jueves, 23 de diciembre de 2010

Cifuentes: La "repoya" del Cristo... y los "poyaque" del Diablo.

El nombre de la calle, está escrito incorrectamente, lo que propicia un doble sentido que, la palabra medieval, en su origen, no contiene.
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¿Han meditado, sobre las graves consecuencias de una simple errata ortográfica? Porque, tras la irrisión causada por esa errata, de la que hablaremos enseguida, se esconde una singular información sobre la sociedad medieval.
En la Alcarria de Guadalajara, se encuentra la villa medieval de Cifuentes, conquistada por Alfonso VI en 1085, y en ella una calle con el curioso, al par que chocante, nombre de "Cristo de la Repolla". Al ver letrero tan insólito, la primera reacción es sonreír y pensar mal, la segunda, hacer chistes groseros, y blasfemos juegos de palabras. Sin embargo, si profundizamos un poco, creánme, veremos que la cosa no tiene nada de jocoso y sí mucho de curiosidad histórica. ¿Será posible?
La constatación inicial, es que existe un Cristo de tal advocación, y una Cofradía que lo sirve. La arraigada devoción que la villa le profesa, es unánime, y por ello ha merecido le sea adjudicado el nombre de una calle. Sin embargo, a la hora de explicar el curioso nombre de la devota imagen, surge la división de opiniones.
Una antigua leyenda popular, lo explica así. Andaba Cristo por la Alcarria, disfrazado de mendigo para probar la caridad de los humanos, y pasó por Cifuentes. Tras llamar, en vano, a las puertas de los palacios, probó en una humilde casa del "Cerrete", le abrió una anciana, que dijo no poder ofrecerle más que el "repoyar", las sobras del almuerzo, que había guardado para cenar. Tomó el mendigo lo que le daban, marchó agradecido, y a la mañana siguiente, la anciana encontró en la puerta dos canastas, en una estaba el mismo "repoyar" que había dado por limosna, pero duplicado, en la otra había un precioso Cristo tallado en madera. Se difundió el milagro, y los vecinos hicieron una hornacina, en la pared de la anciana, donde colocaron a la pública devoción aquel Cristo que, por memoria del prodigio, fue llamado "Cristo de la Repoya". Y allí estuvo, hasta los años de la última guerra civil, cuando una explosión derribó la casa.
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La forma correcta, de escribir el nombre de esta calle, sería con "y", no con "ll", como en esta reconstrucción virtual.
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Al transcurrir de los siglos, e irse olvidando el origen del Cristo, el lenguaje vulgar deformó la gramática, y la última sílaba pasó, de "repo-ya" a "repo-lla", con el dudoso significado que dicho vocablo ostenta hoy.
El origen de las expresiones medievales, "repoyar" y "repoyo", estaría en el latín "repudium": lo que se desecha, o aparta, por insignificante, aplicado genéricamente a las sobras o restos de comida. Puede ser así, pero de aquí parece haberse derivado otra acepción, distinta pero coincidente.
Otra tradición, menos "milagrera", afirma que existió una Cofradía del Santo Cristo de la Caridad, la cual regentaba el "Horno del Cristo". En esta tahona, la "poya" que pagaban los vecinos, y la "repoya", que dejaban por limosna, servía al mantenimiento de la Cofradía del Cristo y su culto, por ello, dicha imagen adquirió el apelativo del impuesto y limosna que lo sustentaban: "Cristo de la Repoya".
Todavía existe otra variante popular, para explicar tan peregrina advocación. El horno comunal "de pan cocer", antaño era un servicio que, el concejo ciudadano, subastaba por un año. Dicha subasta, o "puja", una vez licitado el negocio, se juraba ante este Cristo. De la unión entre "puja", subasta, y "poya", impuesto, saldría el chocante nombre de "Cristo de la Repoya". Pero, ¿existió un impuesto, llamado "poya"?
En el régimen económico feudal, los siervos estaban obligados a transformar las materias primas, únicamente, en las industrias del señor: moler el grano en su molino, cocer el pan en su horno, pisar la uva en su lagar. Por todo lo cual debían, además, pagar un impuesto, llamado "poya" en los reinos hispánicos.
Dicho impuesto, figura en los Fueros de Aragón (1247), como verbo, así "poyar" es pagar la "poya", o derecho de cocer el pan en el horno comunal. Las citas documentales son abundantes, en Mérida, en 1467, hay un pleito entre el Concejo Ciudadano y la Orden de Santiago, pues los Comendadores, señores del lugar, mandaron derribar los hornos de los vecinos, a fin de obligarles a llevar la masa a los "hornos de poya", pertenecientes a la Orden, y de cuyos impuestos sacaban pingües beneficios. En Loja (Granada), tras la reconquista, en 1486, se establece que la "poya" del pan, sea a razón de una hogaza por cada 30 panes grandes, y una por cada 20 pequeños.
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Ateniéndonos al sentido del término, que da origen a este nombre, se podría escribir el título de la calle de esta otra forma. Aunque así, no le hacemos favor al Cristo pues indica que vive a expensas de otros, lo cual parece poco digno de un personaje divino, y poco exacto para quién, según la mitología, se supone creador y dueño de todo...
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Los galos, más finos y socarrones que los celtíberos, nombraron estos impuestos como: "banalités": trivialidades, insignificancias. Como dato curioso, en Francia, en el siglo XIII, por influencia de la Orden del Temple, muchas "banalités" fueron abolidas y otras considerablemente limitadas, para atraer mercaderes a las importantes ferias de Champaña, en las que la Orden tenía una fuerte participación.
Por el contrario, en los reinos hispánicos, su uso fue prolongado, e incluso, cuando el feudalismo desapareció, persistió el nombre de la "obligación señorial", como apelativo del pago privado, "en especie", realizado al dueño de la industria. Así, por ejemplo, la "poya" pagada al molinero, de una parte de la molienda que se le encomendaba, o al panadero, de una parte de la masa entregada para hornear.
En Trebago (Soria), hasta el siglo pasado, el hornero todavía cobraba a los vecinos "la poya", o sea, un tanto por ciento del peso de la masa que cada uno llevaba a cocer. También se añadía "el pico", una especie de propina, igualmente en masa, y con el producto de ambos, el hornero, cocía pan para vender a los vecinos que no amasaban, ganando así un jornal en efectivo. Este doble tributo, "pico" y "poya", sería denominado "repoya". Esta palabreja, dio origen, por extensión, al verbo "repoyar", cuya definición es: "Vivir de repoya", o "vivir a repoyo", de alguien; vivir de lo que éste paga o costea, depender de la economía de otra persona. Ya, en el anónimo Libro de Alexandre, s.XIII, leemos "repoyo" con el sentido de "vivir a expensas de":
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"El sabor de la tierra
faze muchos mesquinos
e que a grant repoyo
viven de sus vecinos".
