viernes, 30 de mayo de 2008

Érase una vez, en el lejano país de Nuestra Madre la Oca...

Los Montes de oca, cerca de Villafranca (Burgos), hogar de los celtíberos autrigones, primero, y paso de peregrinos jacobeos, después.
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Los Montes de Oca, a caballo entre la Cordillera Cantábrica y el Sistema Ibérico, es la cuna donde nace el río Oca, en un barranco próximo al lugar de Villamudria, para, a través del Valle de Oca, correr hacia el norte por la Bureba, hasta desembocar en el padre Ebro. A poco de nacer atraviesa por Villafranca Montes de Oca (Burgos), obligada etapa y albergue en el Camino de Santiago. Este lugar, con el nombre romano de Auca, ya era sagrado muchos siglos antes de que la Ruta se hiciese Jacobea. Estaba en la frontera sur de los pueblos autrigones, celtíberos cuya capital era Burbe –la Virovesca romana y actual Briviesca-, gentes que tenían en esta zona algunos de sus principales santuarios.
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El río Oca, donde habitan ninfas con pies de ánade...
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Entre los pueblos celtas, la oca era un animal sagrado. Sabemos, por los comentarios de César, que era tabú comer estos animales. Símbolo de alerta y protección, la oca está asociada a las diosas o ninfas de fuentes y ríos, como nexo de unión, mediante el agua, entre la tierra y el cielo. Algunas de estas diosas acuáticas, como Sequana, ninfa del río Sena, se representan “navegando” sobre una oca; otras, como la tríada de Matres, Diosas Madre, del manantial de Glanum (Provenza), tienen ocas a sus pies o en el regazo. Estas diosas y ninfas, solas o en forma de trinidad femenina, se asociaban con manantiales terapéuticos muy visitados. A fines del primer milenio a.C. se constata el desarrollo de estos santuarios, relacionados con manantiales salutíferos, y en el s.I a.C. estaban muy extendidos por toda la Europa céltica, desde Germania hasta Hispania. Dichos santuarios poseían características comunes: el templo con la imagen de la divinidad, la fuente medicinal, cisternas para el baño ritual, pozos para la ofrenda de exvotos, hospedería para los peregrinos, la residencia de sacerdotes y personal auxiliar, sin olvidar el estanque con sus ocas sagradas.
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La tradición celto-romana, de las ocas sagradas, pervivió en el medievo. Y aún hasta hoy, como demuestran esas aves en el claustro de la catedral de Barcelona. [Diapositiva 22 agosto 1990].
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En Burbe –Briviesca- los autrigones tenían un célebre santuario, junto al manantial medicinal, cuya ninfa fue cristianizada luego en la figura de Santa Casilda, “princesa mora” convertida y bautizada. Al igual que allí, en Auca poseyeron otro famoso templo junto a sus manantiales curativos. Templo y fuentes fueron aquí convenientemente sincretizados, por la nueva religión, al sustituir las ninfas o Matres por la Virgen Madre. Pero no por una virgen cualquiera, sino por Nuestra Señora de Oca.
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Ermita de NªSª de Oca, en Villafranca Montes de Oca, edificada sobre un santuario celtíbero dedicado a las Matres de las fuentes.
. Ídem, pórtico y fachada oeste. Cien veces arruinada y otras tantas reconstruida a lo largo de los siglos, porque la sacralidad del lugar así lo pide.
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Quiere la mitología cristiana, que en Auca se sitúe una de las sedes episcopales más antiguas de Hispania. Pues, afirman, fue su fundador uno de los siete varones apostólicos y discípulo del apóstol Santiago, el bondadoso San Indalecio. Éste habría llegado hasta Auca, hacia el 65, donde predicó la nueva fe, fundó la sede apostólica, arrebató a los autrigones las divinidades de sus antepasados, y sufrió martirio. Dicen que, al arrojar al cercano pozo el cuerpo de Indalecio, no solo rebosó éste, para devolver el cuerpo santo y convertirse en manantial, sino que brotaron al tiempo las Fuentes de Oca junto a la ermita, edificada por el santo para venerar a Nuestra Señora en lugar de las diosas paganas.
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Fuentes de Oca, en la ermita, junto al lado norte del ábside.
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Pozo de San Indalecio, al sur de la ermita, donde el santo discípulo de Santiago sufrió martirio...
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Lo único cierto es que, en tiempos de Teodorico, hacia el 448, Silvano, obispo de Calahorra, erigió aquí la Diócesis de Auca, sede episcopal visigoda encargada de cristianizar a los autrigones. Para ello se edificó, sobre una villa romana y reutilizando sus materiales, el Monasterio de Santa María de Montes de Oca, que debió tener una regular iglesia -al estilo de la no lejana Quintanilla de las Viñas-, cuyos restos subsisten convertidos en ermita de San Félix de Oca.
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En el ábside de la actual ermita, de Nª Sª de Oca, están estratificados los momentos constructivos del templo.
