"La realidad trascendente del Camino superó con creces las intenciones de los monjes del Cebreiro y bastó con que los peregrinos más lúcidos, y los constructores sagrados, abstrajeran una parte sustancial de todo cuanto se había instaurado, con fines meramente devocionales, para que la marcha a Compostela, que se trató de convertir en acto penitencial, recuperase su remoto sentido iniciático, transformando a niveles de Conocimiento lo que oficialmente se planteaba como una entrega doctrinal. [...] La presencia de la leyenda milagrosa, se sitúa en el instante en que, el peregrino, tenía que haber superado las pruebas más duras de la iniciación y, teóricamente al menos, se encontraba ya en condiciones de enfrentarse a su auténtica transformación interior".
[Juan G. Atienza, Leyendas del Camino de Santiago].
Situado en lo alto del montañoso puerto de Pedrafita, O Cebreiro es un castro céltico que ha sobrevivido vivo hasta nuestros días. Por los años cincuenta, del s.XX, sus ovaladas casas de piedra con techo de ramas, las "pallozas", todavía estaban habitadas por gentes que seguían un ritmo de vida ancestral. Luego, todas estuvieron a punto de desaparecer, aunque algunas consiguieron salvarse gracias al lento resurgimiento de la peregrinación jacobea.
Pero este aspecto, con ser de un valor incalculable para el estudio histórico y antropológico del lugar, va emparejado a otro suceso no menos prodigioso, ocurrido allá por los siglos XII o XIII, según cuenta la leyenda tradicional.
Enclavado en un punto crucial del Camino Jacobeo, trazado aquí sobre la vieja vía romana, justo donde se abandona el Bierzo leonés, para descender a las llanuras galaicas, el pueblo de O Cebreiro fue donado por Alfonso VI, hacia 1072, a los monjes benedictinos franceses de San Giraldo de Aurillac, a cambio de que ofrecieran refugio y asistencia a los peregrinos en una Hospedería con Hospital.
Allí había un humilde templo de piedra pizarrosa, erigido hacia el s.IX, que los monjes fueron acomodando y ampliando. Aunque, para nuestra sorpresa, carece de todo el ornato iconográfico que nos es dado contemplar en cualquier otro edificio de la Orden Benedictina. Es como si, la sobrecogedora grandiosidad de la naturaleza que lo rodea, resultara suficiente para señalar la presencia de lo sagrado, sin necesidad de indicarlo con nada más.
La sencillez del edificio, y su ajuar ritual, en conjunción con el entorno, subrayan la sacralidad ancestral del lugar mejor que si estuviese repleto de esculturas, relieves y retablos.
No obstante, en el templo de Santa María la Real, se guardan tres piezas señeras del arte medieval hispano, del s.XII: un cáliz, con su patena, y una imagen sedente de la Virgen Madre con el Niño. Estos ejemplares, aparte su valor material y artístico, tienen un valor añadido: participan en la mitología religiosa y la leyenda popular del Camino Jacobeo. Y, en cierto modo, cristianizan un enclave cuya "paganidad" ha resultado, y sigue resultando, demasiado evidente a lo largo de los siglos. Aunque, más que de una reconversión, se trata de un sincretismo, pues el símbolo mítico elegido por la nueva fe para imponerse a la Antigua, el "Grial", no deja de ser un símbolo céltico, trasunto del "caldero del dios Lug".
Por todo ello, el peregrino consciente, se enfrenta allí -hoy, como en el medievo- a una transformación interior semejante a la búsqueda iniciática del misterio hermético, que lo ha de conducir a la realización íntima de la Gran Obra, transformando su naturaleza espiritual de igual modo que el alquimista transmuta la materia.
Pero vayamos a la leyenda jacobea, cuyas fragancias todavía nos embriagan y hacen soñar.
Contaban los más viejos del lugar, mucho antes que el milagro fuese consignado por bula de Inocencio VIII (1487), que a caballo entre los siglos XII y XIII, había un vecino de la aldea de Barxamaior, Juan Santín, que no faltaba nunca a la misa, por muy malo que fuese el tiempo. Y allí, cuando el clima es malo, lo es de verdad. Pero él se recorría aquellos tres kilómetros, y asistía a los oficios cuando ni los propios habitantes de O Cebreiro se atrevían a salir de sus pallozas.
Así pues, un día en que nevaba intensamente y la ventisca azotaba inclemente los muros del templo, el monje de turno celebraba el oficio religioso en la más completa soledad, cuando se abrió la puerta y, en medio de una nube de copos helados, apareció el obstinado campesino. Cubierto de nieve, arrebujado en su capa, temblando de frío, con el rostro arrebolado por el viento cortante, pero dispuesto a cumplir sus devociones.
El monje, al verlo, pensó para sus adentros en lo absurdo de aquel rutinario fervor: "¡pobre hombre, con lo cómodo que estaría en su casa, al amor de la lumbre, y exponerse a morir por venir aquí, para ver un trozo de pan y un poco de vino...!"
Este breve momento, en que el monje menospreció el mítico ritual de la transubstanciación, junto con la sencilla fe del campesino, fue el detonante del milagro. Al pronunciar la palabras rituales, el monje, comprobó que ante sus ojos el pan se transformaba en auténtica carne, y el vino en verdadera sangre.
Admirado y arrepentido, el monje declaró el milagro, que fue certificado por el devoto Juan Santín, para ejemplo de discretos y aviso de incrédulos. Aunque la cosa no terminó ahí, porque todavía añaden los que saben de ello, que al ocurrir el prodigio, la imagen románica de Nuestra Señora, llamada luego Virgen del Milagro, que presidía entonces el altar mayor, en el momento culminante del milagro inclinó la cabeza hacia adelante para mejor contemplar aquel portento de su divino hijo...