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Si dicha calle, en lugar de en la Extremadura castellana, estuviese en Andalucía, bien podría llamarse de este otro modo, que como se verá, se acomoda bien a la idiosincrasia y buen humor andalusí, sin faltar a la verdad.
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El sur, que además de existir, también es diferente, tiene algo que decir respecto a las "poyas" del Cristo y su "repoyar". Pues, según diversos autores, allí se encuentra el origen de este singular impuesto.
En el mundo musulmán andalusí, del medievo, el encargado de controlar las actividades mercantiles era el sahib al-hisba, -o sahib as-suq "señor del zoco"-, así llamado por el término "hisba", nombre del conjunto de leyes que regían la "res pública". En diversos tratados andalusíes, sobre este tema, como la hisba de Abd ar-Ra'uf, aparece el término "poya", como un "panecillo, con el que se paga al hornero por su trabajo". Dicen los arabistas, que este término pasó al castellano como "poya", al catalán como "puja", al murciano como "pijo", y al árabe maghrebí como "piwa". Su etimología parece estar en la "puja", o porción, con la que había que contribuir, sobre el total de la masa de pan a hornear, para pago del dueño del horno, para quién, a pesar de ser un pequeño porcentaje de la masa, como los clientes fueran muchos, el negocio resultaba rentable.
No está claro, si la palabra viajó del andalusí al castellano, o viceversa, o si la influencia fue mutua. Lo cierto es que, en Andalucía, la tierra de las metáforas, ha sobrevivido en una curiosa expresión coloquial, el "poyaque". Con ella, se expresan los varios "añadidos", o "extensiones", habitualmente de carácter menor, que se realizan a alguna actividad, pero que, al sumarse entre sí y al gasto general, hace que este se eleve sensiblemente para beneficio del profesional. Verbigracia: "el presupuesto de la reforma era barato, pero surgieron tantos poyaques que me subió una jartá". De ahí que, en broma y con socarronería, cuando en la realización de una obra pactada, quien la realiza aconseja un añadido que no estaba previsto, lo sugiere diciendo: "poya'que estamos, vamos a hacer tal cosa y quedará mejor..."
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Concluiremos, con una obviedad: "las apariencias engañan". Porque, del simple nombre de una calle alcarreña, que al principio nos pareció algo jocoso, incluso de carácter procaz y blasfemo, ha resultado toda una pequeña lección de jurisprudencia económica medieval, trufada de antropología popular. La próxima vez, que descubramos una calle de extraño nombre, lo pensaremos dos veces antes de sonreírnos tontamente.
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[Nuestro agradecimiento a Juancar, "peregrino románico", por la foto original de esta curiosa calle].
Salud y fraternidad.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Nuestra Señora de la Luz ¿Una Virgen Negra, del Temple ubetense...?

En 1234, Fernando III de Castilla puso cerco a la ciudad musulmana de Úbeda (Jaén). Tras seis meses de asedio, escarmentados por la matanza sufrida en 1212, al resistirse al asalto de Alfonso VIII, los habitantes se rindieron a cambio de sus vidas y libertad. Las fuertes murallas, no sufrieron grandes desperfectos y pudieron ser reparadas prontamente.
Entre sus varios accesos, existió una puerta o postigo, popularmente denominado "La Calancha" -la calle ancha-, que se abría junto a la Torre de los Caballeros, en el lugar donde termina el Rastro y comienza la Cava. En tiempos sucesivos, dicho postigo fue cambiando de nombre, y así se conoció como "Puerta del Espíritu Santo", cuando se adosó a su lado el convento y capilla de dicho nombre, y más tarde "Arco del Marqués", al edificar allí su palacio el Marqués de Molina -ahora conocido por el nombre del siguiente propietario, el Marqués de la Rambla-.
En 1844, el "Postigo de la Calancha" quedó prácticamente cegado por la construcción de una casona, y finalmente fue derribado por el Ayuntamiento, en 1866, "para ensanchar la vía pública".
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Según los documentos, el rey Fernando III mandaba: "Que se tuviese cuydado en que las murallas estuviesen siempre vien reparadas y fortificadas... porque se avian fabricado con hacienda real y de los caballeros de la Hordenes Militares, cuyas armas estaban oy en ella..." Sancho IV, en 1294, y Fernando IV, en 1305, mandaron repararlas, con cargo a los mismos: "E por averse reedificado y fecho las murallas a costa del Rey Nuestro Señor y de las ordenes militares de Calatrava, Santiago, Alcántara y antigua de los Templarios..."
Por su parte, la tradición popular afirma que, hacia 1300, al efectuar los arreglos en esta zona, esquina a la "Calle del Postigo", encontraron en cierta torre un hueco, dentro del cual había una antigua imagen de Nuestra Señora, "muy morena", del tiempo de los godos. Ante ella, ardía sin consumirse una lamparilla de aceite, y por ello, además de por la vela que muestra en su mano derecha, recibió el nombre de "Virgen de la Luz". A su lado, dicen que había un pergamino donde se contaba que, fabricada por san Mateo, fue traída por Santiago, y hubo de ser ocultada al tiempo de la invasión musumana, s.VIII. Y por desagravio, del forzado emparedamiento de seis siglos, se colocó en una hornacina de aquel arco, en el "Postigo de la Calancha", para que al aire libre tuviese a su vista los campos, e iluminase los pasos de los viajeros que entraban y salían de la villa.
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Hacia 1575, pegado a este postigo, aprovechando como torre angular una de la cerca amurallada, levantó el Regidor de Úbeda, don Francisco de Molina y Valencia, Marqués de Molina, su palacio señorial. La devoción que, los sucesivos propietarios de la mansión, tuvieron por esta imagen, es lo que ha hecho posible que llegase hasta nosotros.
Cuando el Ayuntamiento manda derribar el postigo, en 1866, los Marqueses de la Rambla recogen la imagen en la capilla del palacio. Hasta que, en 1920, fue devuelta a la veneración popular, instalándola en una hornacina, en la base del torreón angular que flanqueaba el antiguo "Postigo de la Calancha", próxima al lugar en que apareció y fue originalmente venerada. Lo cual se hizo, en memoria de la devoción que le profesaba don Bernardo de Orozco, XI Marqués de la Rambla, fallecido en 1918, según reza la inscripción situada bajo la imagen.
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¿Qué tiene de particular esta imagen, para atraer nuestra atención? Piensan los historiadores locales que, su leyenda piadosa sobre el "emparedamiento" en la muralla, encubre que en realidad perteneciera a alguna capilla hoy desaparecida. ¿Acaso, la capilla del Temple?
