jueves, 23 de diciembre de 2010

Cifuentes: La "repoya" del Cristo... y los "poyaque" del Diablo.

El nombre de la calle, está escrito incorrectamente, lo que propicia un doble sentido que, la palabra medieval, en su origen, no contiene.
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¿Han meditado, sobre las graves consecuencias de una simple errata ortográfica? Porque, tras la irrisión causada por esa errata, de la que hablaremos enseguida, se esconde una singular información sobre la sociedad medieval.
En la Alcarria de Guadalajara, se encuentra la villa medieval de Cifuentes, conquistada por Alfonso VI en 1085, y en ella una calle con el curioso, al par que chocante, nombre de "Cristo de la Repolla". Al ver letrero tan insólito, la primera reacción es sonreír y pensar mal, la segunda, hacer chistes groseros, y blasfemos juegos de palabras. Sin embargo, si profundizamos un poco, creánme, veremos que la cosa no tiene nada de jocoso y sí mucho de curiosidad histórica. ¿Será posible?
La constatación inicial, es que existe un Cristo de tal advocación, y una Cofradía que lo sirve. La arraigada devoción que la villa le profesa, es unánime, y por ello ha merecido le sea adjudicado el nombre de una calle. Sin embargo, a la hora de explicar el curioso nombre de la devota imagen, surge la división de opiniones.
Una antigua leyenda popular, lo explica así. Andaba Cristo por la Alcarria, disfrazado de mendigo para probar la caridad de los humanos, y pasó por Cifuentes. Tras llamar, en vano, a las puertas de los palacios, probó en una humilde casa del "Cerrete", le abrió una anciana, que dijo no poder ofrecerle más que el "repoyar", las sobras del almuerzo, que había guardado para cenar. Tomó el mendigo lo que le daban, marchó agradecido, y a la mañana siguiente, la anciana encontró en la puerta dos canastas, en una estaba el mismo "repoyar" que había dado por limosna, pero duplicado, en la otra había un precioso Cristo tallado en madera. Se difundió el milagro, y los vecinos hicieron una hornacina, en la pared de la anciana, donde colocaron a la pública devoción aquel Cristo que, por memoria del prodigio, fue llamado "Cristo de la Repoya". Y allí estuvo, hasta los años de la última guerra civil, cuando una explosión derribó la casa.
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La forma correcta, de escribir el nombre de esta calle, sería con "y", no con "ll", como en esta reconstrucción virtual.
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Al transcurrir de los siglos, e irse olvidando el origen del Cristo, el lenguaje vulgar deformó la gramática, y la última sílaba pasó, de "repo-ya" a "repo-lla", con el dudoso significado que dicho vocablo ostenta hoy.
El origen de las expresiones medievales, "repoyar" y "repoyo", estaría en el latín "repudium": lo que se desecha, o aparta, por insignificante, aplicado genéricamente a las sobras o restos de comida. Puede ser así, pero de aquí parece haberse derivado otra acepción, distinta pero coincidente.
Otra tradición, menos "milagrera", afirma que existió una Cofradía del Santo Cristo de la Caridad, la cual regentaba el "Horno del Cristo". En esta tahona, la "poya" que pagaban los vecinos, y la "repoya", que dejaban por limosna, servía al mantenimiento de la Cofradía del Cristo y su culto, por ello, dicha imagen adquirió el apelativo del impuesto y limosna que lo sustentaban: "Cristo de la Repoya".
Todavía existe otra variante popular, para explicar tan peregrina advocación. El horno comunal "de pan cocer", antaño era un servicio que, el concejo ciudadano, subastaba por un año. Dicha subasta, o "puja", una vez licitado el negocio, se juraba ante este Cristo. De la unión entre "puja", subasta, y "poya", impuesto, saldría el chocante nombre de "Cristo de la Repoya". Pero, ¿existió un impuesto, llamado "poya"?
En el régimen económico feudal, los siervos estaban obligados a transformar las materias primas, únicamente, en las industrias del señor: moler el grano en su molino, cocer el pan en su horno, pisar la uva en su lagar. Por todo lo cual debían, además, pagar un impuesto, llamado "poya" en los reinos hispánicos.
Dicho impuesto, figura en los Fueros de Aragón (1247), como verbo, así "poyar" es pagar la "poya", o derecho de cocer el pan en el horno comunal. Las citas documentales son abundantes, en Mérida, en 1467, hay un pleito entre el Concejo Ciudadano y la Orden de Santiago, pues los Comendadores, señores del lugar, mandaron derribar los hornos de los vecinos, a fin de obligarles a llevar la masa a los "hornos de poya", pertenecientes a la Orden, y de cuyos impuestos sacaban pingües beneficios. En Loja (Granada), tras la reconquista, en 1486, se establece que la "poya" del pan, sea a razón de una hogaza por cada 30 panes grandes, y una por cada 20 pequeños.
