El
senderín asciende, trabajoso y jadeante, mientras nos sumergimos en la mágica
espesura vegetal.
Desde
el barrio Llumberu, en un extremo del tranquilo pueblo asturiano de Alles,
parte una penosa senda ascendente que, tras corto tramo, inicia un brusco y
empinado descenso. El resbaladizo camino parece preparado para ser transitado,
mayormente, por el ganado que va a los pastos, antes que por el viajero
curioso.
A los lados del senderín se
extienden prados, y los restos de un bosque ancestral, entre cuyas encinas,
robles, castaños, brezos y tojos, podemos entrever correteando los viejos
espíritus célticos, trasgus, busgosus, xanas, nuberus, ventolines, o lavanderas,
y quizá si tenemos suerte eludiremos encontramos con el terrible cuélebre.
Al final del camino, en una hondonada, aparecen las desmoronadas piedras del templo de Plecín. El enigmático encanto de las ruinas, y su entorno, compensan el esfuerzo de llegar hasta este perdido lugar.
Desciende
luego, el camino, con un empedrado de vértigo, inquietante, sin que veamos
hacia donde nos conduce.
Los
celtas cántabros, orgenomescos, de los que ya hablamos al tratar el Monasterio
de Tina, en Pimiango, ocuparon también la Sierra de Cuera, al suroeste y no
lejos del enclave anterior. Uno
de sus castros estuvo en el valle de Peña Melera -hoy, Peñamellera-, en el entorno de lo que hoy
es el pueblo de Alles.
La
zona quedó bajo el yugo romano, desde el 19 a.C., aunque debido a la tolerancia
religiosa de aquellos ocupantes los autóctonos continuaron el culto a sus
divinidades, con santuarios al aire libre en los claros del bosque y junto a
manantiales. Allí veneraban a la Gran Madre, tanto como a los espíritus de la
Naturaleza, encarnados en los árboles, las rocas y las aguas.
Durante la dominación visigoda, comenzó lentamente el proceso de cristianización, quizá hacia el s.V-VI d.C., sin que por ello abandonasen sus viejas creencias. Antes bien, las mezclaron con las que aportaba en nuevo mito religioso, pues sabemos del fuerte arraigo de las costumbres culturales y religiosas pre-romanas, como sucede por toda la cornisa cantábrica.
Al
fondo de escarpada ladera, como un duende arropado por la vegetación, se
encuentra el lugar sagrado, el templo sobre el dolmen…
En
el valle de Peñamellera, unos quinientos metros al sureste del actual Alles, al
pie de un montículo rocoso, brotaba el Manantial Sagrado de los cántabros,
próximo a un túmulo dolménico.
Entre los ss.VI-VII, sobre los restos de dicho
dolmen se levantó un pequeño templo
cristiano, dedicado al Salvador, conservando
en sus cimientos el túmulo prehistórico al estilo de lo efectuado en la Santa
Cruz, en Cangas de Onís. Este hecho se perpetuó en la memoria colectiva,
mediante la vieja leyenda medieval que afirmaba existir un “pueblo subterráneo”,
bajo el templo románico del lugar, que escondía “un rico tesoro” de las xanas.
“En Preçin, del Cares
hay un caldeiru d’oro,
que más vale
que Llames y Parres,
Onís y Cabrales,
y Peñamellera
con sus arrabales”
Las
venerables ruinas de su nave única, sistemáticamente expoliadas, evocan todavía
el magnetismo del ancestral esplendor perdido.
Alrededor
del santuario, como era corriente, surgió un núcleo rural, llamado Preçin. Durante
los ss. X-XI, bajo el impulso de la Monarquía Asturiana, crece el primitivo asentamiento
y su pequeño templo, reconstruido en prerrománico, se transforma en la
parroquial de San Salvador de Preçin, o Plecín, de la que se han encontrado
restos, en las prospecciones arqueológicas, mezclados con materiales líticos del
dolmen ancestral.