Parece que, Fernando III, en el repartimiento que siguió a la conquista, en 1234, dio algunas posesiones a la Orden del Temple por su ayuda militar, y que en una mansión de la calle Afán de Rivera, que luego pasó a la Orden de San Antón, estuvo la capilla templaria -dependiente de su cercana fortaleza de La Iruela-. En 1307 comienza la persecución contra la Orden, en 1312 el Temple es suprimido, y según la leyenda la Virgen aparece hacia 1300. ¿Casualidad?
Hay otro momento, en el que pudo ser ocultada dicha imagen. Cuando Alfonso VII conquiste Úbeda, Baeza y Almería, en 1147, dichas ciudades permanecerán en manos castellanas, con guarnición templaria, hasta 1157, en que las recuperan los almohades. Sin embargo, debemos descartar esta opción, el estilo de la escultura es extraño para tal época... En realidad lo es para cualquier momento del medievo, aunque sería más propia de finales del s.XIII que de mediados del XII.
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La postura del Niño, más que inusual, es única, pues en vez de estar sentado en el regazo de la Madre, está en pie, sobre el suelo, como cobijado entre sus piernas. El siguiente rasgo, con ser más corriente, no deja de llevarnos por caminos oscuros: "en su mano derecha lleva una vela". Por ello, con Nuestra Señora de la Luz, nos encontramos ante una "Virgen de la Candela", una "Candelaria". Lo que se refuerza, además, por ese milagro de "la lamparilla que arde sin consumirse". ¿Se trata de lo que llaman una "lámpara perpetua"? -Milagro tópico, que se repite en numerosas Vírgenes Negras, entre otras NªSª de la Peña, en Brihuega (Guadalajara), o NªSª de la Luz, en Cuenca-.
Estas lámparas prodigiosas, cuyo "combustible-incombustible" numerosas tradiciones atribuyen a procedimientos alquímicos, alumbraban, según dicen los clásicos, muchos templos de las divinidades de la Antigua Religión, como el santuario de Palas Atenea, en Roma, o el templo de Zeus-Amón, en Libia.
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Para acabar de indicarnos su posible adscripción al grupo de Vírgenes Negras, tenemos los pocos colores que han sobrevidido al paso del tiempo, así como la apreciación popular que adjetiva esta imagen de "muy morena". Lástima, que la vela haya perdido su policromía. ¿Se trataba de una "vela verde", como aquellas que el ritual medieval prescribía para las Vírgenes Negras? ¿Estamos ante otra desaparecida Virgen Negra del Temple, prima hermana de la toledana Virgen del Tiro?
Otro misterio, flota sobre las vírgenes medievales de Úbeda. Cuenta la leyenda, de la perdida imagen de NªSª la Madre del Campo, que cuando Santiago hubo repartido las imágenes de la Virgen, que traía de Tierra Santa, le faltó otra para un grupo de creyentes. No queriendo defraudarlos, el buen apóstol buscó un artesano hábil, y lo encontró en el que realizaba las imágenes de los Dioses paganos, para los fieles de la Antigua Religión. A éste, encargó una figura de la Virgen, que el escultor pagano realizó con gran perfección. Cuando la nueva religión se hizo oficial, esa imagen fue entronizada en el antiguo templo de la Diosa Diana, convertido en Catedral visigoda, hasta que la llegada de los musulmanes obligó a ocultarla, pues su templo fue transformado en Mezquita Mayor.

Al conocer esta leyenda, recordamos aquella otra que afirma como, bajo la Mezquita Mayor de Córdoba, existen subterráneos de tiempos romanos, donde antaño los musulmanes, al levantar su santuario, encontraron varias "lamparillas perpetuas"...
El que quiera entender, que entienda.
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[Nuestro agradecimiento a José L. Latorre Bonachera, por la utilización de la última foto, de la Virgen de la Luz, que procede de su trabajo "Algo más sobre devoción popular", en rev. Ibiut, nº 97, Úbeda, agosto 1998, pp.12-13].
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Salud y fraternidad.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Nuestra Señora del Tiro ¿Una Virgen Negra, del Temple toledano...?

Dice la tradición, que en su toledana capilla de San Miguel, los caballeros templarios veneraban una imagen "morena" de Nuestra Señora, hoy de olvidada advocación, y en paradero desconocido. Aunque, por los indicios conservados, debió ser una Virgen Negra.
La única imagen de tales características, existente en Toledo, no se halla entronizada en ningún templo y nadie conoce su origen, lo que nos permite plantearnos un interrogante: ¿Será dicha imagen, la perdida Nuestra Señora del Temple?
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Pegada al ábside catedralicio, se alza la gran Sala Capitular. Al exterior del muro sur, a media altura, se halla una hornacina protegida por cristal emplomado y reja, que cada noche es alumbrada por un pequeño farol.
Pocos son los que se detienen a intentar contemplarla, y menos los que se fijan en ella con un poco más de atención. El común de los mortales, pasa bajo el misterio sin saber tan siquiera que existe. Porque allí, oculta tras la suciedad que empaña el vidrio, una imagen, popularmente conocida como "Virgen del Tiro", sonríe para sus adentros, esperando que alguien descifre el enigma de esta "viajera del tiempo".
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Extraña advocación, esa "del Tiro", que según antiguos cronistas, de mediados del s.XIX, proviene del "tiro" de cuerda, accionado por una polea que, situada en el último piso, servía para introducir en el obrador de cera, de la Catedral, los materiales para elaborar las velas. El problema está, en que una inscripción del hueco, donde se aloja la polea, dice: "Se yzo, año de 1806". Luego, la imagen es llamada "del Tiro", tan sólo desde el año en que se hizo el hueco y colocó la polea, por lo que, anteriormente, tendría otra advocación. Además, esta Virgen tan sólo está en dicho muro desde el s.XVI, pues la Sala Capitular fue construida, por Enrique Egas, entre 1504 y 1512, por orden del Cardenal Cisneros.
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¿En qué templo moraba, con anterioridad a dicho siglo, esta Virgen Negra de advocación olvidada, que nadie sabe de dónde ha salido? ¿Procede quizá, de la capilla templaria, tras haber estado arrinconada en las bóvedas catedralicias, junto a otras muchas obras medievales?
No deberíamos olvidar que, la grandiosa Catedral de Toledo, fue comenzada por el arzobispo-cronista don Rodrigo Jiménez de Rada, en gratitud a la Virgen por la victoria de Las Navas de Tolosa (1212) sobre los musulmanes. Batalla ganada con la celestial ayuda de Nuestra Señora, y la colaboración de las Ordenes Militares, entre las que figuraba un fuerte contingente templario al mando de un comendador que pereció en el combate. Y no perdamos de vista, que el arzobispo don Rodrigo era, no sólo, amigo de la Orden del Temple, sino, además, nieto del Comendador templario de Novillas (Zaragoza), don Pedro Tizón.
