Sobre la altura que corona el lugar de Aberin (Navarra), se alza el maltrecho conjunto fortificado de aquella encomienda de la Orden del Temple, constituida hacia 1184. Entre sus edificios, sobresale la Capilla de los Caballeros, con una galana atalaya a poniente. El bélico torreón, desmochado, privado de su almenada virilidad y travestido en monjil campanario, dora sus viejos sillares con el declinante sol. Y, de cuando en cuando, su acampanada voz de castrato, anuncia con rítmica monotonía el paso de las horas muertas.
Sin embargo, en su decadente abandono, este montón de piedras todavía guarda un vivificante recuerdo del tiempo ido, cuando aquellos singulares caballeros del Temple, rojo sobre blanco, habitaban a su sombra, yendo y viniendo a los cotidianos quehaceres, unas veces prácticos y aburridos, otras, enigmáticos y excitantes.
Aunque en nuestra anterior entrada al blog: "Aberin, un tesoro del Temple en Navarra", decíamos que "el valor de Aberin no radica en lo espiritual o esotérico, sino en lo económico", tal afirmación no es completamente cierta. Aunque aquí primaba el utilitarismo económico, el enclave no estaba exento de categoría espiritual.
Es verdad, que el enclave templario del cercano Puente la Reina constituía el referente religioso para los peregrinos, pues está en pleno Camino Jacobeo, donde los dos ramales principales que llegan de Europa se unen a la entrada de la villa, justo antes de pasar bajo el arco que une la capilla templaria y el hospital de la Orden, ambos bajo la protección de Nuestra Señora de los Huertos y el Cristo de la Pata de Oca... Pero no es menos cierto, que el santuario del Temple en Aberin constituía, también, un centro espiritual de primera importancia.
Aunque ese carácter "místico" haya permanecido, hasta el presente, prácticamente ignorado, porque el objeto físico que lo encarnaba hace mucho tiempo que ha sido escamoteado.
A pesar de estar algo apartado de la ruta jacobea, muchos peregrinos se desviaban hasta Aberin, después de pasar por Estella, o siguiendo la ruta original por Villatuerta y Villamayor de Monjardín, para visitar una prodigiosa reliquia que, según la leyenda piadosa, los templarios habían traído de Jerusalén. Pues, cuando la ciudad cayó en manos del sultán Saladino (1187), las reliquias de la Casa Madre del Temple, sita en el Monte del Templo junto al octogonal santuario de la Cúpula de la Roca, se dispersaron por sus encomiendas de oriente y occidente...
Desde el primer comendador registrado, frey Aimerich de Estuga (1225), hasta el último, frey Tomás de Aberin (1304), pasando por frey Arnal Garín (1234), frey Bernat de Montlor (1257), o frey Arnalt de Castelví (1275, los catorce comendadores conocidos, de Aberin, celebraron los oficios religiosos y desfilaron procesionalmente, portando en sus manos la preciosa reliquia a la que acudían devotos de numerosas y lejanas tierras: el milagroso Lignum Crucis.
La notable capilla templaria de Aberin, elevada a fines del s.XII, corresponde al momento de transición entre románico y gótico. Consta de una sola nave de altos muros reforzados por contrafuertes, con bóveda apuntada, ábside curvo, fortificada torre rectangular a poniente, y sencilla portada al costado sur.
El conjunto resulta muy sobrio, con la tímida excepción de los capiteles de la puerta sur, las ventanas absidales y las columnas interiores, todo ello con esculturas a base de elementos vegetales, frutos, animales del bestiario, y una solitaria representación de la mitología evangélica: la pequeña "anunciación" del pórtico meridional. Aunque, esta severidad decorativa, se dulcificaba un tanto en el interior, mediante abundantes frescos góticos, hoy perdidos y sustituidos por pinturas neoclásicas.
En este santuario, de una austeridad casi cisterciense, destacaría como una estrella en la noche el relicario Lignum Crucis.
La preciosa joya, consiste en la típica cruz patriarcal tan querida a los santuarios del Temple: Ponferrada (León), Caravaca de la Cruz (Murcia), Zamarramala (Segovia), etc. En Aberin, se trata de una pieza de orfebrería gótica que guardaba en su base una astilla del "Árbol de la Vida", aquel que, según la mitología judeo-cristiana, fue plantado por Adán y del cual se sacó la madera para hacer la cruz del Galileo.
Cuando la encomienda fue entregada a la Orden de San Juan, hacia 1312, la reliquia pasó también a su poder. Hasta que, en fecha indeterminada, dicha joya fue llevada al templo de San Miguel, en Estella, donde se conserva y es mostrada en ocasiones excepcionales.
