En el paso gris y lluvioso, de octubre a noviembre, arribamos hasta aquel pequeño pueblecito soriano. En lo alto estaba el templo románico, con su magnífica galería porticada. El edificio fue restaurado en 1992, cuando todavía no se había puesto de moda la presuntuosa manía de colocar gigantescos cartelones, en colores chillones, anunciando a bombo y platillo el coste y autoría de la obra. A fines del siglo pasado eran más modestos, se conformaron con una sencilla placa, más bien pequeña, labrada por algún artesano local con mejor voluntad que capacidad literaria.
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La placa campea sobre el arco de acceso a la galería, muy bien puesta, muy adornada, muy estética. Y también, confusa hasta lo dantesco:
“IGLESIA DE SAN MIGUEL ARCANGEL RESTAURADA EN ANDALUZ AÑO - 1992”.
Si, si, como lo leen: “Restaurada en andaluz”. Bajo la persistente llovizna, que arreciaba por momentos y aflojaba a ratos, quedamos en suspenso.
Miramos galería y templo, remiramos y volvimos a mirar. ¿Qué clase de restauración era aquella para anunciarla de tal modo y manera? No veíamos nada especial, pero debía haberlo. Porque allí, se anunciaba que el templo había sido “restaurado en andaluz”. ¿Se trataba de una especial forma técnica de restaurar? ¿Es que los arquitectos y canteros restauradores eran andaluces? ¿O es que ahora se puede restaurar en un idioma concreto?
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Resguardados de la lluvia, dentro de la preciosa galería, fantaseamos. ¿Si existiera la empresa Restauraciones Políglotas S.A. podríamos oír conversaciones como esta?
-¡Oiga jefe! Quiero que me restaure el chalet “en aragonés”.
-¡A ver, arquitecto! Me restaure dos bloques de apartamentos “en mallorquín”.
-¡A mí, a mí, señor “paleta”! Necesito una restauración del cortijo “en gallego”.
-¡Eh, que yo estaba primero! Lo mío va a ser, restaurar el adosado “en extremeño”.
Espejismos de la lluvia. La cosa era mucho más simple. El pueblo, a pesar de estar en Soria, se llama “Andaluz” –quizá por las gentes que lo repoblaron, cuando era frontera con la medieval morisma-, y al artesano que labró la placa le perdió su ansia de adornar. Donde debía haber puesto: “Iglesia de San Miguel Arcángel. Andaluz. Restaurada en el año 1992”, puso lo otro y salió lo que salió…
Ustedes disculpen estas añoranzas del otoño, en mitad de la canícula de agosto.
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Salud y fraternidad.
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La placa campea sobre el arco de acceso a la galería, muy bien puesta, muy adornada, muy estética. Y también, confusa hasta lo dantesco:
“IGLESIA DE SAN MIGUEL ARCANGEL RESTAURADA EN ANDALUZ AÑO - 1992”.
Si, si, como lo leen: “Restaurada en andaluz”. Bajo la persistente llovizna, que arreciaba por momentos y aflojaba a ratos, quedamos en suspenso.
Miramos galería y templo, remiramos y volvimos a mirar. ¿Qué clase de restauración era aquella para anunciarla de tal modo y manera? No veíamos nada especial, pero debía haberlo. Porque allí, se anunciaba que el templo había sido “restaurado en andaluz”. ¿Se trataba de una especial forma técnica de restaurar? ¿Es que los arquitectos y canteros restauradores eran andaluces? ¿O es que ahora se puede restaurar en un idioma concreto?
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Resguardados de la lluvia, dentro de la preciosa galería, fantaseamos. ¿Si existiera la empresa Restauraciones Políglotas S.A. podríamos oír conversaciones como esta?
-¡Oiga jefe! Quiero que me restaure el chalet “en aragonés”.
-¡A ver, arquitecto! Me restaure dos bloques de apartamentos “en mallorquín”.
-¡A mí, a mí, señor “paleta”! Necesito una restauración del cortijo “en gallego”.
-¡Eh, que yo estaba primero! Lo mío va a ser, restaurar el adosado “en extremeño”.
Espejismos de la lluvia. La cosa era mucho más simple. El pueblo, a pesar de estar en Soria, se llama “Andaluz” –quizá por las gentes que lo repoblaron, cuando era frontera con la medieval morisma-, y al artesano que labró la placa le perdió su ansia de adornar. Donde debía haber puesto: “Iglesia de San Miguel Arcángel. Andaluz. Restaurada en el año 1992”, puso lo otro y salió lo que salió…
Ustedes disculpen estas añoranzas del otoño, en mitad de la canícula de agosto.
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Salud y fraternidad.