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Ateniéndonos al sentido del término, que da origen a este nombre, se podría escribir el título de la calle de esta otra forma. Aunque así, no le hacemos favor al Cristo pues indica que vive a expensas de otros, lo cual parece poco digno de un personaje divino, y poco exacto para quién, según la mitología, se supone creador y dueño de todo...
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Los galos, más finos y socarrones que los celtíberos, nombraron estos impuestos como: "banalités": trivialidades, insignificancias. Como dato curioso, en Francia, en el siglo XIII, por influencia de la Orden del Temple, muchas "banalités" fueron abolidas y otras considerablemente limitadas, para atraer mercaderes a las importantes ferias de Champaña, en las que la Orden tenía una fuerte participación.
Por el contrario, en los reinos hispánicos, su uso fue prolongado, e incluso, cuando el feudalismo desapareció, persistió el nombre de la "obligación señorial", como apelativo del pago privado, "en especie", realizado al dueño de la industria. Así, por ejemplo, la "poya" pagada al molinero, de una parte de la molienda que se le encomendaba, o al panadero, de una parte de la masa entregada para hornear.
En Trebago (Soria), hasta el siglo pasado, el hornero todavía cobraba a los vecinos "la poya", o sea, un tanto por ciento del peso de la masa que cada uno llevaba a cocer. También se añadía "el pico", una especie de propina, igualmente en masa, y con el producto de ambos, el hornero, cocía pan para vender a los vecinos que no amasaban, ganando así un jornal en efectivo. Este doble tributo, "pico" y "poya", sería denominado "repoya". Esta palabreja, dio origen, por extensión, al verbo "repoyar", cuya definición es: "Vivir de repoya", o "vivir a repoyo", de alguien; vivir de lo que éste paga o costea, depender de la economía de otra persona. Ya, en el anónimo Libro de Alexandre, s.XIII, leemos "repoyo" con el sentido de "vivir a expensas de":
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"El sabor de la tierra
faze muchos mesquinos
e que a grant repoyo
viven de sus vecinos".
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Si dicha calle, en lugar de en la Extremadura castellana, estuviese en Andalucía, bien podría llamarse de este otro modo, que como se verá, se acomoda bien a la idiosincrasia y buen humor andalusí, sin faltar a la verdad.
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El sur, que además de existir, también es diferente, tiene algo que decir respecto a las "poyas" del Cristo y su "repoyar". Pues, según diversos autores, allí se encuentra el origen de este singular impuesto.
En el mundo musulmán andalusí, del medievo, el encargado de controlar las actividades mercantiles era el sahib al-hisba, -o sahib as-suq "señor del zoco"-, así llamado por el término "hisba", nombre del conjunto de leyes que regían la "res pública". En diversos tratados andalusíes, sobre este tema, como la hisba de Abd ar-Ra'uf, aparece el término "poya", como un "panecillo, con el que se paga al hornero por su trabajo". Dicen los arabistas, que este término pasó al castellano como "poya", al catalán como "puja", al murciano como "pijo", y al árabe maghrebí como "piwa". Su etimología parece estar en la "puja", o porción, con la que había que contribuir, sobre el total de la masa de pan a hornear, para pago del dueño del horno, para quién, a pesar de ser un pequeño porcentaje de la masa, como los clientes fueran muchos, el negocio resultaba rentable.
No está claro, si la palabra viajó del andalusí al castellano, o viceversa, o si la influencia fue mutua. Lo cierto es que, en Andalucía, la tierra de las metáforas, ha sobrevivido en una curiosa expresión coloquial, el "poyaque". Con ella, se expresan los varios "añadidos", o "extensiones", habitualmente de carácter menor, que se realizan a alguna actividad, pero que, al sumarse entre sí y al gasto general, hace que este se eleve sensiblemente para beneficio del profesional. Verbigracia: "el presupuesto de la reforma era barato, pero surgieron tantos poyaques que me subió una jartá". De ahí que, en broma y con socarronería, cuando en la realización de una obra pactada, quien la realiza aconseja un añadido que no estaba previsto, lo sugiere diciendo: "poya'que estamos, vamos a hacer tal cosa y quedará mejor..."
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Concluiremos, con una obviedad: "las apariencias engañan". Porque, del simple nombre de una calle alcarreña, que al principio nos pareció algo jocoso, incluso de carácter procaz y blasfemo, ha resultado toda una pequeña lección de jurisprudencia económica medieval, trufada de antropología popular. La próxima vez, que descubramos una calle de extraño nombre, lo pensaremos dos veces antes de sonreírnos tontamente.