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La Virgen del Tiro, tiene todos los caracteres de una "Dama Negra del Grial", heredera de los viejos cultos a la Madre Tierra. Por su color, postura, atributos y tamaño, parece una imagen de fines del s.XII o comienzos del XIII. Muy estilizada, la vestimenta de la madre y la postura lateral del Niño los asemejan -salvando las distancias- a la imagen negra de la Mare de Dèu del Claustre, en Solsona (Lleida), que dicen es una copia de la Virgen Negra de la Daurade, en Toulouse (Francia), aquella esotérica "Dama de los Trovadores".
Curiosamente es la única imagen, en todo Toledo, sobre la que no quedan datos, pues de todas las demás, incluidas otras dos que tienen ciertos caracteres de Virgen Negra: la del Sagrario (en la Catedral) y la de San Cipriano -que por cierto, dicen que "son primas"-, se conserva algún recuerdo de sus orígenes y andanzas. ¿Estamos ante la imagen perdida que recibió culto en la capilla templaria?
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Cuando el Temple fue extinguido, en 1312, el arzobispo toledano don Gutierre Gómez de Toledo tomó posesión de las riquezas de la Orden, tras perseguir, encarcelar, y hacer torturar hasta la muerte, a los caballeros. Tales bienes fueron empleados según conveniencia. Generalmente, los objetos de culto, como cálices, relicarios, crucifijos e imágenes, eran reutilizados tras un examen minucioso para borrar posibles símbolos templarios. Aunque no sería hasta la época barroca, cuando se dieron los casos más descarados de ocultación.
A veces, en el caso de imágenes de santos, cristos, o vírgenes, sobre todo si eran famosas y de gran veneración en santuarios de la Orden, se retiraban del culto por un tiempo. Luego, volvían a aparecer, cambiados su hábitos, su color, sus símbolos, e incluso sus tradiciones y leyendas. Otras, eran relegadas a destinos humildes, poco destacados, como ermitas, humilladeros y hornacinas...
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¿Acabó, la Virgen Negra del Temple, en los desvanes catedralicios, hasta que en el s.XVI alguien decidió utilizarla en la hornacina del edificio de Enrique Egas?
Tras el sucio cristal, su hierático rostro negro parece esbozar una sonrisa de complicidad. Si prestamos atención, casi podemos escucharla murmurar los versos del Cantar de los Cantares, que tanto gustaban a san Bernardo, cofundador del Temple: "Negra soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén... no os fijéis en que estoy morena, es que el Sol me ha quemado..."
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Salud y fraternidad.
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[Nuestro agradecimiento a Patricia "Patadeoca", esotérica hija adoptiva de Toledo, por sus fotos y dibujo].

martes, 16 de noviembre de 2010

"Albanchez de Mágina, nido de gorriones..." (De re poliorcética)

Albanchez de Mágina (Jaén), a la sombra de la Serranía de los Castillejos y el Monte Aznaitín.
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En época tan temprana como 1635, el erudito historiador del Santo Reino, el humanista don Martín Jimena Jurado (1615-1664), inició una curiosa labor de investigación, sobre poliorcética y castramentación, visitando los castillos de Jaén, que dibujó, aunque no llegó a estudiar ni una décima parte de ellos, trabajo que incluyera en sus Antigüedades de Jaén (1639?). Y se comprende que no culminase su intento, puesto que existieron más de cuatrocientas fortificaciones, entre recintos amurallados, atalayas de señales, castillos y alquerías fortificadas -de todo lo cual, hoy, sólo se conservan unos ciento cincuenta edificios-.
Sierra Mágina, en el alto Guadalquivir, fue desde antiguo lugar de paso para fenicios, romanos, visigodos, o musulmanes, que deseaban comerciar, conquistar, o ambas cosas, por lo que el dominio efectivo de la región imponía el levantamiento de recintos fortificados, que garantizasen la defensa del territorio.
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El "alcazarejo" de Albanchez, vigía del tiempo, sobre vertiginoso despeñadero.
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Íberos y romanos, fortificaron castrum y oppida, cerros amurallados en los que se situaban las poblaciones, y desde los cuales se controlaban los caseríos agrícolas, campos de cultivo y las calzadas. En las urbes más importantes, existieron también fortalezas, de tamaño reducido, con una guarnición permanente. Estos recintos, con algunos retoques, continuaron en uso durante la convulsa etapa visigoda.
Los invasores musulmanes, del siglo VIII, construirán sus defensas adaptando los elementos anteriores a las nuevas necesidades. Su utilidad, se hizo evidente durante las revueltas señoriales, en época califal con la rebelión de Ibn Hafsun y los muladíes, o la de los mozárabes, y luego con las disputas entre los reinos de taifas. Hasta resultar definitivamente imprescindibles, cuando esta zona se convierta en frontera, entre los reinos de Castilla y Granada, debiendo reforzarse unas defensas que había iniciado al-Hakem (961-976), para frenar el primer avance de los reinos cristianos, y que los asaltos de Alfonso VII, en 1147, habían debilitado.
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En esta fortificación espanta más el aterrador vacío, sobre el que se alza, que los recios muros.
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Durante todo el medievo, se levantarán fortificaciones según unos esquemas fijos, aunque con modelos muy variados. Las villas más importantes, se rodeaban de murallas, y quizá contaban con una fortaleza, de tamaño variable, donde acogerse en última instancia en caso de asalto. También existía el castillo señorial, rural, más o menos cómodo y lujoso, que defendía una villa menor y su comarca con los terrenos de labor.
Otro elemento defensivo, de menor entidad pero no menos importante, eran las atalayas de vigilancia y señales, torres distribuidas de manera regular en una línea defensiva, como sistema de comunicación fijo entre fortificaciones importantes. Para ello, se utilizaban señales ópticas: durante el día, espejos metálicos, o señales de humo, y durante la noche hogueras, y en ambas ocasiones señales acústicas mediante trompas o cuernos. Así, a base de un código convenido, se transmitían los avisos pertinentes sobre movimientos enemigos, a fin de tomar las medidas precisas y acudir con tropas donde fuere necesario.
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Según la perspectiva que adoptemos, se aprecian una o dos torres encaramadas a la peña.
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En Las Relaciones Topográficas de los pueblos de España (1574-1578), ordenadas por Felipe II, se dice: "La villa de Alvanchez tiene dos castillos, uno en lo alto de la dicha peña o sierra a questá arrimado, en lo alto della, y el otro más abajo y más cerca de la dicha villa. Los dichos dos castillos de la dicha villa de Alvanchez, el más alto hes de argamasa, y el otro más bajo hes de tapería e los çimientos son de piedra".