En 1032 surge por vez primera el nombre del valle de Peñamellera, de la Provincia Premoriense, en un documento del rey leonés Vermudo III: “super flumen Caires [Cares] medietas de Penna Melera [Peña Mellera]”, cuando pasa a ser de realengo. La organización feudal toma carta de naturaleza, y son las familias nobles quienes se hacen cargo del mantenimiento de los templos, mediante mecenazgo.
Su
ábside ha desaparecido hasta la base, ¿dónde fueron a parar los
canecillos, capiteles, y sillares, primorosamente labrados?
Confusas
noticias hablan del noble conde alavés don Vela, quien amparado por el rey
Alfonso V de León (999-1028) se refugió en este lugar y reconstruyó el templo
de San Salvador de Preçin, donde murió y fue enterrado. En el s. XVIII Juan
Antonio de Trespalacios y Mier, en su obra La
Nobleza del valle de Peñamellera, afirma que bajo el arcosolio del
muro norte, restaurado en el s. XV,
existía un antiguo sarcófago mostrando un guerrero, con espada y dos escudos ornados
de sendas cruces. Según este autor, dicho enterramiento era el del conde fundacional.
Lo cierto es que, en 1115, en el Concilio de Oviedo y representando a Peñamellera, figuran tres hermanos del linaje Vela, de quienes los genealogistas hacen descender la estirpe de los nobles Mier, tan influyentes en épocas posteriores. Dichos señores debieron ser los patronos de Preçin, por ello, a finales del s.XVI se adosó al costado norte una capilla funeraria, con bóveda de crucería, para panteón de los Mier.
Únicamente,
en su cara sur, conserva algunos elementos esculturados, que nos hacen soñar en
el mensaje simbólico de sus piedras.
De
todos modos, al igual que sucedía en Tina, el templo de Plecín y su entorno fueron
utilizados continuamente como enterramiento, por ser tierra sagrada, desde que
se alzó allí el primer edificio prerrománico. Y mucho antes, cuando
se levantó el dolmen...
Unos tres kilómetros al sur pasaba la calzada
romana que, viniendo de Santander, bajaba de la costa por Unquera, seguía el
curso del río Cares, y luego, por Cangas de Onís, llegaba hasta Oviedo, donde
enlazaba con la vía romana que iba a León. Esta ruta, comercial y de
peregrinaje, facilitaba el tránsito entre los valles interiores, mediante
ramales secundarios, y fue lo que facilitó la prosperidad de Preçin.
Así, entre
1170-1175, vuelve a levantarse el templo de San Salvador, quizá por el taller del
Magister Covaterio, o el de Juan de Piasca, según fórmulas del románico pleno
que, en Asturias, se produjeron más tardíamente.
Tuvo
un pórtico cubierto, protegiendo la rica portada, que al caer tras su abandono
dejó las misteriosas figuras expuestas a los elementos.
En
1230, la zona oriental astur, que pertenecía a las “Asturias de Oviedo”, de
influencia leonesa, pasa a depender de las “Asturias de Santillana”, de
influencia castellana. Esta reorganización territorial debió ser favorable a la
prosperidad local, pues el templo sufre una ampliación de su nave, hacia el
lado oeste, tanto cuanto permite lo escarpado del terreno.
Además, se añade la
monumental portada sur, similar a la de Ciliergo (en Panes), que presenta
connotaciones con templos de las Merindades castellanas, y otros palentinos:
impostas y columnas ricamente labradas, con motivos vegetales; capiteles con
músicos y bailarinas, centauros guerreros, dragones; arquivoltas con entramados
de rombos y ajedrezado.
A dicho momento debe corresponder, también, la ventana
sur, con arquivolta lobulada, capiteles de grifos y leones, y tímpano con
imagen del Salvador que la tradición popular afirma ser el mítico Conde don
Vela.
La portada oeste, al quedar a pocos pasos del farallón rocoso, se trabajó como un rudo postigo de dos arquivoltas, sin decoración alguna.
A
duras penas podemos “leer” hoy sus erosionados capiteles, sin embargo faltan
las ménsulas con sus animales guardianes, y las columnas de geométrico
entrelazo.
