El nombre de la calle, está escrito incorrectamente, lo que propicia un doble sentido que, la palabra medieval, en su origen, no contiene.
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¿Han meditado, sobre las graves consecuencias de una simple errata ortográfica? Porque, tras la irrisión causada por esa errata, de la que hablaremos enseguida, se esconde una singular información sobre la sociedad medieval.
En la Alcarria de Guadalajara, se encuentra la villa medieval de Cifuentes, conquistada por Alfonso VI en 1085, y en ella una calle con el curioso, al par que chocante, nombre de "Cristo de la Repolla". Al ver letrero tan insólito, la primera reacción es sonreír y pensar mal, la segunda, hacer chistes groseros, y blasfemos juegos de palabras. Sin embargo, si profundizamos un poco, creánme, veremos que la cosa no tiene nada de jocoso y sí mucho de curiosidad histórica. ¿Será posible?
La constatación inicial, es que existe un Cristo de tal advocación, y una Cofradía que lo sirve. La arraigada devoción que la villa le profesa, es unánime, y por ello ha merecido le sea adjudicado el nombre de una calle. Sin embargo, a la hora de explicar el curioso nombre de la devota imagen, surge la división de opiniones.
Una antigua leyenda popular, lo explica así. Andaba Cristo por la Alcarria, disfrazado de mendigo para probar la caridad de los humanos, y pasó por Cifuentes. Tras llamar, en vano, a las puertas de los palacios, probó en una humilde casa del "Cerrete", le abrió una anciana, que dijo no poder ofrecerle más que el "repoyar", las sobras del almuerzo, que había guardado para cenar. Tomó el mendigo lo que le daban, marchó agradecido, y a la mañana siguiente, la anciana encontró en la puerta dos canastas, en una estaba el mismo "repoyar" que había dado por limosna, pero duplicado, en la otra había un precioso Cristo tallado en madera. Se difundió el milagro, y los vecinos hicieron una hornacina, en la pared de la anciana, donde colocaron a la pública devoción aquel Cristo que, por memoria del prodigio, fue llamado "Cristo de la Repoya". Y allí estuvo, hasta los años de la última guerra civil, cuando una explosión derribó la casa.
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La forma correcta, de escribir el nombre de esta calle, sería con "y", no con "ll", como en esta reconstrucción virtual.
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Al transcurrir de los siglos, e irse olvidando el origen del Cristo, el lenguaje vulgar deformó la gramática, y la última sílaba pasó, de "repo-ya" a "repo-lla", con el dudoso significado que dicho vocablo ostenta hoy.
El origen de las expresiones medievales, "repoyar" y "repoyo", estaría en el latín "repudium": lo que se desecha, o aparta, por insignificante, aplicado genéricamente a las sobras o restos de comida. Puede ser así, pero de aquí parece haberse derivado otra acepción, distinta pero coincidente.
Otra tradición, menos "milagrera", afirma que existió una Cofradía del Santo Cristo de la Caridad, la cual regentaba el "Horno del Cristo". En esta tahona, la "poya" que pagaban los vecinos, y la "repoya", que dejaban por limosna, servía al mantenimiento de la Cofradía del Cristo y su culto, por ello, dicha imagen adquirió el apelativo del impuesto y limosna que lo sustentaban: "Cristo de la Repoya".
Todavía existe otra variante popular, para explicar tan peregrina advocación. El horno comunal "de pan cocer", antaño era un servicio que, el concejo ciudadano, subastaba por un año. Dicha subasta, o "puja", una vez licitado el negocio, se juraba ante este Cristo. De la unión entre "puja", subasta, y "poya", impuesto, saldría el chocante nombre de "Cristo de la Repoya". Pero, ¿existió un impuesto, llamado "poya"?
Todavía existe otra variante popular, para explicar tan peregrina advocación. El horno comunal "de pan cocer", antaño era un servicio que, el concejo ciudadano, subastaba por un año. Dicha subasta, o "puja", una vez licitado el negocio, se juraba ante este Cristo. De la unión entre "puja", subasta, y "poya", impuesto, saldría el chocante nombre de "Cristo de la Repoya". Pero, ¿existió un impuesto, llamado "poya"?
En el régimen económico feudal, los siervos estaban obligados a transformar las materias primas, únicamente, en las industrias del señor: moler el grano en su molino, cocer el pan en su horno, pisar la uva en su lagar. Por todo lo cual debían, además, pagar un impuesto, llamado "poya" en los reinos hispánicos.
Dicho impuesto, figura en los Fueros de Aragón (1247), como verbo, así "poyar" es pagar la "poya", o derecho de cocer el pan en el horno comunal. Las citas documentales son abundantes, en Mérida, en 1467, hay un pleito entre el Concejo Ciudadano y la Orden de Santiago, pues los Comendadores, señores del lugar, mandaron derribar los hornos de los vecinos, a fin de obligarles a llevar la masa a los "hornos de poya", pertenecientes a la Orden, y de cuyos impuestos sacaban pingües beneficios. En Loja (Granada), tras la reconquista, en 1486, se establece que la "poya" del pan, sea a razón de una hogaza por cada 30 panes grandes, y una por cada 20 pequeños.