Se trata de una verdad relativa, pues si bien es cierto que hay dos fortificaciones, ninguna de ellas resulta ser lo que entendemos por "castillo".
Algún historiador, más poético y optimista que concienzudo, ha definido la fortificación de Albanchez como "Nido de Águilas", aunque a tenor de la categoría de su estructura, y sin que ello signifique demérito para su valor histórico, no pasará de "nido de gorriones".
Sobre una escarpada peña, en la Serranía de los Castillejos, formando parte de Sierra Mágina, se eleva el denominado "Castillo de Albanchez", porque a sus pies se encuentra la localidad de igual nombre. Pero el "alcazarejo" de Albanchez, no es propiamente un castillo, sino una "torre almenara" o "atalaya", aunque tampoco esto es exacto, pues se trata de una "atalaya dúplice". El caso es que, desde su estratégica posición, controla visualmente un amplio espacio territorial del contorno. Y no está sola, pertenece a una compleja red de fortalezas, cuya interrelación efectúa el control militar de la zona. Función que ejercía, vigilando el paso de montaña, el pueblo amurallado, y el valle del río Bedmar, mediante el enlace visual con los castillos de Jimena, Bedmar, Torres de Albanchez, Úbeda y Baeza.
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Las viejas leyendas, hablan de rocas deformes que son asaltantes milagrosamente petrificados, por intercesión celestial.
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Levantada en el siglo IX, por el rebelde musulmán Ibn al Saliya, señor de Sumuntán, posiblemente sobre una obra más antigua -visigoda, o celtíbero romana-, su estructura fue sucesivamente reforzada, así como las defensas de la villa que, hacia el siglo XI, fue amurallada, cuando dependía de la Cora de Yayyan -Xaén-.
En 1231 las tropas de Fernando III reconquistan esta población, que perteneció al señorío de Jódar hasta 1238, en que fue vendido a Úbeda. En 1309, Fernando IV concede Albanchez a la Encomienda de la Orden de Santiago, quedando como aldea de Bedmar, para formar posteriormente, junto con este lugar, la Encomienda de Bedmar y Albanchez. Los caballeros santiaguistas, darán a nuestra atalaya el aspecto actual, pues la forma redondeada de sus esquinas es típica de esta Orden, y en sus manos desempeñará un papel crucial, mientras sea lugar fronterizo con el reino moro de Granada.
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Aunque, por encima de cualquier otro milagro, está el de su fantástico equilibrio sobre las peñas.
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Su elevada situacion sobre cortados y breñas, el dificil acceso, y su reducido tamaño -apenas hay espacio para una decena de hombres-, delatan a las claras que dicho edificio no podía corresponder a una función defensiva del lugar, sino tan sólo de vigilancia. Para llegar hasta la atalaya, había que seguir un estrecho y zigzagueante sendero, que ascendía trabajosamente entre peñascos, bordeados de precipicios y despeñaderos. Para obstaculizar las parte más accesibles del monte, se añadieron diversos lienzos amurallados, a trechos regulares, de los que se aprecian unos treinta metros en la parte inferior, hacia el lado sur, del recinto. Todavía hoy, cuando se han colocado barandillas de madera y unos trescientos escalones, la ascensión resulta fatigosa y no muy segura.
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El caserío de Albanchez, "a vista de gorrión", desde la empinada atalaya.
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Al final del sinuoso sendero, se llega hasta una muralla, o coracha, de trece metros de longitud, que mediante una estrecha y baja poterna protegía el acceso al primer recinto. Éste, al que algún optimista ha calificado como "patio de armas", es un minúsculo espacio trapezoidal, con un lienzo de apenas diez metros dotado de merlones y saeteras, colocado a pico sobre el precipicio. Aquí se alza la "atalaya dúplice", pues se trata de dos estrechas torres, rectangulares, unidas por una esquina. En la base de la más adelantada, existe un aljibe de regular tamaño, que abastecía con agua de lluvia a los defensores. En la unión de ambas torres, un estrecho pasadizo, que apenas permite el paso de un hombre, y esto con grandes dificultades, conduce al piso superior de las dos atalayas, y a las almenas.
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El hueco de la izquierda da acceso a la cisterna, la abertura de la derecha conduce a las almenas.
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El enclave, podía resistir un asedio de forma indefinida, mientras contase con víveres suficientes y el aljibe lleno, pues el asalto era prácticamente imposible, ya que no hay espacio para emplazar máquinas de guerra, ni escalas, ni se pueden practicar minas.
No obstante, una vez desaparecido el enemigo musulmán con la caída del reino granadino, la atalaya del Albanchez, resultaba supérflua. Salvo alguna escaramuza, durante las reyertas señoriales y la guerra civil de los Trastamara, su utilidad desapareció por completo. A fines del siglo XVI, las crónicas dicen que estaba ya abandonada y en ruinas.

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"La neblina, del agua es madrina y del Sol vecina" [Refrán meteorológico, andalusí].
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Jesús Ávila Granados, otro incansable rastreador de enigmas celtibéricos, se ha referido a esta comarca como: "Sierra Mágina, uno de los escenarios más esotérico de la geografía hispana", y nosotros, aunque matizando el aumentativo, tenemos que darle la razón. Sobre todo después de aquella tarde de octubre, húmeda y neblinosa, cuando unos acogedores "albanchurros" nos deleitaron con los misterios, sucedidos, creencias y costumbres del lugar, al amor de la lumbre, en la vieja casona familiar de los Gila.
Allí, entre bromas y veras, salieron a relucir los espectros de su atalaya de Albanchez, junto con las fantasmales "caras de Belmez", que no son sino la punta de un iceberg sobre viejas creencias en espíritus, aparecidos y manifestaciones del submundo celtíbero. Nos hablaron de los zahoríes, que por aquí no son sólo quienes tienen el misterioso poder de conocer donde encontrar agua subterránea, sino también aquellos que adivina el futuro, como dice la copla:
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"Si yo fuera zajorí,
calara los pensamientos,
supiera lo porvenir..."
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"A veces, esa niebla la provocan las brujas, para ocultar sus aquelarres entre las abandonadas piedras".
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Y no faltaron los chascarrillos sobre los dos patronos del lugar, el más "veterano", san Roque, y el más "bisoño", Francisco de Paula (canonizado en 1519), el popular "Pachuelo", que, entre sus muchos milagros, debe contar con uno bien singular: la venida a Albanchez del Santo Grial... Bueno, una réplica del que, en la catedral de Valencia, veneran los cofrades levantinos de dicho santo.