Dicen más, que los dos arcosolios de la nave sur, donde hoy se contempla la santa reliquia, contiene los sepulcros del incrédulo monje y del piadoso Juan Santín, protagonistas del sagrado prodigio, que pidieron reposar juntos en aquel lugar.
Las sustancias objeto del milagro, quedaron junto con el cáliz como maravillosas reliquias para veneración de los peregrinos. Durante siglos recibieron la admirada devoción de los viajeros jacobitas, quienes, tras la propagación de los relatos griálicos de Chretien de Troyes y Wolfram von Eschenbach, no dudaron en asociar dicho milagro a los mitos del Santo Grial, identificando O Cebreiro con el Templo del Grial. Símbolo trascendente que, en realidad, carece de situación geográfica terrenal, pues el Grial, y su Templo, se encuentran en nuestro interior, a la espera de que los descubramos y sepamos reconocerlos...
El prodigioso símbolo, en forma de reliquia, quedó expuesto a la contemplación de mendigos y reyes. En 1486, los monarcas Fernando e Isabel, que peregrinaban a Santiago, quedaron tan impresionados al conocer la leyenda, que pretendieron llevarse las mágicas reliquias.
Tras pernoctar en la Hospedería de San Giraldo de Aurillac, mandaron empaquetar los objetos y colocarlos sobre una mula. Emprendieron la bajada, pero al llegar a la cercana aldea de La Faba, la mula se negó a continuar por más que la incitaron a ello. Sobrecogidos, se tomó esto como un presagio del cielo y, dejada suelta la obstinada mula, deshizo el camino y volvió ella sola al templo de Pedrafita.
Ante esta señal, de que las reliquias querían permanecer allí, donde habían obrado el prodigio, fueron devueltas al santuario de O Cebreiro, y entronizadas con todos los honores.
El padre Yepes, a comienzos del s.XVII, decía: "Yo, aunque indigno, he visto y adorado este santo misterio".
Y desde luego, misterio hay. La copa tiene grabada, en el pie, una frase completamente ortodoxa:
IN NOMINE DOMIEN NOSTRI IESV XPISTI ET BEATE MARIE VIRGINIS. [En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de la Virgen María].
Pero, en el borde del recipiente, leemos algo que se presta a cierta ambigüedad:
HOC TESTAMENTO SACRATVR QVO CVNCTIS PARATVR. [En éste cáliz se consagra aquello con lo que a todos la vida repara].
Frase, que nos sugiere un segundo sentido. ¿Una alusión a aquel ancestral "caldero celta", en el que las Vírgenes Sacerdotisas encendían el fuego del año nuevo, para regenerar el Sol y renovar la fertilidad? No en vano, el nombre del puerto, "Pedrafita", piedra-hincada, alude a viejos cultos celtas...
Que el símbolo y su leyenda tienen "trasfondo", se atisba en la actitud del clero respecto a estas reliquias. En el s.XVIII, el teólogo de Valladolid, Fray Alonso de Olivares, bajo cuya autoridad estaba el santuario, tras visitar O Cebreiro, dejó ordenado a los monjes: "Item. Mandamos al Prior no permita se lleve en procesión en el día del Corpus, ni se exponga en otra ocasión alguna la memoria del Santo Milagro, ni se le de adoración, como si allí estuviera realmente el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, sino refiriéndose sencillamente y con discreción lo que la tradición conserva haber obrado Dios milarosamente en otro tiempo para bien de su Iglesia..." Mandato reafirmado, cuatro años después, por su sucesor, el reverendo Fray Pedro González Tarrago.
Si el clero, y sus teólogos, tenían tales reservas sobre el significado de las reliquias y el fervor que el pueblo les profesaba, por algo sería.
La unión de este mito del Cebreiro, con el mito literario del Grial, tuvo su culminación con el escritor gallego Ramón Cabanillas*, que le dedicó su poema "O cabaleiro do Sant Grial". En él, se identifica el céltico monte do Cebreiro, con la griálica montaña Monsalvat, aquella donde, según el trovador templario Wolfram von Eschenbach, los caballeros "Templeisen" custodiaban el Grial en un templo con forma octogonal...
"...Bicado de recendente
soavidade da mañán,
o escudo da cruz Bermella
cinguido pol-o brazal,
espora de ouro calzada,
luminosa espada na man,
o corazón esforzado
aceso e limpo de mal,
costa arriba, metras zoa
no vento maino e levián
de segreda campaiña
o tanguido de cristal,
ruba o nombre cabaleiro,
no seu soño de cabalgar,
a montaña milagreira
do Cebreiro-Monsalvat..."
Si continuamos ruta, descendiendo del puerto de Pedrafita por la vertiente galaica, el Camino nos llevará hasta la ciudad de Lugo, la romana Lucus, la ciudad del céltico dios Lug, el del "Caldero Mágico" que guarda la poción regeneradora de la potencia vital...
Salud y fraternidad.
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* Ramón Cabanillas Enríquez (1876-1959), intelectual del movimiento nacionalista gallego As Irmandades de Fala (1916), quien junto a Otero Pedrayo, Castealo, Rosalía de Castro, Vicente Risco, o Álvaro Cunqueiro, entre otros, pretendía reivindicar el valor de la cultura autóctona, a través de la revista "A Nosa Terra".
La obra poética referida al Grial del Cebreiro, es "Na noite estremecida" (1926), estructurada en tres poemas que tiene como tema los mitos artúricos: "A espada Escalibor", "O cabaleiro do Sant Grial", y "O soño do Rei Artur", pretexto literario para una exaltación mítico-patriótica de Galicia, convirtiéndola en el reino prometido a los Caballeros de la Mesa Redonda, donde se cumplirán las antiguas profecías de la raza celta.