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Ateniéndonos al sentido del término, que da origen a este nombre, se podría escribir el título de la calle de esta otra forma. Aunque así, no le hacemos favor al Cristo pues indica que vive a expensas de otros, lo cual parece poco digno de un personaje divino, y poco exacto para quién, según la mitología, se supone creador y dueño de todo...
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Los galos, más finos y socarrones que los celtíberos, nombraron estos impuestos como: "banalités": trivialidades, insignificancias. Como dato curioso, en Francia, en el siglo XIII, por influencia de la Orden del Temple, muchas "banalités" fueron abolidas y otras considerablemente limitadas, para atraer mercaderes a las importantes ferias de Champaña, en las que la Orden tenía una fuerte participación.
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Los galos, más finos y socarrones que los celtíberos, nombraron estos impuestos como: "banalités": trivialidades, insignificancias. Como dato curioso, en Francia, en el siglo XIII, por influencia de la Orden del Temple, muchas "banalités" fueron abolidas y otras considerablemente limitadas, para atraer mercaderes a las importantes ferias de Champaña, en las que la Orden tenía una fuerte participación.
Por el contrario, en los reinos hispánicos, su uso fue prolongado, e incluso, cuando el feudalismo desapareció, persistió el nombre de la "obligación señorial", como apelativo del pago privado, "en especie", realizado al dueño de la industria. Así, por ejemplo, la "poya" pagada al molinero, de una parte de la molienda que se le encomendaba, o al panadero, de una parte de la masa entregada para hornear.
En Trebago (Soria), hasta el siglo pasado, el hornero todavía cobraba a los vecinos "la poya", o sea, un tanto por ciento del peso de la masa que cada uno llevaba a cocer. También se añadía "el pico", una especie de propina, igualmente en masa, y con el producto de ambos, el hornero, cocía pan para vender a los vecinos que no amasaban, ganando así un jornal en efectivo. Este doble tributo, "pico" y "poya", sería denominado "repoya". Esta palabreja, dio origen, por extensión, al verbo "repoyar", cuya definición es: "Vivir de repoya", o "vivir a repoyo", de alguien; vivir de lo que éste paga o costea, depender de la economía de otra persona. Ya, en el anónimo Libro de Alexandre, s.XIII, leemos "repoyo" con el sentido de "vivir a expensas de":
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"El sabor de la tierra
faze muchos mesquinos
e que a grant repoyo
viven de sus vecinos".
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Si dicha calle, en lugar de en la Extremadura castellana, estuviese en Andalucía, bien podría llamarse de este otro modo, que como se verá, se acomoda bien a la idiosincrasia y buen humor andalusí, sin faltar a la verdad..
El sur, que además de existir, también es diferente, tiene algo que decir respecto a las "poyas" del Cristo y su "repoyar". Pues, según diversos autores, allí se encuentra el origen de este singular impuesto.
En el mundo musulmán andalusí, del medievo, el encargado de controlar las actividades mercantiles era el sahib al-hisba, -o sahib as-suq "señor del zoco"-, así llamado por el término "hisba", nombre del conjunto de leyes que regían la "res pública". En diversos tratados andalusíes, sobre este tema, como la hisba de Abd ar-Ra'uf, aparece el término "poya", como un "panecillo, con el que se paga al hornero por su trabajo". Dicen los arabistas, que este término pasó al castellano como "poya", al catalán como "puja", al murciano como "pijo", y al árabe maghrebí como "piwa". Su etimología parece estar en la "puja", o porción, con la que había que contribuir, sobre el total de la masa de pan a hornear, para pago del dueño del horno, para quién, a pesar de ser un pequeño porcentaje de la masa, como los clientes fueran muchos, el negocio resultaba rentable.
No está claro, si la palabra viajó del andalusí al castellano, o viceversa, o si la influencia fue mutua. Lo cierto es que, en Andalucía, la tierra de las metáforas, ha sobrevivido en una curiosa expresión coloquial, el "poyaque". Con ella, se expresan los varios "añadidos", o "extensiones", habitualmente de carácter menor, que se realizan a alguna actividad, pero que, al sumarse entre sí y al gasto general, hace que este se eleve sensiblemente para beneficio del profesional. Verbigracia: "el presupuesto de la reforma era barato, pero surgieron tantos poyaques que me subió una jartá". De ahí que, en broma y con socarronería, cuando en la realización de una obra pactada, quien la realiza aconseja un añadido que no estaba previsto, lo sugiere diciendo: "poya'que estamos, vamos a hacer tal cosa y quedará mejor..."
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Concluiremos, con una obviedad: "las apariencias engañan". Porque, del simple nombre de una calle alcarreña, que al principio nos pareció algo jocoso, incluso de carácter procaz y blasfemo, ha resultado toda una pequeña lección de jurisprudencia económica medieval, trufada de antropología popular. La próxima vez, que descubramos una calle de extraño nombre, lo pensaremos dos veces antes de sonreírnos tontamente.
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[Nuestro agradecimiento a Juancar, "peregrino románico", por la foto original de esta curiosa calle].
Salud y fraternidad.