Celestial "Pachuelo", al que lo mismo arrojan trigo a puñados, para propiciar buenas cosechas, que lo bañan en litros de colonia, para que llueva con abundancia, o que antaño despeñaban desde el barrio de "los Pilrreles", cuando no les concedía la ansiada lluvia. Santo que no es, sino el sincretismo de alguna vieja deidad celtíbera, pasada por el tamiz sincrético de heterodoxos ermitaños, curanderos serranos, los famosos "santos" que en esta sierra ejercen una "medicina mística", adquirida por gracia especial de la divinidad en el vientre de sus madres, como el "santo Custodio", la "santa Antonia", y tantos otros.
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Al caer la coche, los habitantes de las sombras, murciélagos, lechuzas y mochuelos, rondan la vieja atalaya susurrando su misterio...
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También la sombra del monte Aznaitín se proyectó sobre aquella tertulia, con su largo cortejo de malignos duendes "minguillos", enigmáticos centauros "juancaballo", tesoros árabes por los laberínticos recovecos de la cueva encantada, o el brumoso recuerdo del Dios celtíbero Naitín que habita en sus entrañas. Sí, "ese que manda el arco iris a recoger agua al río para preñar las nubes de lluvia...", el mismo que "arrastrando por el cielo carretones cargados de piedras, produce las tormentas y los truenos...", por eso, "cuando hay tronada, conviene estar atento, porque donde cae una centella puede encontrarse la Piedra del Rayo, que libra a la casa del fuego del cielo..."
Incluso, nos descubrieron insólitas propiedades del aceite de oliva, pues afirman los antiguos que, "si mudamos de casa, y no queremos que el gato se marche de la nueva vivienda, basta con untarle los pies de aceite virgen..." Y no faltaron las referencias a las actuaciones inquisitoriales, allá por finales del siglo XVI, que llevaron a las hogueras de Úbeda y Baeza, cerca de trescientos vecinos de los contornos, entre moriscos, judaizantes, alumbrados, brujos, endemoniados, hechiceros, herejes supersticiosos, y curanderos.
Luego, sin apenas darnos cuenta, la noche arrojó su negra capa sobre Albanchez. Por la almenas de su atalaya, "nido de gorriones", graznaba la lechuza y le respondía el mochuelo, mientras el murciélago zigzagueaba de acá para allá. En las empinadas calles, los niños pasaban cantando bajo la llovizna otoñal:
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"Agua del Cielo
crece el pelo:
¿Quién te lo ha dicho?
Mis dos luceros..."

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[Dedicado a Miss Brillet y Malvís, "aceituneros altivos...", a su mítica Fraga y a todos sus habitantes, humanos y animales].
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Salud y fraternidad.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Misterio románico en Úbeda...

En la confluencia de los ríos Jandulilla y Guadalquivir, existía un poblado íbero, de nombre Bétula, que los romanos transformaron en Colonia Salaria. Se dice que su nombre original puede ser latino, indicando su proximidad al río Betis, o celtíbero, por la abundancia de abedules, en lengua indígena "betu". Dicho lugar fue conocido luego como Úbeda la Vieja.
Muy cerca, sobre un cerro, desde el que se divisa Sierra Mágina y su imponente pico Aznaitín, existía otra ciudad íbera, de nombre ignorado, aunque se cree fundada por Idubeda, nieto de Tubal, la cual dependía de la vecina Bétula-Salaria. En tiempos de las invasiones visigodas, la ciudad del cerro, con el nombre de Bétula Nova, cobró importancia por su situación estratégica, a costa de Salaria que resultó abandonada. Su valor se acrecentó con la llegada de los invasores musulmanes, que la fortificaron y engrandecieron, entre 822-852, bajo el nombre de Madinat Ubbadat al-Arab: "Úbeda de los Árabes", para contrarrestar con su población totalmente musulmana, el peso de la sediciosa población mozárabe de la cercana Baeza.
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A partir del siglo XII, Úbeda, queda en zona fronteriza con el reino castellano, y sufre diversos asaltos. El episodio más curioso, es la "cruzada" del castellano-leonés Alfonso VII, que en 1147 se apoderó de Úbeda, Baeza y Almería, reteniéndolas durante diez años, hasta que los almohades las recuperaron en 1157.
Tras la victoria de Las Navas, en 1212, Úbeda es asaltada y devastada por Alfonso VIII, quien debe abandonarla al poco tiempo. Hasta que al fin, en 1233, Fernando III la retoma definitivamente para los castellanos y la convierte en ciudad realenga, cabeza de un arciprestazgo. Como ciudad fronteriza, con el reino de Granada, recibe privilegios y concesiones reales, para favorecer el asentamiento de colonos, castellanos y leoneses en su mayoría, que den estabilidad a la urbe donde convivirán con judíos y moriscos.
Esta convivencia de las tres culturas, hizo prosperar la ciudad hasta que, en 1368, la guerra civil castellana, entre Pedro I y Enrique II, enfrentó a la nobleza local entre sí, y de paso con sus vecinos. Disensiones que no finalizarán por completo, hasta 1507, cuando los reyes Isabel y Fernando impongan la paz tras demoler la Alcazaba y parte de las murallas.
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Al contrario de lo sucedido con el románico de Córdoba, el esplendor comercial y cultural de Úbeda durante el siglo XVI, propiciado por la poderosa nobleza, una vez pacificada, nos privará de los templos tardo-medievales levantados por los iniciales conquistadores castellanos, al remodelar o reconstruir, en plateresco y renacentista, unos edificios donde el gótico naciente se había mezclado con el románico tardío, perpetuando temas que en el norte ya habían "pasado de moda". En compensación, levantaron una urbe que entonces era conocida como la "Florencia de Andalucía", aunque eso no nos consuele por todo lo perdido.
El templo de San Pablo, segundo en antigüedad de Úbeda, es buen ejemplo de lo antedicho. Aquí hubo un santuario visigodo -quizá sobre uno íbero-, al que se permitió continuar su culto durante el inicio de la dominación musulmana, aunque luego fue convertido en mezquita de barrio. Durante la década de ocupación castellana (1147-1157), fue rehabilitado para uso cristiano, y vuelto a utilizar como mezquita por los almohades, y finalmente reedificado en estilo tardorrománico tras la reconquista de Fernando III (1233).
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De la antigua fábrica de San Pablo, quedan escasos vestigios, ya que en la guerra civil de los Trastamara, como la mayoría de Úbeda apoyaba al bastardo Enrique II, fue asaltada y saqueada por don Pedro Gil, en 1368, leal del legítimo Pedro I. Aprovechando la confusión del momento, los nazaríes granadinos asaltaron Úbeda, así que entre unos y otros nuestro templo resultó incendiado y casi completamente destruido.