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[Nuestro agradecimiento a Juancar, "peregrino románico", por la foto original de esta curiosa calle].
Salud y fraternidad.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Nuestra Señora de la Luz ¿Una Virgen Negra, del Temple ubetense...?

En 1234, Fernando III de Castilla puso cerco a la ciudad musulmana de Úbeda (Jaén). Tras seis meses de asedio, escarmentados por la matanza sufrida en 1212, al resistirse al asalto de Alfonso VIII, los habitantes se rindieron a cambio de sus vidas y libertad. Las fuertes murallas, no sufrieron grandes desperfectos y pudieron ser reparadas prontamente.
Entre sus varios accesos, existió una puerta o postigo, popularmente denominado "La Calancha" -la calle ancha-, que se abría junto a la Torre de los Caballeros, en el lugar donde termina el Rastro y comienza la Cava. En tiempos sucesivos, dicho postigo fue cambiando de nombre, y así se conoció como "Puerta del Espíritu Santo", cuando se adosó a su lado el convento y capilla de dicho nombre, y más tarde "Arco del Marqués", al edificar allí su palacio el Marqués de Molina -ahora conocido por el nombre del siguiente propietario, el Marqués de la Rambla-.
En 1844, el "Postigo de la Calancha" quedó prácticamente cegado por la construcción de una casona, y finalmente fue derribado por el Ayuntamiento, en 1866, "para ensanchar la vía pública".
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Según los documentos, el rey Fernando III mandaba: "Que se tuviese cuydado en que las murallas estuviesen siempre vien reparadas y fortificadas... porque se avian fabricado con hacienda real y de los caballeros de la Hordenes Militares, cuyas armas estaban oy en ella..." Sancho IV, en 1294, y Fernando IV, en 1305, mandaron repararlas, con cargo a los mismos: "E por averse reedificado y fecho las murallas a costa del Rey Nuestro Señor y de las ordenes militares de Calatrava, Santiago, Alcántara y antigua de los Templarios..."
Por su parte, la tradición popular afirma que, hacia 1300, al efectuar los arreglos en esta zona, esquina a la "Calle del Postigo", encontraron en cierta torre un hueco, dentro del cual había una antigua imagen de Nuestra Señora, "muy morena", del tiempo de los godos. Ante ella, ardía sin consumirse una lamparilla de aceite, y por ello, además de por la vela que muestra en su mano derecha, recibió el nombre de "Virgen de la Luz". A su lado, dicen que había un pergamino donde se contaba que, fabricada por san Mateo, fue traída por Santiago, y hubo de ser ocultada al tiempo de la invasión musumana, s.VIII. Y por desagravio, del forzado emparedamiento de seis siglos, se colocó en una hornacina de aquel arco, en el "Postigo de la Calancha", para que al aire libre tuviese a su vista los campos, e iluminase los pasos de los viajeros que entraban y salían de la villa.
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Hacia 1575, pegado a este postigo, aprovechando como torre angular una de la cerca amurallada, levantó el Regidor de Úbeda, don Francisco de Molina y Valencia, Marqués de Molina, su palacio señorial. La devoción que, los sucesivos propietarios de la mansión, tuvieron por esta imagen, es lo que ha hecho posible que llegase hasta nosotros.
Cuando el Ayuntamiento manda derribar el postigo, en 1866, los Marqueses de la Rambla recogen la imagen en la capilla del palacio. Hasta que, en 1920, fue devuelta a la veneración popular, instalándola en una hornacina, en la base del torreón angular que flanqueaba el antiguo "Postigo de la Calancha", próxima al lugar en que apareció y fue originalmente venerada. Lo cual se hizo, en memoria de la devoción que le profesaba don Bernardo de Orozco, XI Marqués de la Rambla, fallecido en 1918, según reza la inscripción situada bajo la imagen.
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¿Qué tiene de particular esta imagen, para atraer nuestra atención? Piensan los historiadores locales que, su leyenda piadosa sobre el "emparedamiento" en la muralla, encubre que en realidad perteneciera a alguna capilla hoy desaparecida. ¿Acaso, la capilla del Temple?
Parece que, Fernando III, en el repartimiento que siguió a la conquista, en 1234, dio algunas posesiones a la Orden del Temple por su ayuda militar, y que en una mansión de la calle Afán de Rivera, que luego pasó a la Orden de San Antón, estuvo la capilla templaria -dependiente de su cercana fortaleza de La Iruela-. En 1307 comienza la persecución contra la Orden, en 1312 el Temple es suprimido, y según la leyenda la Virgen aparece hacia 1300. ¿Casualidad?