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También fue visigoda la ermita de San Indalecio, transformada ahora en ermita de Nuestra Señora de Oca, junto a la que brotan los manantiales milagrosos. En éste edificio se puede seguir la historia constructiva del lugar, el muro del ábside muestra en la parte baja hiladas de sillares visigodos, encima otros románicos, sobre ellos algunos góticos y de épocas más modernas. En un contrafuerte, absidal, queda cierta piedra tallada con estrellas y, en la fachada, luce una piedra calada, con ondas, a modo de óculo, acaso también restos visigodos.
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Sillar tallado del contrafuerte sur absidal.
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Hastial oeste, piedra calada usada como óculo, hoy cegado.
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Imagen de Nuestra Señora de Oca, s.XIV, en el Templo de Santiago, en Villafranca. [Foto prestada de un folleto turístico].
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La invasión musulmana, destruye el lugar en 716 y no será hasta 1068 cuando se repueble por francos, de ahí su nuevo nombre: Villafranca Montes de Oca, y se restaure la sede episcopal, -trasladada a Burgos en 1074-. Pasada la época de esplendor jacobeo, y arruinado el Monasterio, la imagen románica de la Virgen de Oca se trasladó a la ermita del santo, varias veces reconstruida, y cambió el nombre del discípulo de Santiago por el de la patrona del Monasterio. Al cabo, Nuestra Señora de Oca se perdió, o deterioró tanto, que hubo de ser sustituida por otra tardo-gótica, s.XIV-XV. La cual, también emigró, y se venera en la Catedral de Burgos. En Villafranca hay una copia en la Iglesia de Santiago y otra moderna en la ermita. ¿Cómo era la imagen original? ¿Se trataba de una Virgen Negra? ¿Acaso tenía una Oca a sus pies? ¿O tenía pies de Oca...?
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Claustro de la Catedral de Barcelona, con su bandada de "Ocas sagradas" y el estanque "mágico-milagroso". Aquí se celebra también la pagana fiesta del "huevo que baila", de la que hablaremos en otra ocasión. [Diapositiva 22 agosto 1990].
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Sin embargo, la magia ancestral, el espíritu sagrado del enclave no se perdió, a pesar del “exilio” de las Matres. Allá por 1974, cuando hacíamos a pie el Camino de Santiago, los viejos del lugar nos narraron una antigua leyenda. Dicen que, unos mozos imberbes, dieron en solazarse disfrazados de forma tenebrosa, encapuchados, con largas túnicas negras. Así ataviados, se hacían los encontradizos con quienes, al anochecer, acertaban a pasar por el Pozo de San Indalecio. El soto o bosquecillo que bordea el manantial, en esa hora umbría, no podía ser más a propósito para infundir pavor a los viajeros desprevenidos. Luego, en el mesón, ante unos vasos de vino, partidos de la risa, los mozos se ufanaban de sus “hazañas” presumiendo de “graciosos”.
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El soto del río Oca, junto al Pozo de San Indalecio, donde sitúan el encuentro entre los mozos bromistas y la bruja. ¿Cuento popular o recuerdo ancestral?
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Hasta que, un día no lejano, tuvieron merecido castigo. Cierta tarde, que se afanaban en gastar sus “bromas de pueblo”, vieron llegar al pozo una enlutada mujer. Salieron de entre la arboleda, dando aullidos, saltos, haciendo gestos y visajes. Pero, cosa extraña, la mujer ni se inmutó. Arreciaron ellos en sus pantomimas y, con voz gutural, dirigieron a la “víctima” estas palabras:
“-Tiembla mujer, de esta no te escapas, aquí dejarás el alma...”
Sin embargo, la mujer de negro, no sólo no se asustó, sino que les preguntó con serenidad:
“-Y por qué había de temblar ante vosotros”.
“-Porque somos brujas y hemos de arrebatarte por los aires”.
Le respondieron a coro, los “graciosos”, un poco amoscados.
“-Acabáramos –contestó riendo la dama- entonces sois de los míos, porque yo también soy bruja”.
Y diciendo esto se elevó por los aires, para flotar sobre el claro del soto, envuelta en un verdoso resplandor fosforescente. Aunque los “bromistas” no se entretuvieron a contemplarla pues, tirando sus túnicas, no pararon de correr camino del pueblo, mientras a sus espaldas resonaban las risas de la bruja que revoloteaba sobre los chopos. Aquella tarde, los mozos, vieron como sus cabellos encanecieron, hasta quedar como los de ancianos muy ancianos. Pero sobre todo, perdieron para siempre las ganas de gastar bromas pesadas, y nunca más las gastaron, ni aún de las más livianas.
¿Un simple cuento rural, cosas de viejas? ¿O el recuerdo, deformado, de las antiguas divinidades célticas que otrora habitaron los manantiales, ahora cristianizados? Quien sabe, creer en ellas no creemos, pero, haberlas, aylas...
[Dedicado a Cristina Oca, que nos descubrió algunos "misterios" de su pueblo].

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