Al reconstruirlo, se continuaron haciendo renovaciones y adiciones, de forma que hoy es un conjunto complejo que reune todos los estilos, desde románico hasta barroco. Su portada occidental, "de los Carpinteros" (1240), es uno de los pocos ejemplos de arquitectura tardorrománica de la ciudad reconquistada por los castellanos.
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No obstante, es en el ábside, acabado después de 1368 y remodelado en el siglo XVII con el añadido de la galería superior, donde quedan los elementos románicos más antiguos. Anteriores quizá a la conquista fernandina, e incluso a la época almohade.
Puestos ante el ábside, nuestra vista es atraída por una estética, aunque mastodóntica, fuente renacentista, adosada allí en 1559, y cargada de escudos nobiliarios. No deja de ser significativo que, habiendo tanto espacio en la plaza, se fuese a colocar la fuente precisamente allí... ¿Quizá porque se trataba de un viejo manantial sagrado, origen y motivo de la erección de los sucesivos templos en este lugar?
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Pero no es en la ostentosa fuente en lo que debemos fijarnos, sino en los contrafuertes y cornisas del abside, donde se han empotrado una serie de elementos escultóricos que, con toda claridad, se ve que proceden de un edifcio anterior. No sólo por el estilo, sino por la temática.
Hay grandes piezas, como águilas, leones y monstruos, que pueden haber pertenecido a una portada, junto con otros pequeños elementos, como cornisas con vegetales, frutos y serpientes, que demuestran ser labores románicas. De un románico tardío, ciertamente, pero románico al fin y al cabo.
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Su antigüedad, se aprecia especialmente en los canes, por lo que estos elementos sólo pueden provenir de dos edificios concretos: El templo levantado tras la conquista de Fernando III, en 1233, o el alzado durante la dominación castellana de Alfonso VII, entre 1147-1157. Allí se encuentran las figuras habituales, en este tipo de esculturas: parejas de animales, toneles, cabezas de hombres barbados, mujeres con tocados, animales luchando, frondosos vegetales.
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Pero, entre todos ellos, destaca un tema tan característico del románico que no puede serlo más: la pareja, formada por un músico y su compañera la bailarina contorsionista. Una representación, que figura en capiteles y canes del románico pleno, propio del siglo XII, con pertinaz insistencia, ya esté elaborada por los Magister de más fama, o por los más humildemente anónimos, desde el más perfecto estilo hasta el más burdo.
Aquí está el busilis del asunto. ¿Se trata de la persistencia tardía, de un motivo muy querido del románico? ¿O acaso, este motivo, demuestra que procede de un templo edificado durante los diez años de ocupación castellana, a mediados del siglo XII?
Item mas. ¿Por qué, tras tanto reconstruir y reedificar, cuando todo se hizo prácticamente nuevo, después de 1368, se volvieron a utilizar estas viejas piedras románicas, cuyo simbolismo -en teoría- ya debía haberse perdido? ¿Qué canteros, y que comitentes, fueron quienes nos dejaron este rompecabezas constructivo?
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Este es uno de los enigmas de Úbeda, pero hay más, muchos más...
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Salud y fraternidad.

domingo, 24 de octubre de 2010

Aznaitín: Dioses, duendes y tesoros.

Uno de los picos de Sierra Mágina (Jaén), es el Aznaitín, que se alza impresionante sobre el valle del Guadalquivir. Al viajero poco avisado, esta montaña, de unos 1.745 metros, puede parecerle otro bonito risco de los que por aquí abundan, otra belleza natural, o un lugar pintoresco para pasear, pero dicha mole de roca esconde enigmas, recuerdos y misterios de civilizaciones perdidas. Su secreto, se encuentra oculto bajo capas sucesivas de aconteceres históricos, transformados en hechos legendarios. Al pie de la enigmática montaña, se encuentra la villa de Albanchez de Mágina. Preguntad a los viejos del lugar y comprobaréis que, sin mucho esfuerzo, sus consejas, tradiciones y leyendas, os muestran el camino para levantar el velo que oculta ese mundo perdido.
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Conquistado el lugar en 1231, por Fernando III, la aldea fue concedida a la Orden de Santiago en 1309, que formó con ella, y otra vecina, la Encomienda de Bedmar y Albanchez. Para defensa de la, todavía, inestable frontera, los santiaguistas ampliaron un viejo torreón árabe, del s.XI, convirtiéndolo en pequeña fortaleza que los defendiese de las incursiones del reino moro de Granada.
Antes de eso, el lugar estuvo habitado por los musulmanes, y dependía de la provincia de las Alpujarras incluida en la cora de Xaén.
Si seguimos retrocediendo, los recuerdos se tornan más borrosos. Los romanos tenían una población llamada Campaneana, rodeada de villas agrícolas, dedicadas, ya entonces, a la explotación del olivo.
Aún antes de Roma, vivieron aquí los íberos, que han dejado vestigios arqueológicos, como el llamado "friso del ciervo".
Y, al fondo de todo, encontramos los habitantes paleolíticos campando por estos cerros de Mágina, de cuya presencia nos ha quedado, entre otras, la Cueva de los Esqueletos, con pinturas y una curiosa necrópolis.
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Otros muchos elementos culturales nos han dejado, en la comarca y concretamente en el Aznaitín, los sucesivos pobladores. De modo que pueden servirnos de modelo, exportable a tantos otros lugares, respecto al mundo sincrético que conformó la cultura en los convulsos y apasionantes siglos del medievo.
Dicen unos, que el Azanitín, nombrado Naitín en el habla local, toma su nombre del árabe "Az-naitín", con el significado de "fortaleza de la higuera". Pero otros, abundan en un significado anterior, muy anterior, reinterpretado por los conquistadores árabes.
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Según Macrobio (s.IV-V d.C.), en la no lejana Guadix, los íberos accitanos tenían un templo dedicado al dios Neithi, o Neitin, el mismo que ya había citado Estrabón (s.I a.C.), nombrándolo Netón, Neto, y Neito, como divinidad común de los celtas hispanos. Debía tratarse de dos dioses afines, que en época romana resultaron asimilados, y fueron veneración común entre los celtíberos.
Neitin, es dios de los guerreros y del mundo de los muertos, su animal totémico es el buitre, que al descarnar los cadáveres facilita la liberación de las almas ayudando a que pasen al más allá. Como divinidad del submundo, es señor de los elementos caóticos o fuerzas primordiales de la naturaleza: el rayo, la tempestad, al tiempo que actúa de guía y juez de dichas almas, mientras es guardián de los tesoros subterráneos.