Al
interior, los restos de basas, para las columnas del arco triunfal, muestran
decoración de cenefa en zigzag y dragones. Lo que indica que sus capiteles, y
posiblemente arcos, debieron estar magnificamente trabajados.
Aunque es seguro que
presbiterio y ábside estuvieron abovedados, la desaparición de la cabecera nos
impide conocer su riqueza escultórica. Pero el estilo general, compartido con Santa
María de Piasca y diferentes templos del norte de Palencia, demuestra que San
Salvador de Plecín debió participar de su misma belleza, ejecutada por los
mismos artistas.
Con motivo de la entrega de Plecín a los
Beneficiados Catedralicios de San Salvador de Oviedo, el Libro Becerro de Don Gutierre (1385-1389) recoge por vez primera su
categoría de Abadía, reconociendo a San Salvador el carácter continuado de
foco religioso, aglutinador de los núcleos habitados de Cueto Bajo.
Entre los
ss.XIV-XV, el templo de San Salvador ha cambiado su advocación por la de San
Pedro de Plecín. La mayoría de sus habitantes han trasladado la población a lo
alto del cerro, donde hoy se sitúa, aunque el viejo templo se mantiene como
parroquial hasta 1787.
Los
capiteles se han salvado del saqueo, quizá porque su estado de conservación es
pésimo. Se adivinan estos centauros, pero otras imágenes son sólo sombras.
Atendiendo
a la incomodidad que representaba, para los fieles, desplazarse hasta la
hondonada de San Pedro, D. Juan de Mier y Villar, Fiscal de la Inquisición y
Canónigo de la Catedral de México, que era natural de Alles, costeó la nueva
parroquial en el centro del reciente núcleo urbano.
En ese momento comienza la ruina de Plecín, y el expolio progresivo de sus materiales. San Pedro se transforma en cementerio, y osario, tanto interior como exteriormente.
Mediado el s.XIX, cuando el templo ya estaba en franca ruina, es abandonado, y el edificio se convierte en cantera de libre disposición. Sus piedras son utilizadas para construir el Ayuntamiento, las casas particulares, los cercados de algunos prados, etc., desapareciendo capiteles, canecillos, laudas sepulcrales, sarcófagos. Resto mísero de aquel expolio, en el actual Ayuntamiento, se conserva un capitel con motivos vegetales, quizá del arco triunfal, y algunas piedras labradas que duermen allí el sueño del olvido.
La
curiosa ventana lobulada nos interroga, cual ojo místico que lanzase un guiño
de complicidad al buscador curioso. Ese personaje, ¿es Dios Padre, o es el fabuloso Conde Vela?
Aunque
el expolio no se detuvo ahí, continuó hasta nuestros días, cuando desaparecieron
algunas columnas de su portada trabajadas en “nido de abeja”, amén de las
ménsulas decoradas de la portada sur.
Por si fuera poco, la leyenda sobre un
pueblo subterráneo bajo el templo, y el correspondiente tesoro, hizo que
durante siglos las gentes excavasen allí, a tontas y a locas, deteriorando el
yacimiento sin encontrar el oro que la tradición prometía.
“Entre castros y castrina
hay una espinerina
con cien monedas de oro
y otras cien de plata fina”
No obstante hay otra sugerente leyenda, situada
a fines del Medievo, que acaba de redondear la aureola de mágico misterio que
embellece estas ruinas.
La
riqueza de las basas, del arco triunfal, hablan de un mundo fabuloso simbólico
irremediablemente perdido.
Al
amor de la tsariega, durante el filandón, la esfoyaza, el magosto, o
incluso el veloriu, los más ancianos
del lugar contaban cómo, a este medieval convento, trajeron desterrado cierto
fraile. El cual había sido, en la otra punta de las Asturias de Oviedo, nada
menos que Abad.
Poderoso señor de horca y cuchillo, vivió más como dueño feudal
que como clérigo. Amigo de la buena mesa, del buen vino y de las
mujeres -buenas o malas-, su desgobierno terminó por corromper a los monjes más jóvenes, y la
santa casa se convirtió en piedra de escándalo por toda la comarca.