Hay otro momento, en el que pudo ser ocultada dicha imagen. Cuando Alfonso VII conquiste Úbeda, Baeza y Almería, en 1147, dichas ciudades permanecerán en manos castellanas, con guarnición templaria, hasta 1157, en que las recuperan los almohades. Sin embargo, debemos descartar esta opción, el estilo de la escultura es extraño para tal época... En realidad lo es para cualquier momento del medievo, aunque sería más propia de finales del s.XIII que de mediados del XII.
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La postura del Niño, más que inusual, es única, pues en vez de estar sentado en el regazo de la Madre, está en pie, sobre el suelo, como cobijado entre sus piernas. El siguiente rasgo, con ser más corriente, no deja de llevarnos por caminos oscuros: "en su mano derecha lleva una vela". Por ello, con Nuestra Señora de la Luz, nos encontramos ante una "Virgen de la Candela", una "Candelaria". Lo que se refuerza, además, por ese milagro de "la lamparilla que arde sin consumirse". ¿Se trata de lo que llaman una "lámpara perpetua"? -Milagro tópico, que se repite en numerosas Vírgenes Negras, entre otras NªSª de la Peña, en Brihuega (Guadalajara), o NªSª de la Luz, en Cuenca-.
Estas lámparas prodigiosas, cuyo "combustible-incombustible" numerosas tradiciones atribuyen a procedimientos alquímicos, alumbraban, según dicen los clásicos, muchos templos de las divinidades de la Antigua Religión, como el santuario de Palas Atenea, en Roma, o el templo de Zeus-Amón, en Libia.
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Para acabar de indicarnos su posible adscripción al grupo de Vírgenes Negras, tenemos los pocos colores que han sobrevidido al paso del tiempo, así como la apreciación popular que adjetiva esta imagen de "muy morena". Lástima, que la vela haya perdido su policromía. ¿Se trataba de una "vela verde", como aquellas que el ritual medieval prescribía para las Vírgenes Negras? ¿Estamos ante otra desaparecida Virgen Negra del Temple, prima hermana de la toledana Virgen del Tiro?
Otro misterio, flota sobre las vírgenes medievales de Úbeda. Cuenta la leyenda, de la perdida imagen de NªSª la Madre del Campo, que cuando Santiago hubo repartido las imágenes de la Virgen, que traía de Tierra Santa, le faltó otra para un grupo de creyentes. No queriendo defraudarlos, el buen apóstol buscó un artesano hábil, y lo encontró en el que realizaba las imágenes de los Dioses paganos, para los fieles de la Antigua Religión. A éste, encargó una figura de la Virgen, que el escultor pagano realizó con gran perfección. Cuando la nueva religión se hizo oficial, esa imagen fue entronizada en el antiguo templo de la Diosa Diana, convertido en Catedral visigoda, hasta que la llegada de los musulmanes obligó a ocultarla, pues su templo fue transformado en Mezquita Mayor.

Al conocer esta leyenda, recordamos aquella otra que afirma como, bajo la Mezquita Mayor de Córdoba, existen subterráneos de tiempos romanos, donde antaño los musulmanes, al levantar su santuario, encontraron varias "lamparillas perpetuas"...
El que quiera entender, que entienda.
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[Nuestro agradecimiento a José L. Latorre Bonachera, por la utilización de la última foto, de la Virgen de la Luz, que procede de su trabajo "Algo más sobre devoción popular", en rev. Ibiut, nº 97, Úbeda, agosto 1998, pp.12-13].
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Salud y fraternidad.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Nuestra Señora del Tiro ¿Una Virgen Negra, del Temple toledano...?

Dice la tradición, que en su toledana capilla de San Miguel, los caballeros templarios veneraban una imagen "morena" de Nuestra Señora, hoy de olvidada advocación, y en paradero desconocido. Aunque, por los indicios conservados, debió ser una Virgen Negra.
La única imagen de tales características, existente en Toledo, no se halla entronizada en ningún templo y nadie conoce su origen, lo que nos permite plantearnos un interrogante: ¿Será dicha imagen, la perdida Nuestra Señora del Temple?
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Pegada al ábside catedralicio, se alza la gran Sala Capitular. Al exterior del muro sur, a media altura, se halla una hornacina protegida por cristal emplomado y reja, que cada noche es alumbrada por un pequeño farol.