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Este Neitin, muy extendido entre los celtíberos con el nombre más común de Neto, que tiene su paralelo en el Net, o Neit, de los celtas que invadieron Irlanda, es quien puede haber dado su nombre al monte Aznaitín. El Naitín, que los lugareños dicen ser escenario de apariciones fantasmales de almas en pena, el mismo que es habitación de duendes malignos, los "minguillos", que hacen perder la cordura y la salud a quienes tienen la mala suerte de enojarlos. El mismo Naitín, que guarda en sus entrañas de piedra un fabuloso tesoro. Y, en fin, ese Naitín por cuyas breñas trotan los enigmáticos seres híbridos, semidivinos, que galopan hacia nosotros desde el confín de la Antigua Religión.
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En las veladas invernales, al amor de la lumbre, o en la cálidas noches estivales, en las puertas de las casas, los ancianos han venido asombrando a grandes y pequeños con las más diversas leyendas, muchas de las cuales, hunden sus raíces en aquellas creencias y tradiciones de las tierras del centro y norte de Hispania, de donde procedían los repobladores medievales llegados con los conquistadores. Aunque otras, proceden del fondo común de los pueblos que habitaron estos lares en la antigüedad, y en las que se entremezclan elementos romanos con ibéricos, o aún célticos.
La más famosa leyenda de este monte mítico y divino, es la del "Tesoro del tío Malverano", la cual, a pesar de estar ambientada en la época de la reconquista, delata en sus elementos una procedencia anterior en muchos siglos.
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En la cara este del monte Aznaitín, no lejos de su cima, se encuentra la popular Cueva del Tío Malverano, donde afirman todos los lugareños, más o menos convencidos, que se esconde un fabuloso tesoro.
Se cuenta, que al llegar a esta zona las huestes castellanas, haciendo retroceder a los árabes, un moro muy rico decidió esconder sus tesoros en dicha cueva, en la creencia de que ello sería más seguro que transportarlo todo por los caminos, teniendo en cuenta, además, que estaba convencido de ser esta retirada algo provisional, y que en no mucho tiempo podría regresar seguro a su estado anterior.
Cargó todo su haber en varios mulos y se encaminó a la cueva, con gran sigilo, más no tanto que no fuese visto, casualmente, por un joven de Albanchez, llamado Malverano, quien lo siguió intrigado. Presenció el curioso, su entrada en la cueva, esperó, y al cabo de varias horas lo vio salir solo y sin carga alguna.
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Convencido que allí debía haber gran ganancia, se apresuró a meterse en la cueva, tan solo para descubrir que aquello era un laberinto de pasadizos. En vista del peligro, decidió explorar aquel antro con precaución. Para no despertar sospechas, se hizo pastor, y así pudo subir y bajar del monte con naturalidad, de modo que mientras sus ovejas pastaban, él exploraba la cueva. Pasaron muchos años, pero el tío Malverano no se desanimaba, hasta que el tesón tuvo su recompensa. Al fin, un día, dio con el camino correcto y acabó en la estancia donde yacía el objeto de sus desvelos. Aquello era algo fabuloso, aunque de gran peso, tanto que era imposible sacarlo con sus solas fuerzas.
Tras mucho cavilar, decidió revelar su secreto a varios íntimos del pueblo, aunque ello supusiera compartir también el tesoro. Quedaron convenidos en salir al otro día para la cueva, pero al momento de la partida, al tío Malverano le falló el corazón, y mientras exhalaba su último aliento, tan solo acertó a decir, como guía para encontrar la riqueza oculta: "Frente a la cabeza del toro está el tesoro..."
No es preciso rebuscar mucho, para ver el paralelismo entre la gruta laberíntica, con un toro en su interior, y la leyenda del Minotauro. Y también, para conectar este "toro" cuya cabeza señala un tesoro, con los toros de piedra de la cultura céltica, pastoril, que en tantos lugares de Hispania cuentan con leyendas similares, referidas a una gruta o subterráneo, un tesoro y la cabeza de un bóvido que sirve como señal.
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Otra tradición, no menos arraigada en la comarca es la del "Juancaballo". Dicen los más viejos, y no hay motivo para no creerlos, que en las cumbres del Aznaitín, y en otros cerros de Sierra Mágina, habitan de antiguo unas extrañas criaturas, los "juancaballos". Y que, como su nombre sugiere, se trata de seres mitad hombre y mitad caballo.
Son de ordinario esquivos, evitando encontrarse con los humanos, de modo que por el día se ocultan en las cuevas de la serranía, y por las noches salen para alimentarse. Tan solo cuando la necesidad los empuja, porque la sequía o las nevadas hacen escaso el alimento, bajan de las cumbres a saquear huertos y graneros. Entonces, si son descubiertos y acorralados, emplean toda su astucia, ferocidad y crueldad, para salirse con la suya. De modo, que pocos han sobrevivido para contar sus encuentros con estos seres. Incluso, se cuenta, que en casos de extrema penuria alimenticia, han llegado a comer carne humana, tras matar o mutilar a los campesinos que pillaban desprevenidos.
Tanta impresión causaban estos seres, que en el templo del Salvador, en la vecina Úbeda, labraron su figura en la fachada, luchando con un hombre... De nada valdrá, que expliquéis a los viejos que aquella figura representa a Hércules venciendo al centauro Neso, para ellos se trata de un "juancaballo" y de ahí no los baja nadie, porque esa figura es la prueba irrebatible de su existencia.
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Por si fuera poco, en la mísma Úbeda, en la fachada de la casona llamada "de los salvajes", se encuentran las figuras de dos personajes con el cuerpo completamente cubierto de pelo, largas barbas y cabellos, que ciñen cinturones de vegetales trenzados. Quiere la tradición popular, que se trate de los "minguillos", esos pequeños duendes maléficos dotados de poderes sobrenaturales, habitantes de cortijos, caserías y desvanes, con los que es mejor no encontrarse por los caminos, sobre todo en las horas nocturnas...
En estas tierras arriscadas, la lucha por la vida y el secular aislamiento, la subordinación a los fenómenos naturales y el temor al incierto porvenir, ha propiciado que todo se revista con una aureola mágica, de modo que los sincretismos, religiosos y culturales, han sobrevivido con una fuerza que en otros lugares ya se ha desvanecido.
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Basta observar el Aznaitín, el ibérico Naitín, en las diversas horas del día, en diferentes circunstancias meteorológicas, o en las distintas estaciones del año, para comprender la magia que evoca en los habitantes de la comarca, el temor reverente que a veces suscita en ellos y, en definitiva, el misterio con que éstos envuelven todos los sucesos relacionados con la maravillosa montaña.
El mejor ejemplo de lo dicho, nos lo ha proporcionado un "albanchurro" de pro, con un verso lapidario:
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"Mágina y su nube negra.
En el Aznaitín afila
su cuchillo la tormenta..."
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Salud y fraternidad.