Tenía, además, el monasterio un afamado escriptorium, del que salían bellos y venerables
códices. Pero pronto se copiaron también manuscritos poco santos, referidos a
ciencias mágicas prohibidas por la Iglesia.
Protestaron
al fin los aldeanos, protestaron los ancianos monjes, protestó el señor feudal,
pero todo fue en vano. Pues el tragón, borrachín, y rijoso abad, era el
protegido de un afamado obispo con grandes influencias entre los altos
dignatarios laicos y religiosos.
Más, como todo tiene su fin, un día falleció su
protector y llegó la hora de hacer cuentas. El mal abad fue destituido y
desterrado a la otra punta del país, a una remota abadía benedictina llamada
Preçin, en las Asturias de Santillana. Allí pasó el resto de sus días, sometido a la estricta regla monacal y sin
ocasión de recaer en sus viejos vicios.
Al pie de la Peña Melera, en el
enigmático lugar de Preçin, acabó sus días el desterrado abad pecador. ¿Había un
lugar mejor para él?
Dicen que, a comienzos del s.XIV, llegó la hora del anciano pecador y fue llamado a la presencia divina. Al indagar entre sus escasas pertenencias, se encontró un antiguo códice de magia negra. El grimorio, bellamente ilustrado cual si de un santo “libro de horas” se tratase, contenía toda clase de fórmulas: filtros para enamorar, ensalmos contra enemigos, recetas para hacer llover, e incluso conjuros para encontrar tesoros ocultos.
Los
monjes de Preçin no se decidieron a destruir tal libro, sin que sepamos el
motivo, y lo guardaron bajo siete llaves. Pero como al cabo todo se sabe,
cundió la fama del códice que nadie había visto, salvo “de oídas”, siendo
solicitada su consulta por toda clase de personas, desde obispos a nobles
damas, pasando por guerreros y cortesanos, e incluso sospechosos “peregrinos”
que hasta allí llegaban atraídos por su fama.
Sin
embargo nada pudieron las intrigas, sobornos, influencias, ni amenazas, contra la
severa decisión de los monjes. A nadie mostraron el códice, y antes de pasar un
siglo de la muerte del desterrado Abad, el libro maldito fue pasto de las
llamas junto con la celda de su penitente dueño.
A pesar de ello, todavía hay quien dice que lo del incendio, fue invento de los monjes para quitarse de encima aquel sambenito, que el códice está enterrado en alguna cripta secreta o al pie del viejo tilo sagrado, o que fue a parar a manos de los patronos del lugar: los nobles Mier...
Al
pie de la Abadía, un tilo ancestral, cuyas raíces beben en el manantial
sagrado, fue el compañero inseparable que conoció los secretos del viejo abad y
su libro mágico.
Lo
que hoy resta de aquel templo es el fruto amargo del abandono, al que se ha visto
sometido desde 1787. Tras dos brevísimas actuaciones arqueológicas, en los años
noventa, se consolidaron sus ruinas. Y en 2003 son declaradas bien de interés
cultural (BIC), con categoría de monumento, lo que propicia que se adecente su
entorno. Sin embargo, esto no basta para compensar doscientos años de rapiña y
saqueo.
Las buenas gentes de Alles siguen viendo como, cada año, la vegetación sumerge lo que resta de San
Pedro de Plecín, y cada año las autoridades locales se esfuerzan por desbrozar
la maleza, para que sigamos disfrutando de aquellas piedras un poco más. ¿Hasta
cuándo…?
A la sombra del sagrado tilo, que se alza junto al ruinoso templo, podemos imaginar al desterrado Abad. Sentado beatíficamente, quizá medita sus yerros pasados, tal vez rumia sincero arrepentimiento, o lee a hurtadillas el mágico grimorio, y añora posiblemente la vida disipada, mientras ríe para sus adentros, al pensar en el dicho popular: “la carrera que da el caballo, en el cuerpo la tiene...”
“Ayer vi una bruja
en Peñamellera,
que toca una chifla
y el diablu la lleva”
Salud
y fraternidad.