viernes, 31 de julio de 2009

Se restaura “en andaluz”, razón aquí.

En el paso gris y lluvioso, de octubre a noviembre, arribamos hasta aquel pequeño pueblecito soriano. En lo alto estaba el templo románico, con su magnífica galería porticada. El edificio fue restaurado en 1992, cuando todavía no se había puesto de moda la presuntuosa manía de colocar gigantescos cartelones, en colores chillones, anunciando a bombo y platillo el coste y autoría de la obra. A fines del siglo pasado eran más modestos, se conformaron con una sencilla placa, más bien pequeña, labrada por algún artesano local con mejor voluntad que capacidad literaria.
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La placa campea sobre el arco de acceso a la galería, muy bien puesta, muy adornada, muy estética. Y también, confusa hasta lo dantesco:
“IGLESIA DE SAN MIGUEL ARCANGEL RESTAURADA EN ANDALUZ AÑO - 1992”.
Si, si, como lo leen: “Restaurada en andaluz”. Bajo la persistente llovizna, que arreciaba por momentos y aflojaba a ratos, quedamos en suspenso.
Miramos galería y templo, remiramos y volvimos a mirar. ¿Qué clase de restauración era aquella para anunciarla de tal modo y manera? No veíamos nada especial, pero debía haberlo. Porque allí, se anunciaba que el templo había sido “restaurado en andaluz”. ¿Se trataba de una especial forma técnica de restaurar? ¿Es que los arquitectos y canteros restauradores eran andaluces? ¿O es que ahora se puede restaurar en un idioma concreto?
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Resguardados de la lluvia, dentro de la preciosa galería, fantaseamos. ¿Si existiera la empresa Restauraciones Políglotas S.A. podríamos oír conversaciones como esta?
-¡Oiga jefe! Quiero que me restaure el chalet “en aragonés”.
-¡A ver, arquitecto! Me restaure dos bloques de apartamentos “en mallorquín”.
-¡A mí, a mí, señor “paleta”! Necesito una restauración del cortijo “en gallego”.
-¡Eh, que yo estaba primero! Lo mío va a ser, restaurar el adosado “en extremeño”.
Espejismos de la lluvia. La cosa era mucho más simple. El pueblo, a pesar de estar en Soria, se llama “Andaluz” –quizá por las gentes que lo repoblaron, cuando era frontera con la medieval morisma-, y al artesano que labró la placa le perdió su ansia de adornar. Donde debía haber puesto: “Iglesia de San Miguel Arcángel. Andaluz. Restaurada en el año 1992”, puso lo otro y salió lo que salió…
Ustedes disculpen estas añoranzas del otoño, en mitad de la canícula de agosto.
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Salud y fraternidad.

jueves, 30 de julio de 2009

Peregrino quiere ser, el románico templo...

Por las puertas del viejo templo, que ya ha visto de todo, el peregrino pasa cansado y lento. Pasa el peregrino, como pasan los siglos, como pasa el camino. El templo permanece, impertérrito, mudo, somnoliento. Al menos, eso parece al espíritu que no está bien atento.
Sin embargo, al románico edificio, también lo sacudieron los tiempos. Desde que sus cimientos se clavaran, sobre los huesos de diosas y dioses más viejos, ha perdido formas, ha ganado elementos. Se enriqueció, con la presencia de fieles, propios y ajenos. Lo empobreció, la ausencia y el olvido de los que se fueron.
Así creció, despacito y callado, siempre viendo como la vida pasaba ante el, como un río eterno, mientras sus ojos, ojos pétreos, parecían llenarse con un no se qué inquieto. ¿Tal vez un ansia de marchar, tras los pasos del peregrino, lejos, muy lejos?
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El peregrino se aleja, cansado y lento, a mitad de camino entre su extraviado ayer y su mañana incierto. Mientras camina, parece que musita un rezo. ¿O serán los versos que le ha susurrado el viejo templo?
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Para mí el bordón solo.
A vosotros os dejo
la vara justiciera,
el caduceo,
el báculo
y el cetro.
Para mí el bordón sólo del romero…
Yo quiero el camino blanco y sin término.
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(León Felipe, “Antología Rota”, 1957).
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Salud y fraternidad.

lunes, 20 de julio de 2009

“Humano, demasiado humano...”

Como en ese pétreo calendario medieval, el mensario, donde se simbolizaban los trabajos y los meses, o los meses por sus trabajos, este campesino contemporáneo pasa ante la portada del templo románico. Concentrado en su labor, indiferente al edificio y su mensaje, porque ahora solo tiene pensamientos para la tierra que trabaja y el fruto que espera de ella.
En lugar de la yunta de bueyes o las mulas, lleva un tractor, pero da igual, sólo ha cambiado la herramienta de trabajo, su humanidad es la misma humanidad del siervo románico.
Y al pasar ante el templo, es como si todas las generaciones pasaran con él, la de quienes levantaron el edificio, la de aquellos que lo repararon, los que vieron su ruina tardía, o quienes levantaron uno nuevo trayendo la portada de otra ruina mejor conservada.
La misma claridad inclemente, el mismo calor azotando los campos y la aldea, los mismos afanes, inquietudes y deseos. Solo ha cambiado la herramienta, al tractor no hay que ponerle herraduras, pero se deben revisar sus neumáticos; la máquina no come cebada, pero debe alimentarse con carburante; no enferma del tabardillo ni tiene mataduras de la moscarda, pero a veces se le avería esta pieza o aquella.
Porque no hay nada nuevo bajo el sol, solo las herramientas cambian, el espíritu humano permanece invariable, con sus sentimientos siempre iguales y semejantes a sí mismos. Es la humana condición...

Salud y fraternidad. Y un buen y soportable verano.

viernes, 3 de julio de 2009

Combate dialéctico entre la Luz y la Sombra...

La verdadera espiritualidad no consiste en la certeza de un dogma justificador, o la tranquilizadora práctica de unos ritos adormecedores. Consiste en un permanente diálogo, entre el alma llena de deseos trascendentes, y la realidad material de la Naturaleza que nos rodea. Es un pugilato glorioso, entre lo que es y lo que nos gustaría que fuese. Un combate dialéctico, interior, propio e intransferible, que no acaba nunca, una lucha de incierto resultado que, si es sincera, dura desde que vemos la primera luz hasta que se extingue el último resplandor.
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Salud y fraternidad.