Pocos son los que se detienen a intentar contemplarla, y menos los que se fijan en ella con un poco más de atención. El común de los mortales, pasa bajo el misterio sin saber tan siquiera que existe. Porque allí, oculta tras la suciedad que empaña el vidrio, una imagen, popularmente conocida como "Virgen del Tiro", sonríe para sus adentros, esperando que alguien descifre el enigma de esta "viajera del tiempo".
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Extraña advocación, esa "del Tiro", que según antiguos cronistas, de mediados del s.XIX, proviene del "tiro" de cuerda, accionado por una polea que, situada en el último piso, servía para introducir en el obrador de cera, de la Catedral, los materiales para elaborar las velas. El problema está, en que una inscripción del hueco, donde se aloja la polea, dice: "Se yzo, año de 1806". Luego, la imagen es llamada "del Tiro", tan sólo desde el año en que se hizo el hueco y colocó la polea, por lo que, anteriormente, tendría otra advocación. Además, esta Virgen tan sólo está en dicho muro desde el s.XVI, pues la Sala Capitular fue construida, por Enrique Egas, entre 1504 y 1512, por orden del Cardenal Cisneros.
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¿En qué templo moraba, con anterioridad a dicho siglo, esta Virgen Negra de advocación olvidada, que nadie sabe de dónde ha salido? ¿Procede quizá, de la capilla templaria, tras haber estado arrinconada en las bóvedas catedralicias, junto a otras muchas obras medievales?
No deberíamos olvidar que, la grandiosa Catedral de Toledo, fue comenzada por el arzobispo-cronista don Rodrigo Jiménez de Rada, en gratitud a la Virgen por la victoria de Las Navas de Tolosa (1212) sobre los musulmanes. Batalla ganada con la celestial ayuda de Nuestra Señora, y la colaboración de las Ordenes Militares, entre las que figuraba un fuerte contingente templario al mando de un comendador que pereció en el combate. Y no perdamos de vista, que el arzobispo don Rodrigo era, no sólo, amigo de la Orden del Temple, sino, además, nieto del Comendador templario de Novillas (Zaragoza), don Pedro Tizón.
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La Virgen del Tiro, tiene todos los caracteres de una "Dama Negra del Grial", heredera de los viejos cultos a la Madre Tierra. Por su color, postura, atributos y tamaño, parece una imagen de fines del s.XII o comienzos del XIII. Muy estilizada, la vestimenta de la madre y la postura lateral del Niño los asemejan -salvando las distancias- a la imagen negra de la Mare de Dèu del Claustre, en Solsona (Lleida), que dicen es una copia de la Virgen Negra de la Daurade, en Toulouse (Francia), aquella esotérica "Dama de los Trovadores".
Curiosamente es la única imagen, en todo Toledo, sobre la que no quedan datos, pues de todas las demás, incluidas otras dos que tienen ciertos caracteres de Virgen Negra: la del Sagrario (en la Catedral) y la de San Cipriano -que por cierto, dicen que "son primas"-, se conserva algún recuerdo de sus orígenes y andanzas. ¿Estamos ante la imagen perdida que recibió culto en la capilla templaria?
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Cuando el Temple fue extinguido, en 1312, el arzobispo toledano don Gutierre Gómez de Toledo tomó posesión de las riquezas de la Orden, tras perseguir, encarcelar, y hacer torturar hasta la muerte, a los caballeros. Tales bienes fueron empleados según conveniencia. Generalmente, los objetos de culto, como cálices, relicarios, crucifijos e imágenes, eran reutilizados tras un examen minucioso para borrar posibles símbolos templarios. Aunque no sería hasta la época barroca, cuando se dieron los casos más descarados de ocultación.
A veces, en el caso de imágenes de santos, cristos, o vírgenes, sobre todo si eran famosas y de gran veneración en santuarios de la Orden, se retiraban del culto por un tiempo. Luego, volvían a aparecer, cambiados su hábitos, su color, sus símbolos, e incluso sus tradiciones y leyendas. Otras, eran relegadas a destinos humildes, poco destacados, como ermitas, humilladeros y hornacinas...
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¿Acabó, la Virgen Negra del Temple, en los desvanes catedralicios, hasta que en el s.XVI alguien decidió utilizarla en la hornacina del edificio de Enrique Egas?
Tras el sucio cristal, su hierático rostro negro parece esbozar una sonrisa de complicidad. Si prestamos atención, casi podemos escucharla murmurar los versos del Cantar de los Cantares, que tanto gustaban a san Bernardo, cofundador del Temple: "Negra soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén... no os fijéis en que estoy morena, es que el Sol me ha quemado..."
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Salud y fraternidad.
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[Nuestro agradecimiento a Patricia "Patadeoca", esotérica hija adoptiva de Toledo, por sus fotos y dibujo].