subidas de tono, como eran los motetes, el resultado no siempre fue todo lo “respetable” que cabría esperar en una misa.
Carnero con cruz celta, sobre el piñón del tejado, en el templo gallego de Santa Marta de Moreiras (Ourense). A pesar de la erosión, se aprecia la similitud con "el verraco" de Sejas de Sanabria.
Estas misas se hicieron muy populares durante el Renacimiento, atrayendo a compositores de prestigio como el italiano Palestrina (1525-1594), uno de los más eminentes autores de música sacra católica, que llegó a escribir cincuenta y una de tan dudosas misas.
En la primera mitad del s.XVI este estilo de componer era la forma dominante, pero surgieron los excesos por parte de compositores populares. De modo que la Iglesia tomó cartas en el asunto y el Concilio de Trento, en un documento del 10 de septiembre de 1562, prohibió el uso de material profano en la música sacra:
“...que nada profano se entremezcle aquí ...desterrar de la Iglesia toda música que contiene, ya sea el canto o la interpretación al órgano, lo que es lascivo o impuro”.
Palestrina, disconforme con las disposiciones conciliares que convertían en “heréticas” muchas de sus obras, salpicadas de interposiciones profanas ajenas al texto oficialmente admitido, presentó su dimisión como Maestro de Capilla en Santa María la Mayor de Roma (4).
La astuta "cabra suldreira" engañó al lobo pidiendo que le rezara una "misa vana", una composición musical condenada por la Iglesia...
No obstante, las reformas de la música sacra sólo fueron seguidas con cierto rigor en Italia, mientras que en el resto de Europa estas “herejías musicales” se multiplicaron, muchas veces de la mano de compositores anónimos de carácter popular. En cada región tomaron nombres particulares, así en ciertas partes de España el pueblo las nombraba “misas vanas” o “misas en vano”, porque muchas de ellas eran tan descaradamente profanas, bufonescas, que podían considerarse -y con razón- sin provecho espiritual alguno.
Sea como fuere, crónica de la realidad cotidiana o poética ficción del imaginario colectivo, mediante la leyenda de “la cabra suldreira” el “verraco” de Sejas de Sanabria reafirma su carácter “pagano”, pues no sólo delata proceder de los prados célticos, sino que incluso acogido en el redil judeo-cristiano entona con sus balidos una melodía muy poco piadosa...
Salud y fraternidad.
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(1) Existen algunas variantes del cuento, en que la cabra es sustituida por una "ovella" -oveja-. Rucio/a, en las bestias, color pardo claro, blanquecino sucio, o canoso.
(2) Buita: voz del pastor para llamar a las cabras; bouza: terreno de monte roturado para pasto; pacisquemus: pastemos; borda: cercado con zarzas y maleza espinosa para guardar el ganado.
(3) Las pautas generales para la elaboración de tales misas aparecieron recopiladas en la colosal obra, de 1613, El Melopeo y maestro, del teórico italiano Pietro Cerone.
(4) Paulo IV ya había destituido a Palestrina de su cargo como Maestro de Coro de la Capilla Giulia, por haber escrito 94 madrigales profanos.