Este pio despojo, ha propiciado el olvido de las tradiciones relativas a la reliquia templaria, de modo que únicamente sobreviven vagos recuerdos, recogidos de labios de los más ancianos del lugar. Se cuenta que, cuando plagas o tormentas amenazaban las cosechas, la cruz era llevada hasta la torre, y desde allí el sacerdote templario la mostraba a los cuatro puntos cardinales, mientras salmodiaba la oración que exorcizaba el peligro de insectos o granizo. Tradición que continuaron los Sanjuanistas, al "heredar" la encomienda templaria.
Dicen los viejos del lugar, que el graffiti de peregrino, sito en una columna de la portada, representa al "perdido" Lignum Crucis, habiendo sido tallado allí, como agradecimiento y exvoto, por un peregrino al que había concedido una gracia milagrosa. Este no es, sino uno de los "misterios" que encierra esta capilla pues, curiosamente, tal graffiti es similar al de la portada sur de San Miguel, en Estella, donde actualmente se "custodia" la reliquia templaria.
Una antigua leyenda popular, con diversas variantes, cuenta que Miguel de Oteiza había estudiado artes mágicas en las cátedras del Diablo, en el tiempo que se preparaba para sacerdote. A cambio de sus enseñanzas, el Maligno exigía de sus pupilos el pago "en especie", entregando una parte de su cuerpo. El de Oteiza, astuto al par que burlón, entregó su sombra, la cual sólo volvía a él cuando celebraba la misa y se retiraba al terminar. Le tomó gran ojeriza el Demonio, por aquella burla, y procuraba fastidiarlo de mil maneras.
Nombrado capellán de la encomienda templaria de Aberin, un día acudieron a él los vecinos "para que espantase la truena". Miguel tomó el Lignum Crucis, subió a la torre y, desde las almenas, vio que, entre dos negros nubarrones preñados de granizo, estaban sentados el Diablo y su vendida sombra. El capellán, alzando en una mano la milagrosa cruz y sosteniendo en la otra el libro de "esconjurar", leyó en voz alta el ritual para exocizar el nublado. Al terminar la última palabra, Demonio y sombra se precipitaron a tierra, junto con todo el granizo, y se perdieron por una humeante grieta abierta en el suelo, sin causar daño alguno a las cosechas.
En acción de gracias, Martín de Oteiza, grabó en la portada del templo, utilizando la propia reliquia, aquella tosca cruz que hoy vemos gastada por el tiempo. Y dicen que el maligno nunca más volvió a molestarlo, aunque jamás le devolvió su sombra...
Otro enigma, se esconde en este tabernáculo templario del Lignum Crucis. En el interior de la nave, justo donde el muro norte se une al ábside, existe una pequeña estancia sin vanos, en la cual hay unos escalones que descienden del techo, sin venir de ninguna parte, y se hunden en el suelo, sin ir a parte alguna. ¿Se trata de una comunicación, cegada en la actualidad, que une un hipotético paso de ronda sobre las bóvedas, con una ignota cripta bajo el ábside?
Los arqueólogos y arquitectos, que han estudiado el templo, así lo creen, sobre todo pensando en otros ejemplos navarros coetáneos, como Orísoain, San Martín de Unx, o Gallipienzo. Apoyan estas hipótesis, los diversos pasadizos subterráneos encontrados por los vecinos: túneles que descienden desde el templo de la encomienda, hacia la parte baja de la villa, por el lado sur, y que, al estar parcialmente cegados, se usaron como bodegas.
Como era de esperar, las buenas gentes no se han privado de transmitir toda clase de leyendas sobre tales túneles, incluida una sobre el tesoro del Temple...
También existe la posibilidad, de que pasadizos y cripta conformen dos conjuntos independientes, utilizándose aquellos como parte del sistema defensivo en caso de asedio, y ésta para fines litúrgicos o funerarios. Igualmente, pudiera ser que la cripta pertenezca a un templo anterior al actual, como sucede en Gallipienzo.
Muchas sorpresas y misterios encierran todavía la encomienda de Aberin y su Capilla de los Caballeros, parece que aquí se manifieste de forma sutil esa "dualidad" tan cara al Temple, quizá reflejada simbólicamente en dos capiteles de su portada sur. En ellos, sendos y fieros leones afrontados, unen una de sus patas delanteras, en actitud de proteger a dos sonrientes personajes, que se agazapan bajo sus cuerpos. ¿Aluden a esa doble finalidad, material-económica, y espiritual-devocional de la encomienda? ¿Exoterismo y esoterismo? ¿El Lignum Crucis, como símbolo jerárquico del Comendador, al tiempo que talismán mágico-milagroso?
Quizá algún día, quienes pueden y saben se decidan a excavar el subsuelo del templo, para sacar a la luz esa cripta y esos pasadizos subterráneos, donde quizá, solo quizá, duerme un sueño de siglos el tesoro del Temple custodiado por la sombra de Miguel de Oteiza...
Salud y fraternidad.